Libros: «Estragos de una juventud sónica», de Ignacio Julià

Autor:

«Ha sabido engarzar en este volumen la visión personal y el anecdotario vivido junto a los protagonistas con la biografía pura y dura»

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Ignacio Julià
«Estragos de una juventud sónica»
ALTERNIA EDITORIAL

 

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

 

¿Puede el crítico musical ser fan? Algunos opinan que no, que de ninguna manera. Otros pensamos que, en sus justas dosis, es hasta recomendable, pues permite mantener el entusiasmo, algo tan necesario en un oficio en el que, inevitablemente, el escepticismo acaba por enmarañarte el sentido.

Ignacio Julià –escéptico intuyo que por naturaleza– también es fan. Por lo menos de dos formaciones. Y nunca lo ha ocultado. Quienes llevamos leyendo sus escritos desde hace décadas sabemos de la veneración que profesa por Velvet Underground (y por extensión hacia Lou Reed) y Sonic Youth. Dos grupos a los que les une la procedencia, su voluntad vanguardista, su espíritu poco acomodaticio, un similar aliento arty y resultar agrupaciones generacionalmente decisivas. De ahí que no extrañe, dados sus nexos comunes, que formen parte de la dieta predilecta de Julià, quien, a estas alturas, no tiene nada que esconder. Tan poco que hasta recurre a la ironía para reírse de sí mismo en las páginas que sirven de presentación a este segundo volumen (el primero fue en inglés) dedicado a glosar las andanzas de la Juventud Sónica. Y cuando uno se presenta como un mitómano que ha asumido su propia condición derribando cualquier barrera, tiene mucho ganado pues desde ahí puede abordar una biografía como le plazca, que él ya ha avisado.

De todos modos, Julià (afortunadamente alejado del detestable modelo de periodista futbolero forofo de un equipo), no es de los que pierden el sentido cuando se pone a teclear (algún episodio narrado en el texto confirma que puede perderlo cuando no está delante de la pantalla del ordenador, pero ese es otro cuento) y ha sabido engarzar en este volumen la visión personal y el anecdotario vivido junto a los protagonistas con la biografía pura y dura, recurriendo para ello a las voces de los protagonistas principales y gente cercana, echando mano esencialmente (pero no solo) de las muchas entrevistas personales realizadas a lo largo de los años con Thurston Moore, Kim Gordon, Lee Ranaldo y Steve Shelley (el núcleo central, sobre todo los tres primeros, los fundadores e ideólogos). Indaga el autor no solo en los datos y las claves biográficas, sino que trata de desentrañar las personalidades de cada uno y los roles que juegan en un grupo que se tiene por democrático, plasmar sus inquietudes (pues esta es gente inquieta) y sus razones (gustan de teorizar). Particularmente destacable es el apartado dedicado a la búsqueda sonora de los primeros tiempos, cuando fascinados con la no wave fueron al encuentro del ruidismo. Como lo es el relato de su fichaje por Geffen (ellos, fieles creyentes de la religión independiente), con todas las dudas que surgieron en aquel momento y cómo vivieron los años en una gran compañía. Y, desde luego, es interesante comprobar cómo una formación instalada en la experimentación lucha contra los egos o cómo asume su propia madurez artística e incluso su desintegración (o lo que quiera que sea la fase en la que se encuentran ahora).

Por lo demás, es un placer dejarse llevar por la portentosa e inspiradora escritura de Julià, que no solo es uno de los más solventes y rigurosos críticos de nuestro país (experto en rock anglosajón), sino alguien siempre respetuoso con las palabras y el idioma. Además, a su favor también hay que destacar que ha logrado hacer de «Estragos de una juventud sónica» una obra amena y disfrutable incluso para quienes entre pasar una tarde de sábado oyendo la discografía de los papás del noise o la de, por irnos a las antípodas estéticas, los Beach Boys, nunca lo dudaremos: nos quedaremos con el agradable rumor de las olas en la playa… Pero eso es lo que diferencia a Ignacio Julià de tanto juntaletras torpón como padecemos en tiempos de pantalla electrónica: su inmensa capacidad para comunicar y transmitir.

Anterior crítica de libros: “Los castellanos”, de Jordi Puntí.

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