Libros: «Big day coming. Yo La Tengo y el auge del indie rock», de Jesse Jarnow

Autor:

«El reflejo de muchos de sus actores principales es compartido. Entre todos esbozan una mueca de desilusión por lo que pudo haber sido y no fue»

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Jesse Jarnow
«Big day coming. Yo La Tengo y el auge del indie rock»
LIBROS DE RUIDO

 

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

 

Hay determinados axiomas que parecen de lo más simple, pero uno no cae en su tozuda validez hasta que no tropieza de forma repetida con su verificación. Uno de ellos es aquel que dicta que los músicos más solventes suelen ser aquellos que disponen de una amplia cultura musical. Aquellos que viven la música pop como una necesidad casi fisiológica, y la combinan con un ansia de conocimiento que raya en la erudición. De acuerdo: también hay talentos que por generación casi espontánea supuran brillantez, pero reconozcamos que la genialidad es algo solo al alcance de unos pocos, quién sabe si designados por el destino. Para la gran mayoría de mortales, la magnificencia es algo que solo se logra a base de mucho picar en la mina. Y Yo La Tengo, banda modélica donde las haya en la independencia norteamericana de las últimas tres décadas, no son una excepción. Saben mucho de eso. Obtuvieron su crédito (y su rédito, moderadamente cuantioso) tal y como cae la fruta madura.

Por si fuera poco, su núcleo central lo constituye un matrimonio duradero y estable, muy alejado del estruendo mediático que envuelve a los músicos cuyas vidas son pasto del sensacionalismo. Así que la gran virtud del libro del norteamericano Jesse Jarnow, publicado hace dos años en su país y ahora reeditado y traducido (esto último por obra de Ignacio Julià, quien también firma el epílogo) por Libros de Ruido, es haber conformado un rico tapiz de testimonios, hechos y puntos de inflexión en la evolución del rock indie yanqui desde mediados de los años ochenta, tomando como punto pivotal al estupendo trío de Hoboken, dotado de plena centralidad en el relato.

El sello Matador Records, el club Maxwell’s o la emisora WFMU son testigos de la propia evolución de una escena que surgió en la década de los ochenta de forma aún muy diseminada (aunque bien interconectada), que vivió bajo la tentación de la absorción por el corporativismo multinacional en los noventa y que ha tenido que transformarse ante el desplome de la propia industria discográfica en lo que llevamos de siglo. Su lectura es tan complementaria de semblanzas colectivas como «Nuestra banda podría ser tu vida» (de Michael Azerrad, traducido tres lustros después en Editorial Contra) como de memorias individuales como la que trazó Bob Mould en «See a little light: The trail of rage and melody» (también con Azerrad como supervisor, publicado en Little Brown & Company). El reflejo de muchos de sus actores principales es compartido. Entre todos esbozan una mueca de desilusión por lo que pudo haber sido y no fue: el imposible sorpasso ante la comercialidad oficial de los noventa, la asimilación de unos presupuestos mínimamente asumibles por parte del gran público o la inestabilidad de una industria precaria y en permanente necesidad de reinvención para esquivar las penurias y afianzar la oportuna profesionalización a largo plazo.

Pero más allá del tono elegiaco, hay también un halo de esperanza en ese pálpito incombustible, ese manantial de música con un pie en el hondo academicismo (el hilo argumental cosido desde la Velvet Underground) y otro en la consolidación de un modus operandi plenamente autónomo y partícipe del estado de gracia en el que tantas veces se han sumergido Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew. El vigoroso y casi indefinible haz de luz que ha sustentado una carrera que, en esencia, puede resumirse en solo tres palabras para sonrojo de oportunistas legos y troqueladores de terminología vacía: independencia con mayúsculas.

Anterior crítica de libros: Libros: “Obras completas de Sally Mara”, de Raymond Queneau

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