Libros: «Ahora que me acuerdo», de Julio Castejón

Autor:

«Intención amable de dignificar la memoria y el mito de Asfalto, escritura colorida y amena, y el aval empírico del que acaba de cumplir 61 años»

Julio Castejón
«Ahora que me acuerdo»
QUARENTENA EDICIONES

 

 

Texto: JOSEMI VALLE.
 

 

Todavía recuerdo la sonriente sorpresa que me provocó el inicial guiño a «Cien años de soledad» con el que Julio Castejón, guitarra y voz de los rockeros Asfalto, echa a rodar su curiosa autobiografía. Con la utilización de una sola línea nos pone en una casilla de partida que se remonta a 1910. Me bastó la lectura de un par de páginas para aceptar con agrado que la obra no me iba a defraudar, que era notorio que estaba bien escrita, que Julio Castejón poseía solvencia en el arte de exprimir una anécdota o relatar un episodio para glosar el clima emocional y social de toda una época.

La autobiografía pugna por no olvidar los sucesos más relevantes que jalonan su vida, blindar la memoria personal y compartirla, investigar el árbol genealógico familiar y posteriormente el musical. Estamos ante una obra muy confesional, con ese punto de comedida indiscreción en los cálidos círculos de lo íntimo que demanda todo relato autobiográfico. Julio Castejón (Madrid, 9 de junio de 1951) se vale de su potente memoria para evocar con una prosa entretenida todo lo acontecido desde que sus abuelos recalaron en Madrid a principios del siglo XX. Practica una singular espeleología familiar que le hace indagar en sus abuelos, en el posterior nacimiento de sus padres, su personalidad, su entorno, cómo se conocen, cómo era social y culturalmente la capital durante la época cruda de la dictadura franquista. A partir de ahí fotografía la irrupción de los barrios periféricos madrileños para hospedar el éxodo rural, la llegada a mediados de los sesenta de cosmovisiones inéditas de la mano de los primeros grupos de música pop en España (abducidos por el rock and roll seminal y primitivo y por la eclosión planetaria de The Beatles), la paulatina insubordinación de los convencionalismos y las rigideces sociales. Estamos ante una primera parte muy personal e íntima que concluye con la llegada de los setenta.

Es entonces cuando en su vida, y en la de su amigo de infancia Enrique Cajide, aparecen José Luis Jiménez y Lele Laina. Los cuatro forman la nómina definitiva de Asfalto, ese grupo que inaugura Chapa Discos y canta ‘Capitán Trueno’ y ‘Días de escuela’ en plena Transición. El autor repasa telegráficamente las creaciones discográficas del grupo, aunque las contextualiza muy bien con sus preocupaciones personales y familiares. Tampoco hurga más allá de lo notarial en los avatares que obligaron a modificar la alineación de la banda varias veces, en las fricciones que inevitablemente se producen entre personas de biorritmos diferentes que comparten muchas cosas y muchísimo tiempo. Yo no descubro ni sangre ni cainismo en sus análisis, ni creo que utilice la oportunidad de la letra impresa para cobrarse deudas. Al contrario. Levanta aséptica y breve acta de lo ocurrido, y a mí me parece que lo hace desde la persuasión de que la confrontación y el conflicto, las guerras de guerrillas del día a día, son capítulos inherentes a la biología de cualquier banda de rock. Defraudará a quien busque carroña o truculencia, pero humanizará la visión del militante y también del menos iniciado cuando descubra cómo los idealizados músicos se estrujan el cerebro en busca de ingresos.

Quien espere leer en sus páginas narrativas del exceso de la vida rockera, se encontrará con disciplina casi espartana, sobriedad, desmitificación de la consigna trinitaria «sexo, drogas y rock and roll» (hace tiempo Mariskal Romero ya me comentó jocosamente que los Asfalto eran muy aburridos). Sin embargo, el lector hallará mucha dilación por la música, pasión por el escenario, la incertidumbre propia de un oficio de riesgo, las zozobras monetarias, las tribulaciones para equilibrar la vida familiar con la vida itinerante del músico, la convivencia con el dolor por la muerte lenta de Asfalto después de años de esplendor, o el no menos hiriente desdén mediático tras la resurrección del grupo ya en pleno siglo XXI. Mucho realismo, mucho estajanovismo, poca mítica.

Todo certificado por una exquisita capacidad para recordar a su familia, una intención amable de dignificar la memoria y el mito de Asfalto, una escritura colorida y amena, y el aval empírico del que acaba de cumplir 61 años en un lugar en el que, como bien susurró el poeta, rara vez se viven varias veces veinte años. Ojalá otros músicos se animen y se entreguen a este saludable ejercicio. Desentrañaríamos muchos discos y muchas creaciones que forman parte de nuestra biografía cultural y emocional. Comprenderíamos mejor nuestra propia historia. Nuestra intrahistoria.

Anterior entrega de Libros: “Adiós a la tierra de los colores vivos”, de Oti Rodríguez Marchante.

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