Libros: «1001 discos que hay que escuchar antes de morir»

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«No es un libro para leer como ha hecho este pobre cronista, página a página y sin descanso, es un libro para regalar –o autoregalarse– y espigar»

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Varios
«1001 discos que hay que escuchar antes de morir»
GRIJALBO

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Recorrer las mil páginas de este libro es una verdadera y satisfactoria maratón. No en vano cada una de las más de mil entradas que anuncia el título desarrolla una reseña escueta, impresionista, pero jugosa; apuntan canciones, circunstancias de la grabación, influencias, proyecciones, curiosidades… hasta el punto de que de vez en cuando uno ha de detenerse para asimilar, acudir a cierta canción para comprobar. Desde luego no es un libro para leer como ha hecho este pobre cronista, página a página y sin descanso, es un libro para regalar –o autoregalarse– y espigar: cierto año –las referencias se ordenan así–, cierto recuerdo, cierto estilo… Desde la desolación del “In the wee small hours” de Sinatra hasta la del último de Bowie.

Déjenme, ya que he llegado a completar todos los niveles, que les redacte un tutorial. Los capítulos se centran en décadas y en este recorrido cronológico uno puede entretenerse observando en qué años hay mayor número de referencias o como basculan los ciclos en paquetes con discos de Estados Unidos o del Reino Unido. El prólogo, escrito por el fundador de la revista “Rolling Stone”, Robert Dimery, deja bien a las claras que el ámbito va a ser anglosajón. Y exceptuando discos de Astor Piazzola, Rubén Blades y algunos africanos y brasileños todo va a ser un recorrido entre California y Dover, con todo lo que hay en medio.

Se echan en falta, razonablemente, ciertos estilos como el bubblegum y la disco music; uno no sabe si porque continúan siendo los apestados o porque sus formulaciones no incluían el álbum. Desde luego, aunque sean exactamente 950 páginas de discos, el lector no podrá resistir la tentación de irritarse ante los que él considera esenciales y no aparecen. Yo ya tengo mis tres contabilizados. De la misma manera, es sumamente ameno hojear los principios de década y señalar un disco como generador, como la inflexión que cambia una época y establece nuevos moldes; para cada persona diferentes también, claro está, el que esto suscribe ha escogido referencias de Nirvana, Kraftwerk, T. Rex o Saint Etienne.

También es en parte una historia del rock, una historia que permite ver las líneas que parten de los sesenta, el batiburrillo de los setenta, como en la segunda mitad de los ochenta el hip hop y el heavy dominaban todo y como a partir de entonces conviven tendencias vanguardistas con material asumible por el gran público. Una historia del rock que coloca en páginas contiguas a los Skparks y a Supertramp. Olvidados también aparecen, que el buen aficionado se aprestará a buscar si la reseña parece alimentar sus gustos: Fred Neil, The Monks, David Ackles… Y sobre todo, un trémulo recorrido por nuestra vida, mal apuntarán las cosas si al doblar cierta página no aparece un trozo de nosotros, unos recuerdos, la madalena de Proust licuada en canciones.

No deja de ser necesario para cualquier amante de la música, en todo caso. Como enciclopedia para consultas, o como lectura para recrearse –en periodos cortos, eso sí– con todo lo que nos hace vibrar.

Anterior crítica de libros: “El viajero de Leicester”, de Juan Pedro Aparicio.

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