Leonard Cohen: La mano en mi hombro

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“‘Field Commander Cohen: Tour of 1979’ me salvó la vida, o al menos parte de mi humanidad”

 

Juanjo Ordás descubrió a Leonard Cohen cuando tenía 8 o 9 años. Sus canciones le han acompañado toda la vida, incluso en los momentos más difíciles, como cuenta en estas líneas.

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

Sobrecogido me hallo. Aunque los seres queridos sean mayores, uno nunca está preparado para despedirse. Con los músicos que tocan tu alma se establece una relación especial. No están ahí, pero están ahí. No os conocéis, pero os conocéis. Momento pues de llorar a Cohen, un nombre que me dio tanto por tan poco.

Siempre cuento que la primera vez que la música entró en mí fue gracias a él. Eran otros tiempos y yo un niño pequeño. Delante del televisor, su música me maravilló. Ya no recuerdo si se trataba de ‘Everybody knows’ o ‘First we take Manhattan’, pero era una de ellas. Tenía entre ocho y nueve años y Cohen despertó algo en mí que no se ha vuelto a dormir. Si existe el alma, él me hizo sentir su inmortalidad. Yo, ateo absoluto, creo que eso es lo más parecido a una experiencia religiosa que haya sentido nunca. Ese señor mayor me estaba hablando, entendía su mensaje redentor, su consuelo ante la melancolía. Como los más grandes, Cohen me proporcionaba un hombro ante la crueldad. Los recuerdos bailan como quieren, pero aún creo escuchar a mi madre sorprendida, diciéndole a mi padre que al niño le gustaba Leonard Cohen. Pero no era solo que me gustara, sino que me miraba dentro, asentía y colocaba su mano sobre mi hombro. Cohen sabía lo que pasaba en la vida, emanaba sabiduría.

Años después vino a mi rescate. En 2001 mi vida no era una odisea en el espacio, sino más bien un relato roto en mitad de ninguna parte. No eran buenos tiempos, pero los fines de semana escuchaba a solas “Field commander Cohen: Tour of 1979”. No sé si alguien recuerda ese disco en directo, editado veintidós años después de su grabación, pero yo lo quemé. Fin de semana tras fin de semana lo quemé. Su escucha se volvió un ritual, un sacrificio de trocitos de alma partida. Ese disco me salvó la vida, o al menos parte de mi humanidad. No puedo ser objetivo hablando de él, lo considero una de sus obras fundamentales, pero ya veis que no soy objetivo.

Nunca fui un ávido lector de sus libros de poesía. Es un género literario que me requiere una concentración absoluta, y hasta hoy no he encontrado hueco para él. ¿Pero sus discos? Me los sé de principio a fin, con ellos recorro mis cicatrices, rememoro alegrías y sigo regodeándome en los misterios del alma. Reconozco que tuve un amago de divorcio con él. «Ten new songs» y «Dear heather» no me reconfortaron. Todo volvió a su cauce ocho años después, con «Old ideas», que a día de hoy se me antoja como la primera parte de la trilogía formada junto a «Popular problems» y «You want it darker». Ahí hay mucho que contar.

Gracias, Leonard. Por tu amor, por esa mano en mi hombro. Aún la noto.

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