“Lejos de todo”, de Rafa Cervera

Autor:

LIBROS

“Un emocionante relato sobre la adolescencia, sobre los sueños, sobre la pérdida de la inocencia y sobre la propia pérdida de los seres queridos”

 

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Rafa Cervera
“Lejos de todo”
JEKYLL & JILL

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Tal y como hacen los músicos diestros (e inteligentes) conforme se hacen mayores, Rafa Cervera ha ido depurando su estilo periodístico con los años. Desbrozando a conciencia para desechar la hojarasca, logrando transmitir más sensaciones con menos palabras. Quienes seguimos su trayectoria desde hace años (en el caso de quien firma, desde principios de los noventa) hemos podido apreciar ese tránsito, aunque fuera con intermitencias. Un proceso que tiene mucho que ver con la propia capacidad de síntesis del mejor pop, al fin y al cabo la plasmación artística que da sentido a su trabajo, y diríamos que a su propia forma de transitar por la vida. Y a la de tantos y tantos otros.

Con todo, quizá no fuera tan previsible la consumada pericia que aquí se gasta (no deja de ser su primera novela) para abastecerse de unos recursos literarios que dosifica hasta el milímetro. Y que hacen que “Lejos de todo” brille tanto por lo que emana de su letra pequeña y su atención al detalle como por lo que las envuelve a ambas: su precisa estructura, su delicado encaje de dos peripecias paralelas (la de Bowie, Iggy Pop y Coco, por un lado; y la del adolescente trío protagonista en cuyo seno opera su alter ego, por el otro). O quizá sí, teniendo en cuenta que este texto comenzó a cocinarse hace ya bastantes años, y sabiendo que su autor no lo rescató hasta la sacudida emocional por la muerte del autor de “Blackstar”, a principios de 2016. Fue entonces cuando desestimó todo lo que había de superfluo en un texto que nació más de una década antes, en una de esas crisis que todos – no digamos ya quienes nos ganamos el jornal juntando palabras en torno a un asunto tan materialmente inaprensible e irrelevante pero tan emocionalmente inflamable – tenemos alguna vez en la vida, y que el franqueo de la barrera de los cuarenta años suele mostrar a plena luz del día.

“Nos vemos dentro de cuarenta años, cuando ya esté muerto”, le dice el Bowie de 1977 al personaje que remeda al propio autor, en un sueño en el que este ya se contempla a sí mismo instalado en la madurez, lejos de aquel adolescente de finales de los setenta. En caso de que ambas cosas, el adolescente y su versión de cuatro décadas más tarde, no sean lo mismo. Porque tal y como dijo un texto de Mercedes Beroiz –que él se encarga de recordarnos a modo de prólogo–, siempre seremos adolescentes, porque siempre adoleceremos de algo. Y aquel fugaz encuentro se produce, además, en el inverosímil entorno de las Torres de Serranos de Valencia. Podría ser una ridiculez, una caprichosa elucubración de crítico rock con ínfulas de fabulador efectista. Pero no hay historia poco creíble si las manos de quien se encarga de su trama son diestras.

La ciudad de Valencia y el paraje natural del Saler, tiznado por esos altos edificios que nos recuerdan la voracidad inmobiliaria antes de que se les pusiera algún coto, son el escenario (tan desaprovechados incluso en el lenguaje de las canciones rock: apenas Doctor Divago o Julio Bustamante lo han exprimido) en el que transcurre este emocionante relato sobre la adolescencia, sobre los sueños, sobre la pérdida de la inocencia y sobre la propia pérdida de los seres queridos. “Con la escritura puedes hacer algo parecido al rock and roll, la diferencia es que no necesitas seguir siendo adolescente para seguir haciéndolo bien. Esta disciplina funciona al revés, el tiempo y la vida te ayudan a ser cada vez más puro. Es posible incluso que al final la escritura sea la que mejore tu vida”, dice su protagonista. Lo cierto es que Cervera revaloriza hasta cotas de refinada emotividad la mitología pop que a todos nos ha atrapado entre las cuatro paredes de nuestra habitación cuando apenas éramos unos críos. Y lo hace no recluyéndola al ámbito de los pasajeros sarpullidos adolescentes, sino utilizándola para explicar quiénes somos, de dónde venimos e incluso a dónde vamos. Solo se nos ocurre una palabra para calificar el viaje por el que nos lleva hasta su página 132, hasta su última exhalación. Un término que él mismo utiliza por el camino, y que hace tiempo debería tener reflejo en la RAE: mesmerizante.

Anterior crítica de libros: “El muñeco de nieve”, de Jo Nesbo.

 

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