“Lazarus”, el musical de David Bowie

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DISCOS

“‘Lazarus’ testimonia el entusiasmo creativo que impulsó a Bowie en las postrimerías de su vida, y las tres canciones inéditas constituyen una excelente coda a su discografía”

 

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David Bowie / Original New York Cast Of “Lazarus”
“Lazarus”
COLUMBIA- SONY

 

Texto: JAVIER DE DIEGO ROMERO.

 

Durante su enfermedad, David Bowie trabajó intensamente para culminar dos proyectos, el álbum “Blackstar” (2016) y el musical “Lazarus”. Estrenado en diciembre del año pasado en Nueva York, “Lazarus” es una continuación de la historia de la película “El hombre que cayó a la Tierra” (1976) —a su vez basada en la novela homónima de Walter Tevis—, dirigida por Nicolas Roeg y protagonizada por el propio Bowie. En el filme, Thomas Jerome Newton (Bowie) es un alienígena que viaja a la Tierra para conseguir agua para su planeta, afectado severamente por la sequía, pero las debilidades humanas le corrompen y le distraen de su misión. En último término, “El hombre que cayó a la Tierra” versa, como tantas canciones del Duque Blanco, sobre el aislamiento y la desconexión. Así, no es de extrañar que para escribir “Lazarus” Bowie se aliara con el dramaturgo irlandés Enda Walsh: personajes solitarios, herméticos e inadaptados, aterrados por el mundo exterior, pueblan sus obras; valgan como muestra ‘Bedbound’, ‘Misterman’ y ‘Ballyturk’. En “Lazarus” encontramos a Newton en su apartamento de Nueva York, trasegando ginebra, engullendo pastelitos y viendo televisión obsesivamente. Anhela regresar a su planeta, pero está atado a la Tierra; no puede vivir, pero tampoco morir, ni siquiera envejece. Replegado en sí mismo, atormentado y vulnerable, Newton, como todos sus personajes, es Bowie y no lo es a un tiempo.

“El hombre que cayó a la Tierra” no incluyó ninguna pieza de Bowie (la banda sonora de la película, con composiciones de Stomu Yamashta y John Phillips, se ha publicado por primera vez en septiembre). En cambio, casi veinte temas del creador de “Ziggy Stardust” musican “Lazarus”, y, en versiones grabadas por el reparto de la obra teatral y arregladas por Henry Hey —previamente colaborador de, entre otros, Rod Stewart y George Michael—, conforman el primer cedé: el titular, aparecido en “Blackstar”; tres inéditos —que, y este es el gran reclamo del disco, figuran también en el segundo cedé cantados por Bowie—; cuatro de “The next day” —Bowie comenzó a trabajar en “Lazarus” en verano de 2013, solo unos meses después de la edición de su penúltimo elepé—; y una selección de su catálogo de los setenta y ochenta —la mayoría clásicos, pero también ‘It’s no game’ y ‘Always crashing in the same car’, menos conocidos por el gran público—.

Por lo general, las covers son logradas e inventivas, alejadas de los originales pero no hasta el punto de resultar irreconocibles. La transformación más llamativa es la de ‘The man who sold the world’, reimaginada aquí en clave de electropop onírico, con sintetizadores envolventes y ritmos elusivos; un ágil motivo de bajo roba protagonismo al célebre riff de guitarra, que solo aparece transcurridos más de dos minutos. Bastante cambia también, ejem, ‘Changes’: de la mano de Cristin Milioti, parece un número de cabaré de Liza Minelli. Melancolía y grandeur hacían causa común en el ‘Heroes’ de 1977; la segunda se ausenta en la desoladora versión que cierra el musical. Por otro lado, “Lazarus” destapa a los actores Michael C. Hall y Sophia Anne Caruso como magníficos vocalistas. Dotado de un barítono cautivador, el primero adopta diestramente el fraseo y las inflexiones vocales de Bowie. Mucho se ha hablado de su cover de ‘Lazarus’ —interpretada recientemente en la ceremonia de entrega de los Premios Brit—, pero escuchen también ‘Where are we now?’ e ‘It’s no game’, esta última especialmente difícil de emular. En cuanto a la quinceañera Caruso, convence con su teatralidad contenida y su dulzura cristalina. Su lectura de ‘Life on Mars?’ es sencillamente impecable.

Con todo, la expectación que ha precedido al lanzamiento de “Lazarus” se debe a los tres temas nuevos de Bowie, interpretados con el cuarteto de jazz de Donny McCaslin —que ya le escoltó en “Blackstar”— y producidos por Tony Visconti. “Tengo un puñado de canciones para cantar, / para hacer arder tu alma, / para joderte”, advierte en ‘Killing a little time’, un cruce provechoso entre el rock contemporáneo de “The next day” y el jazz experimental de “Blackstar”. Guiada por un riff de guitarra opresivo, propulsada por una batería endemoniada y un bajo estentóreo y ornada por un saxo ominoso, es la canción más interesante en términos instrumentales. Por su parte, el cantante, entre feroz y desvalido, se duele: “Me encanta el sonido de una habitación vacía, / los gritos de la noche, el final del amor […]. // Estoy cayendo, tío, / me estoy asfixiando, tío, / me estoy apagando, tío, / y arruinado y ciego”. La melodía desenfadada, la cálida guitarra acústica y el bajo saltarín de ‘When I met you’ parecen ofrecer solaz, pero es solo un espejismo: pronto un Bowie enloquecido y otro robótico colisionan para describir una relación romántica perturbadora y fracturada. El corte más brillante es ‘No plan’, una suntuosa balada jazzy, espectral y elegíaca, puntuada delicadamente por el saxo quejumbroso de McCaslin. El cantante contempla con resignación un futuro vacío: “Aquí, no hay música aquí, / estoy perdido en corrientes de sonido. / Aquí, ¿no estoy en ninguna parte ahora? / Sin planes”. Bellísima. Por supuesto, es tentador interpretar estos textos desde el prisma de la enfermedad y muerte de Bowie, y algo de verdad habrá si lo hacemos, pero no hay que olvidar que se trata de composiciones destinadas a los personajes de una obra teatral. Como siempre en Bowie, lo personal y lo artificial van enigmáticamente de la mano.

“David Bowie quería hacer muchísimas cosas. Tenía muchísimas ideas para canciones y libros nuevos. Era como un veinteañero que rebosaba euforia”, afirma Enda Walsh, el coautor del musical. “Lazarus” testimonia el entusiasmo creativo que impulsó a Bowie en las postrimerías de su vida, y las tres canciones inéditas constituyen una excelente coda a su discografía. Conmueve y alienta.

 

 

Anterior crítica de discos: “The electric pinecones”, de Southern Culture on the Skids.

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