Las reencarnaciones de Alfa

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“Allí, en los bancos del parque, en los soportales y en las vías abandonadas del tren los chavales de los primeros noventa de la Alameda de Osuna se juntaban armados con guitarras y litrona”

 

Debutó en los 90 en Buenas Noches Rose, deslumbró como frontman en Le Punk y renació en solitario como Alfa. Ahora, tras el regreso de Le Punk, Francisco Sierra Ballesteros recuerda el intenso camino musical de Alfredo F. García.

 

Texto: FRANCISCO SIERRA BALLESTEROS.

 

“Alfa camina por el arcén en dirección a la ciudad del viento, le esperan alcohol y mujeres, blues y dinero. Lleva un traje raído y un sombrero de fieltro con agua de mil tormentas y polvo de mil desiertos”. Así comienza una de las grandes canciones que Alfredo F. García grabó en solitario años después de rozar el “éxito rotundo” por segunda vez. El primero de esos desiertos que le dejaron granos de arena en el sombrero fue el barrio madrileño de Alameda de Osuna. Allí, en los bancos del parque, en los soportales y en las vías abandonadas del tren los chavales de los primeros noventa se juntaban armados con guitarras y litronas. Más que un pasatiempo, la música llegó a conquistar la categoría de obsesión para un buen número de esos imberbes, y de aquello surgió un incendio cuyo primer gran fogonazo se llamó Buenas Noches Rose.

Con 16 años, Jordi Piñol, Alfredo Fernández, Rubén Pozo, Juan Pablo Otero y Sergio Martijala sacudieron por primera vez las paredes del gimnasio del instituto, en el que solían hacer pellas, con clásicos del rock patrio y anglosajón. Pronto comenzó a definirse la formación definitiva, y tras la primera prueba con fuego real, Sergio fue sustituido por Roberto Aracil detrás de la batería. La precocidad les acompañó también al forjarse un nombre en el circuito de salas dedicadas al rock and roll en Madrid. La mitología de la música del diablo funcionó a la perfección, y tras presenciar uno de sus bolos, Antonio Santos y Pablo Pinilla ofrecieron sus servicios como productores, conscientes de que lo acababan de ver tenía un potencial deslumbrante. A partir de ahí el fichaje por la discográfica independiente Madison y la grabación del primer disco vino casi rodado.

B.N.R, una banda de adolescentes allá por 1995, se trasladó a Rávena para entrar por vez primera en un estudio de grabación. El resultado fue increíble para unos novatos en aquellas lides: registraron doce canciones (más bonus) en las que predomina el rock clásico y contundente. Asombra la calidad de algunos de los textos incluidos, escritos por un veinteañero llamado Alfa, que asumió el rol de compositor principal sin aparente esfuerzo. Para muestra, un botón: “Era la canción del lobo/ vieja como el propio tiempo/ un canto de amor a la tierra/ un canto de amor al cielo/ alguien quiso transformarla/ porque no entendió su letra/ y llamó maldad al canto/ y asesino al poeta (…)” . Es el comienzo de ‘La leyenda del lobo cantor’, incluido en su debut “Buenas Noches Rose” (Discos Madison, 1995).

 

 

A la calidad de este primer trabajo se sumaba la espectacularidad que derrochaban encima del escenario. El principal responsable era su cantante, Jordi Piñol, conocido como Skywalker. Este tipo no dudaba un segundo en lanzarse al público, desnudarse, revolcarse por el suelo y todo tipo de pirotecnia que lo convertía en descendencia no reconocida de Iggy Pop. Con estas virtudes, la banda se dedicó a tocar en cualquier punto de la geografía española en el que fuese posible (hasta llegaron a dar un concierto encima de un camión en marcha). Era lógico que comenzara a brotar lo que Alfa denominaría tras la disolución como “camarilla de buitres”, que consiguieron enrarecer la atmósfera de camaradería que reinaba hasta entonces.

 

Al borde del éxito
El primer paso en aquella espiral fue el fichaje por BMG-Ariola con el propósito de publicar cuatro discos. Con ellos lanzaron su segundo elepé en 1997, bautizado como “La danza de la araña”. El proceso de grabación se llevó a cabo en los estudios Kirios, lo que supuso un importante salto de calidad que la banda no desaprovechó. Si bien existe la creencia generalizada de que el segundo disco suele ser el más difícil de afrontar, los de Alameda de Osuna se encargaron de destrozar la teoría a base de un repertorio sólido interpretado en estado de gracia. De paso, destrozaron también una mesa de mezclas, varios auriculares, micrófonos y algunos coches durante el mes que registraron las nuevas canciones.

 

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“A pesar de dos grandes discos, directos espectaculares, el reconocimiento de la crítica especializada y los teloneos a Deep Purple o Bryan Adams, las ventas de Buenas Noches Rose no despegaron más de un par de palmos sobre el suelo”

 

Todos los ingredientes necesarios para conseguir un éxito masivo estaban en el plato; no obstante, cuando parecía estar más cerca el momento del despegue, el avión se llenó de vibraciones anómalas. A pesar de dos grandes discos, directos espectaculares, el reconocimiento de la crítica especializada y los teloneos a Deep Purple o Bryan Adams, las ventas no despegaron más de un par de palmos sobre el suelo. Alfa suele recordar que ese fue un momento en el que estuvieron a punto de convertirse en una banda enorme, se notaba en el ambiente que lo estaban rozando con la punta de los dedos. Teniendo en cuenta que por aquel entonces eran unos chavales sobrehormonados y con una cierta tendencia al consumo de estupefacientes, aquella sensación fue la que trajo de la mano el principio del fin del proyecto.

Llegamos al día clave. El 11 de junio de 1998 los Buenas Noches Rose estaban a punto de perder un avión rumbo a Tenerife hasta donde tenían que viajar para abrir el concierto de The Prodigy, porque Skywalker no estaba a la hora acordada. De hecho no aparecería nunca más, puesto que presentó, en ese mismo momento, su dimisión irrevocable. Todo lo que suponía la profesionalización del grupo le horrorizaba de tal forma que decidió dar la espantada en busca de una vida radicalmente distinta a la de la estrella de rock and roll. Este capítulo tuvo varias consecuencias; la primera fue que el compositor principal de la banda tuvo que ocuparse de las tareas vocales de manera inmediata; tan inmediata que cantó horas después para evitar un incumplimiento de contrato. Alfredo recuerda que aquella primera experiencia como frontman le dejó buenas sensaciones, aunque supone que la calidad técnica no fue excesivamente académica. Otra de las consecuencias de perder a Jordi Piñol fue la fuga de los personajes que rodeaban a la banda, cuya única intención era ganar una posición de privilegio antes del probable salto a la fama de los Rose.

A partir de este momento las vibraciones se convirtieron en serias turbulencias. La discográfica rescindió unilateralmente el contrato lo que provocó, automáticamente, un paréntesis en la actividad del grupo, cuyo objetivo debía de ser la reflexión acerca de su viabilidad. Una ilusión a prueba de bombas nucleares ayudó a que decidieran seguir contra viento y marea… y nunca mejor dicho, ya que no consiguieron el respaldo de ninguna discográfica. Surgió entonces la idea de la autoedición costeada mediante la venta anticipada de discos (eso que hoy en día recibe el nombre técnico de crowfunding). “La estación seca” supuso un digno canto de cisne en la trayectoria conjunta de aquellos chavales de la Alameda ya que la situación económica les obligó a buscar la supervivencia fuera de la música y el desgaste derivado de todo el camino recorrido fue grande.

 

Perros de Paja
La defunción de Buenas Noches Rose no trajo consigo, obviamente, la inmolación musical de su principal letrista, pero el siguiente proyecto en el que estuvo inmerso no logró alcanzar más objetivos que la grabación de un puñado de canciones en formato maqueta. Eso sí, Perros de Paja (así se bautizó la formación) supuso la primera conexión musical con Pablo Galiano y Joe Eceiza, músicos y compositores de inmenso talento que desempeñarían un papel importante en la trayectoria posterior del protagonista de estas líneas. Eceiza no recuerda con precisión cómo se conocieron, pero tiene una ligera idea: “Creo que fue en un bar llamado La sidre que había en La Alameda, donde coincidíamos todos los músicos de diferentes generaciones. Recuerdo que dimos un concierto en El Laboratorio entre varios músicos (estaba Ernesto Dueñas,…) compartiendo canciones. Supongo que en una de esas nació Perros de Paja con Nico Álvarez y Datz. Después, en su bar La Vía, fue donde se gestó todo. La idea inicial era formar un grupo de blues, pero terminó derivando en una banda de rock. Luego entraron Pablo (Galiano) e Isaac Rico que grabaron las maquetas”.

Ese bar, La Vía, fue la base de operaciones que utilizaron para engendrar una nueva formación que sustituyese a Perros de Paja, con la que llegaron mucho más allá en el plano artístico y mediático. Tras la hora de cierre, que llegaba a eso de las dos de la mañana, Alfa y Joe conquistaban el espacio que antes era de los clientes, empapándose de los discos de Gardel y Malevaje o jugando con un laúd y una guitarra. La fascinación que les embargaba por los textos de los tangos clásicos fue un poderoso argumento que facilitó el abandono de todos los proyectos paralelos que llevaban entre manos, con el propósito de dedicarse en cuerpo y alma a la nueva aventura que estaba comenzando a tomar forma.

 

Fundación de Le Punk
A los dos amigos se sumaron unos cuantos camaradas del barrio: Dani Patillas al bajo, Tuli al saxo (y al clarinete) y Leiva (sí, Leiva) a la batería (sí, a la batería). La formación comenzó a tomar cuerpo en el escenario del Café La Palma, ubicado en el madrileño barrio de Malasaña, donde comenzaron a mostrar un estilo híbrido entre el tango, el swing, la música balcánica y las raíces rockeras que todos compartían. El proyecto evolucionaba de forma muy satisfactoria, por lo que la grabación del repertorio que iba surgiendo se imponía como un paso necesario. Alguna maqueta y el primer álbum de la banda, “La logia de la canalla” (2003), fueron los encargados de presentar a Le Punk en sociedad. Leiva no pudo grabar el disco porque estaba centrado en Pereza, por lo que David Rico se encargó de ello, pero abandonó inmediatamente y le sustituyó Nacho Labrador. La formación la completó Carlos Ramos como guitarrista.

 

 

Tras una veintena de conciertos lograron ser finalistas de un concurso de nuevos talentos europeos, y tras ello deciden que es tiempo de volver a meterse en un estudio de grabación para seguir con su vena tanguera. El resultado del encierro llevaría por título “Dos puñaladas a Gardel y otros tres delitos” (2004), un maxi-single de cinco canciones de las que destaca la sobrecogedora ‘Amelia’. Tras este trabajo, Carlos Ramos dejó el teclado de Le Punk en manos de Cesar Pop.

 

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“En el mejor momento de la banda, Le Punk decidía dejarlo todo de lado por simple cansancio, por falta de chispa”

 

Con la cabeza puesta en su segundo elepé ocuparon el invierno de 2005 girando por España gracias a la A.I.E., y viajaron a Polonia de la mano del Instituto Cervantes. La propuesta estaba calando lentamente, pero de forma constante, y EMI les plantó una oferta para editar sus próximos álbumes. Así fue como nació el segundo, “No disparen al pianista” (2006), con un gran recibimiento de la crítica especializada. La sucesión de buenas noticias no trajo consigo la estabilidad, ya que Tuli y Cesar Pop abandonaron el grupo. Pudieron sobrevivir sin teclas, pero los vientos eran poco menos que imprescindible para definir el sonido que habían conquistado, así que no tardaron en contactar con los componentes del grupo de swing madrileño No Reply. El trío de vientos fue un ingrediente importante dentro del siguiente proyecto que afrontaría la banda capitaneada por Alfa.

 

 

A pesar del flamante y reciente fichaje por EMI, el invento no tardó en estropearse debido a una crisis que obligó a la discográfica a deshacerse de una parte importante de sus artistas. El contratiempo no tuvo gran importancia, ya que los de Alameda de Osuna no tardaron demasiado en encontrar un nuevo acomodo en el sello Warner. Con ellos llegó a las tiendas el disco más rockero de Le Punk, “Mátame” (2008), de nuevo muy celebrado por la prensa especializada y con una campaña de promoción bastante más acertada que en ocasiones anteriores. En ella participaron Pereza, Bunbury, Xoel López y Quique González. Todo esto, sumado al impacto del segundo single (‘Te llevo en el corazón’, que fue regrabado junto a Bunbury) colocó al grupo en un territorio fronterizo a un merecido éxito comercial.

 

 

En ese estado de gracia se embarcaron en la gira de presentación de “Mátame”, acercándose a su décimo aniversario con un repertorio espectacularmente inapelable. El cambio de sonido en el directo -derivado de la nueva alineación de músicos sobre el escenario- derivó en una serie de grabaciones en las que actualizaron su cancionero. La idea primigenia era grabar una primera entrega con sus canciones más conocidas, seguida de otras dos que albergaran versiones y rarezas. De puertas afuera, daba la impresión de que todo iba sobre ruedas, que todavía quedaba Le Punk para rato; pero la desagradable sorpresa para los cada vez más seguidores de la banda no tardó mucho en saltar: Alfa, Joe, Dani y Nacho dinamitaban la banda y emprendían nuevos caminos, en esta ocasión por separado. En el mejor momento de la banda, Le Punk decidía dejarlo todo de lado por simple cansancio, por falta de chispa.

Suponemos sin mucho esfuerzo que el capítulo supuso un duro golpe para Alfredo; más si cabe leyendo posteriores declaraciones suyas en las que afirmaba sin tapujos que el único compromiso adquirido durante su vida ha sido el que mantuvo con sus bandas de rock. A pesar de ello, el buen púgil puede besar la lona un par de veces, pero no debe de tirar la toalla mientras pueda mantenerse en pie… y los pies de nuestro protagonista todavía estaban dispuestos a mantener el peso de todas las canciones que bullían en su cabeza; las grabadas y las que estaban por grabar.

 

Reencarnación en solitario
No pasó demasiado tiempo antes de que el autor de “Partisanos” diera señales de vida artística. Si bien podía reconocerse al compositor de Buenas Noches Rose y Le Punk (en esta ocasión más desnudo), la primera grabación en solitario de su vida tuvo como principal novedad el formato de trabajo. En su nueva reencarnación, el protagonista de estas líneas optaría por la edición de epés, un pulso constante de publicaciones sin intervalos demasiado largos entre sí. El primero se tituló “22 de octubre” (2011), cinco canciones que en un principio solo comercializó en vinilo. Sí, el tipo que rozó en dos ocasiones la “gloria” con dos bandas distintas comenzaba carrera en solitario con un formato premeditadamente minoritario.

 

 

Con el segundo epé regresó el Alfa más inspirado, el compositor de himnos. Dentro de “El segundo oficio más viejo del mundo” (2012) nos tropezamos con temas de la envergadura de ‘Las rosas de Caín’ o ‘¿Cuántos soñaron contigo?’ y avisaba en sus agradecimientos de que no tenía otros planes que no fueran los de seguir haciendo sólo y exclusivamente lo que le diera la gana. Eso hizo, ya que el tercero de sus lanzamientos en solitario seguiría la misma senda con idénticas dosis de acierto. Tanto es así que en “El hombre invisible” (2013) encontramos ‘Euterpe’, una composición que su viejo compañero de farras, Rubén Pozo, no tardó en adular y envidiar públicamente tal y como merecía. Otro de sus temas más reconocidos en solitario estuvo incluido en “El ocaso de los Cines Luna” (2013), un epé publicado el mismo año que su predecesor y que cerraba con éxito una etapa en la que Alfredo comenzó a volar solo. “Algo cuelga de mis alas al volar/ no pensé que tardaría tanto en olvidar”, decía en ‘La distancia’, otro tema para quitarse el sombrero de los muchos que trufan un cancionero con el que pateó los garitos de Madrid y de parte de España con una dignidad a prueba de bombas.

 

 

El siguiente pequeño salto mortal consistió en un desafío autoimpuesto. Nuestro protagonista pretendió publicar una trilogía de epes en un plazo de nueve meses grabando y componiendo sobre la marcha. Cada uno de los lanzamientos albergó cuatro nuevos temas que se presentaron en tres conciertos (uno después de cada publicación) en la sala Galileo Galilei de Madrid, escoltado por una banda de lujo bautizada como The Bang y compuesta por Pablo Galiano (guitarra), Dani Patillas (bajo), Joe Eceiza (guitarra) e Iñigo Iribarne (batería) en sus filas. La primera entrega del proyecto llevaría por título “Destierro en San Dimas” y se abría con la espectacular ‘Los amores bastardos’, cantando a dúo con Rozalén unos maravillosos versos que comenzaban quebrando el silencio como sigue: “Hace ya una hora que el pecho se le escora y el ron se evaporó del vaso y ha perdido el ritmo del himno que ayer, aún, le marcaba el paso”.

 

 

Esa canción, destinada a erizar pieles, abrió boca a lo que vino después: tres maravillas a la altura de la primera. El segundo de los epés mantenía el gran nivel creativo al que nos tiene acostumbrados durante más de dos décadas de trayectoria, aunque también incluyó una versión: ‘Canción para ellos’, un clásico de los míticos Barón Rojo. Para cerrar la trilogía soltó otras cuatro grabaciones repletas de carnavales, piedras convertidas en arena, primaveras, banderas a medio arder, deseos, complejos y blues desgarrados bajo el ilustrativo nombre de “El predicador eléctrico”. Resumiendo: en menos de un año fue capaz de componer, grabar y editar una docena de canciones capaces de aguantar un pulso a las de cualquiera de los que copan las listas de mejores álbumes del rock español de las últimas décadas.

Esta aventura, compartida en parte con antiguos compañeros de banda, pudo ser el principio del regreso de Le Punk. En noviembre de 2016 anunciaron la firme intención de comenzar a engendrar un digno sucesor para “Mátame”; eso sí, no dieron ninguna fecha concreta, ya que tomar los regresos con calma suele ser garantía de éxito. Todo esto no implica que Alfredo abandone sus conciertos en solitario: próximamente, el 10 de junio, vuelve a la carga en el Dog & Roll de Madrid. Con total seguridad, la batalla no ha hecho más que empezar para un tipo dedicado en cuerpo y alma a escribir canciones que se han convertido en pequeñas tablas de salvación para un buen número adictos al rock and roll con carga de profundidad durante más de veinte años. ¡Sombreros fuera!

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