“La primera luz del día”, de Elefantes: Luminoso corazón contento

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“‘La primera luz del día’ empieza a cerrar el disco atravesando lo que le impulsó a ser lo que es: una idea de luces y sombras entre periodos de alegrías”

 

La próxima semana ve la luz el nuevo trabajo de Elefantes, “La primera luz del día”. Carlos H. Vázquez asiste a la escucha del disco con la banda y analiza las claves del disco.

 

Texto CARLOS H. VÁZQUEZ. Fotos: PATRICIA J. GARCINUÑO.

 

Hacía tiempo que un disco de Elefantes no empezaba con un tema instrumental. Para ello habría que remontarse al año 2003, cuando el grupo de Shuarma (voz y guitarra), Jordi Ramiro (batería), Julio Cascán (bajo) y Hugo Toscano (guitarra) publicaba “La forma de mover tus manos” (EMI, 2003).

‘Sonam sut’, compuesta por Jordi, fue la elegida para dar la bienvenida a ese tercer álbum. En el presente, “La primera luz del día” (Warner, 2018) rescata esa iniciativa —ojalá termine siendo tradición— con un tema que llega a los oídos a través de la A4, la autovía del Sur. La canción, que además da título al elepé, parte de la guitarra de Hugo (en sonido y composición) y es la antesala de ‘Donde haya silencio’, con todo dispuesto para aprovechar lo que puedan dar de sí las veinticuatro horas de una jornada. “El disco hace un recorrido por las distintas emociones que puedes tener a lo largo del día. Habla sobre la amistad, los sueños y de mirarse un poco hacia dentro”, contaba Shuarma el pasado viernes 1 de febrero en la presentación del disco en las oficinas de la discográfica.

 

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“Por los estudios Blind Records de Santos Berrocal y Florenci Ferrer ha pasado lo mejor del panorama nacional: Iván Ferreiro, Ricky Falkner, Supersubmarina, el propio Shuarma en solitario…”

 

Elefantes es de esos grupos que saben hacer muy bien lo suyo y experimentan conociendo por dónde tienen que ir. La producción, sin ir más lejos, vuelve a ser de Santos & Fluren. Ellos fueron los encargados de trabajar ‘El rinoceronte’ (Warner, 2014), el principio de la nueva vida del grupo de Barcelona después de cerca de diez años sin publicar nada juntos. ¿Qué ventajas tiene delegar los mandos del estudio a alguien externo? Básicamente la confianza. En los estudios Blind Records de Santos Berrocal y Florenci Ferrer crecieron Sidonie y Love of Lesbian, y por allí ha ido pasando lo mejor del panorama nacional: Iván Ferreiro, Ricky Falkner, Supersubmarina, el propio Shuarma en solitario, Lucas Masciano, Izal, Mucho… y un extenso etcétera, donde también se encuentra Beth.

‘Mis sueños’, la tercera canción de “La primera luz del día”, habita en la música española de los sesenta. Coros “pa-pa-pa-parapa-parapa…”, panderetas optimistas y metales (Roger Conesa al saxo tenor, Iván Sáez con el saxo barítono y Samuel García en la trompeta). “Sigo persiguiendo mis sueños, más grandes o pequeños, pero míos al fin. Aunque a veces llegue la niebla y no me permita verlos”, canta Shuarma. ‘Isabel’, por su parte, recuerda a ‘La niña morena’ (de “La forma de mover tus manos”). De hecho, los primeros acordes de la guitarra del principio son calcados. La diferencia está en que los actuales son de guitarra eléctrica y los de entonces se grabaron con una guitarra española. Un dato: “La forma de mover tus manos” fue producido por Phil Manzanera (Roxy Music) y Quimi Portet (El Último de la Fila).

En ‘Cada vez’, en cambio, hay guitarras de doce cuerdas, pero también están bordeando los años sesenta. No faltan los violines (repite Samuel García) ni los mensajes de esperanza: “Cada vez que alguien camina un camino, cada vez da una nueva pista al destino”. Al mismo pie, canción y grupo se muestran iguales a la vez. La transparencia.

 

 

También hay que hablar de la producción de Santos & Fluren en ‘Alma’, tema en el que confluyen los detalles sonoros más referenciales de “El rinoceronte” y “Nueve canciones de amor y una de esperanza” (Warner, 2016). En ella está esa parte de sintetizadores, a ratos oscuros, y en otros momentos del disco, la parte orgánica, donde los instrumentos de la estructura base (bajo, guitarra y batería) tienen más presencia. ‘Dame la mano’, psicodélica a su manera, sirve de puente entre ‘Alma’ y ‘Vuelo en avestruz’, la más folclórica de todas.

‘Loco’ padece (para bien) el síndrome de Peter Pan. Esto no es nuevo, porque la temática del amor y lo onírico son cosas que siempre han estado ligadas a las historias que laten en las letras de Shuarma (‘Mi estrella’, ‘Lo más pequeño’…): “Yo a veces soy un niño que no deja de hablar”, canta el músico en esta, la novena canción.

Es posible que la siguiente, ‘Quiero’, sea una extensión de la ya mentada ‘Mis sueños’. Incluso se repiten los arreglos de vientos de Shuarma, Fluren y Roger Conesa. Empieza poco a poco, como tímida, pero no tarda en soltarse. Una canción que crece es una canción que se agradece, y se siente tan ajena como propia.

 

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Shuarma: “El disco hace un recorrido por las distintas emociones que puedes tener a lo largo del día. Habla sobre la amistad, los sueños y de mirarse un poco hacia dentro”

 

Al ser conceptual, “La primera luz del día” empieza a cerrar el disco atravesando lo que le impulsó a ser lo que es: una idea de luces y sombras entre periodos de alegrías. “La tormenta llegará otra vez, pero ahora nos sabemos proteger mejor”, advierte la letra de ‘Al oscurecer’. También, como su predecesora, la gradualidad está presente.

Como al principio, el álbum se termina con otro tema instrumental, también de Hugo, y con un título muy parecido: ‘La primera luz del nuevo día’. La guitarra es solitaria, reflexiva, pero sobre todo nocturna, como la de Julian Lage en “Arclight” (sirva de ejemplo ‘Nocturne’), la de El Twanguero con ‘Minor rag / Spanish rag’ o la inconfundible del ‘Hallelujah’ de Jeff Buckley. Por cierto, es conveniente dejar pasar unos segundos de silencio tras ‘La primera luz del nuevo día’ y no levantarse si se quiere escuchar la bola extra de regalo, que lleva por título ‘El enfado’.

Cada canción de Elefantes, pasado un tiempo, necesita verse completada por las próximas, como en un disco sin final de un grupo que ha sabido y sabe entretener a los niños, enamorar a los adolescentes, crecer con los adultos y ayudar, si se quiere, a los abuelos. En general, iluminando caminos. Ya lo escribió Federico García Lorca: “El sol se lleva tu alma para hacerla luz”.

 

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