Juan Perro y La Zarabanda: Apuntando a África

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«En su labor didáctica, Juan Perro compagina el ratón de biblioteca con el showman verbenero. Porque la Zarabanda contagia alegría. Y ofrece pistas. Por ejemplo, el papel perdido de la radio como vehículo transmisor de cultura popular»

 

 

Juan Perro actúo el viernes en La Mar de Músicas (Cartagena) presentando La Zarabanda, su nuevo espectáculo. Eduardo Tébar estuvo allí para ver qué ha puesto en pie Santiago Auserón.

 

 

Juan Perro y La Zarabanda
27 de julio de 2012
Festival La Mar de Músicas, Cartagena (Murcia)

 

 

 

Texto y foto: EDUARDO TÉBAR.

 

 

Inquietante singladura la de Santiago Auserón. Cuando quiso experimentar vanguardias en Radio Futura, dejó para la posteridad un ramillete de canciones populares. En cambio, cuando se mete en la piel de Juan Perro, en busca de ese candor folclórico, queda relegado al cajón del sesudo laboratorio de músicas. La paradoja, tan irremediable en el arte como en la vida. Honestidad ante todo. Así abre camino el zaragozano en el negocio desde hace más de treinta años. Y pocos llegan a este punto arrastrando semejante voracidad de conocimiento y espectáculo. Con 58 tacos recién cumplidos, Auserón es una mina de chispa, agilidad y lucidez.

Se coló en el cartel de La Mar de Músicas a última hora, en sustitución de los franceses Zebda. Pero resultó la gran estrella de la noche del viernes, mérito para el que antes se había roto los cuernos Vinicio Capossela. La Zarabanda está dirigida por un guitarrista todoterreno, Joan Vinyals. Incluye trío de metales, refuerzo mestizo en la percusión, un batería de Camagüey, un tresero flamenco –“el primero de la historia”– … Y la danza embelesadora de Kata Kanona. Una máquina engrasada para la mixtura afroamericana. De eso trata esta gira. Auserón recapitula los veinte años de investigación de Juan Perro. África en la brújula. Fusión racial. Lo que el antropólogo cubano Fernando Ortiz acuñó como los efectos de la transculturación. En el caso de Santiago –que publicará un libro sobre esta materia en octubre–, sin perder de vista la conexión histórica con España, ya casi reducida al cante jondo. “Parece que no queda rastro de todos los que han pasado por aquí. ¿Acaso nos han lobotomizado?”, se preguntaba en Cartagena.

Fiesta y erudición. Ayudaba, y mucho, la estampa porteña junto a los vestigios romanos de la ciudad. “Este puerto es el más antiguo de Levante. Aquí han traficado durante 3.000 años. Si queda algo, lo compartimos”. Curioso: la anterior visita de Auserón al festival fue acompañando a Compay Segundo, a quien dedicó la primera mitad del concierto. ‘Reina Zulú’, ‘Pájaro de Siracusa’, ‘Obstinado en mi error’, ‘La charla del pescado’, ‘Río Negro’, parada en Nueva Orleans para saludar a Fats Domino y marchar con los santos. En su labor didáctica, Juan Perro compagina el ratón de biblioteca con el showman verbenero. Porque la Zarabanda contagia alegría. Y ofrece pistas. Por ejemplo, el papel perdido de la radio como vehículo transmisor de cultura popular. Un boogaloo que conduce al ‘Twist and shout’. Los mambos de Pérez Prado. La sentimentalidad de Duke Ellington.

Si observamos el antecedente de su disco en directo con la Original Jazz Orquestra del Taller de Músics, queda clara la parte predilecta de su repertorio. Imposible entender a Juan Perro sin el influjo habanero. Y sin el hallazgo luminario de El Guayabero. Huella muy marcada en temas como ‘El cigarrito’, la única que rescató del maravilloso “Cantares de vela”, que estos días cumple una década. En ese sentido, echamos en falta una revisión de ‘A un perro flaco’, génesis ilustrativa de esta historia. La Zarabanda debe su nombre al baile de negros más famoso en España, antes de su entrada en los salones de la música cortesana europea. Tras la actuación de Juan Perro, solo nos apetece eso. Bailar, reír y brindar. Muy mezcladitos.

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