José Ignacio Lapido y Quique González: Celebrar más los goles del otro

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«Parece que se desprenden del traje de compositores y se visten solo de intérpretes enamorados de una canción, como haría cualquier persona corriente en una fiesta cuando escucha sus temas favoritos»

 

José Ignacio Lapido y Quique González, pletóricos, el sábado soltaron a los perros en Madrid y la noche estuvo plagada de intensidad y emoción.

 

 

José Ignacio Lapido y Quique González
22 de noviembre de 2014
Sala La Riviera, Madrid

 

 

Texto y fotos: ARANCHA MORENO.

 

 

Cuando terminó el concierto en La Riviera nadie quería irse. Sobre el escenario, la banda estaba pletórica; debajo, el público aún saboreaba el último tramo del concierto, ‘Cuando el ángel decida volver’ y ‘¿Dónde está el dinero?’. Dos buenos trallazos para despedirse de un concierto atípico, encabezado por dos poetas del mejor rock nacional: José Ignacio Lapido y Quique González. Dos músicos de oficio; dos tipos que caminan solos y que en pocos meses han montado una auténtica banda de rock and roll para una gira al alimón aún más auténtica: «Soltad a los perros».

Habían desfilado dos horas de rock en las que uno y otro habían ajustado cuentas con sus propios deseos. Quique se moría de ganas de interpretar ‘Ladridos del perro mágico’, la canción con la que abrió la noche; Lapido había confesado, en el reportaje ‘Cronología de una conjura’ de los «Cuadernos Efe Eme», que estaba deseando tocar ‘Deslumbrado’. Los dos estaban como locos por abordar el repertorio del otro, tanto que en muchas ocasiones de la noche Quique encaró gran parte de las canciones de Jose Ignacio y viceversa. Nada de compartir solo suelo, como sucede en otras giras conjuntas: este era un proyecto a cuatro manos, o a catorce, contando con la magnífica banda que les acompañaba. De la cuerda de Lapido estaban sus sempiternos Víctor Sánchez (guitarra) y Raúl Bernal (teclista); de la de Quique, Pepo López (guitarra) y Edu Olmedo (batería); y equilibrando fuerzas, Ricky Falkner, en un discreto segundo plano, como buen arquitecto. Cuatro guitarras muy solventes, unos teclados y un Hammond destelleantes cual luciérnaga y un bajo y una batería capaces de sostener todo aquello con gran seguridad.

Fue una noche de pocas palabras, pero de mucha emoción y complicidad. El repertorio estaba construido sobre sus propios gustos, sin atender a últimos discos ni grandes éxitos. Rescataron a 091 con ‘Nubes con forma de pistola’, una canción visionaria según Quique; tocaron ‘Se equivocaban contigo’, uno de los temas del madrileño que suenan poco en directo; prescindieron de algunos clásicos de ambos y apostaron por la cara más rockera del repertorio. “Mira, esa es la nueva de Quique”, decía un tipo despistado entre el público, al oír los primeros acordes de ‘El más allá’. Se le perdona: los trazos estaban tan bien hechos que a veces costaba distinguir entre el repertorio del madrileño y el del granadino.

Ellos mismos se fueron «robando» pasionalmente las canciones del otro, encarando el madrileño más voces en las canciones de su compañero y viceversa. Quique dejaba a ratos la guitarra para cantar y bailar sin estar encorsetado, y a Lapido, más contenido por naturaleza, se le escapaban sonrisas y gestos de emoción dejándose llevar por las canciones. Durante todo el partido, el equipo celebraba más los goles del contrario.

Fue un concierto álgido de principio a fin, pero hubo momentos especialmente intensos. Entre los instantes culmen del concierto, se impusieron temas como ‘Kid Chocolate’, de corte muy guitarrero y con un espléndido final gracias a la Gibson del granadino. ‘Hotel Los Ángeles’ dejó el concierto muy arriba, y aunque chocó la bajada de revoluciones del siguiente, también brilló el potente final de ‘En el backstage’. Con la nueva ‘Clase media’ se vivió otro de los momentos más profundos de la noche, repleta de miradas cómplices. ‘De espaldas a la realidad’ respiró un rock and roll muy acentuado en vivo, que el madrileño bailó como si no hubiera un mañana. Lo mismo ocurrió con ‘Cuando por fin’, de los temas más celebrados en la sala, con el que Quique desapareció del escenario bailando hasta cuando nadie podía ya verlo. En el ángulo muerto; en el backstage. Hasta quedarse a solas.

Pero hubo también minutos de enorme sensibilidad, como cuando sonó ‘Algo me aleja de ti’. La primera estrofa, que defendió su propio compositor, fue tan sentida que el ex 091 se llevó una batida de aplausos nada más terminar, y así siguió el tema, que ambos han grabado por separado e interpretado en otros conciertos. La cara B –tal vez la A– de estos dos músicos que se debaten entre la energía del rock y el amor por las canciones tristes.

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Muchos músicos suelen recurrir a la honestidad cuando hablan de cómo se enfrentan a su trabajo, pero ¿cómo explicar en qué consiste? Tal vez desprendiéndose de egos, de visos comerciales; dejar que manden y que brillen las canciones, a veces en detrimento del lucimiento personal del propio artista. Algo así sucede en esta gira. Sorprende encontrarse a dos músicos que disfrutan tanto o más con el repertorio ajeno que con el propio; se graba en la retina la estampa de los vocalistas cantando a pleno pulmón aunque en ese momento no lo hagan al micrófono. Parece, incluso, que se desprenden del traje de compositores y se visten solo de intérpretes enamorados de una canción, como haría cualquier persona corriente en una fiesta cuando escucha sus temas favoritos. Supongo que responde a que los dos ya disfrutaban de los discos del otro desde hace tiempo, ya cantaban esas balas ajenas y empatizaban con el repertorio de su compañero mucho antes de que se lanzaran a compartirlo en directo. Defienden lo que sienten. Creo que eso es ser honesto.

La noche fue un ejercicio de generosidad, no solo hacia las canciones del otro, sino hacia los músicos que les acompañan, cruzando continuamente sonrisas de un lado al otro del escenario. Justo antes de la traca final, sonó una enérgica ‘Vidas cruzadas’, y empezaron a cruzarse en el escenario. La sala estaba completamente volcada en cada estrofa. González se alejó del micrófono principal y le robó el suyo a Víctor Sánchez, para empujar así al guitarrista a ponerse en el centro del escenario y cantar uno de los estribillos, lo mismo que hizo Pepo López en el siguiente. Esto iba de disfrutar, y eso hicieron durante toda la noche.

En los últimos acordes de ‘¿Donde está el dinero?’ aullaron el nombre de la gira, «Soltad a los perros». Y así se fueron. Aún les quedan dos bolos por delante, el viernes en Granada y el sábado en Sevilla. Quién sabe qué ocurrirá después. De una gira así es muy difícil despedirse. Ojalá no lo hagan todavía.

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