Johnny Cash y los años con Rick Rubin: Canciones desde el purgatorio

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«Todo sigue sonando natural y muy “auténtico”, tal vez la palabra que más se ha empleado para definir estas grabaciones. Sentimiento puro. Voz, guitarras y canciones a las que se les ha sacado lo que nadie había visto en ellas hasta entonces. Un legado musical a la altura de una leyenda»

 

La reciente publicación de «American VI: Ain’t no grave» es una invitación a introducirnos en la serie de grabaciones que Rick Rubin dirigió para Johnny Cash. Algo así como el legado de este gigante de la música popular norteamericana.

 

Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.

 

El 14 de mayo de 2003, tras las complicaciones de una operación a corazón abierto, fallecía en Nashville, Tennessee, la cantante June Carter, señora de Cash desde 1968. Abatido tras la pérdida de la mujer que lo rescató de las sombras treinta y cinco años atrás, Johnny Cash llamó a su amigo y productor Rick Rubin poco después del entierro. Necesitaba meterse en el estudio de grabación y no pensar en nada más. “Si no lo hago, no podré seguir viviendo”. Hasta cuarenta canciones llegaron a registrar juntos en aquellos días de tristeza y melancolía. Cuatro meses después, a pesar de la música, el artista siguió a su esposa.

Parte de ese material ya apareció en el quinto volumen de la serie American, «A Hundred Highways», así como en la impagable caja «Unearthed», pero Rubin guardaba aún suficientes grabaciones como para dar forma, siete años después de la muerte de Johnny Cash, a un nuevo y notable trabajo.

“No hay tumba que pueda mantenerme bajo tierra”. Así suena el verso que da título a este disco, «American VI: Ain’t no grave». Aunque en los foros de música country se venía especulando sobre la posibilidad de un álbum doble, de la reunión de medio centenar de temas, al final son sólo diez cortes, poco más de treinta minutos, los que conforman el cuerpo de este trabajo en el que la voz de Cash sigue conservando esa capacidad única de alcanzar el alma de cada oyente.

También sobre eso se hablaba en los foros. ¿Estaría la voz de Cash, pocos meses antes de su muerte, a la altura de las anteriores grabaciones? Ya en el vídeo musical del tema ‘Hurt’, en 2002, se podían observar los estragos que el síndrome de Shy-Drager (diagnosticado como Parkinson al principio) estaban causando en el artista. Pero todos esos miedos se revelan ahora infundados al escuchar una voz poderosa y llena de matices. Está claro que no se trata del Cash que hizo temblar los cimientos de las prisiones en los sesenta, ni falta que hace. Lejos de suponer un lastre para estas grabaciones, los problemas físicos y anímicos del artista les otorgan una evidente carga de emoción dotándolas de una calidez y un intimismo estremecedores.

Rick Rubin rodeó a Cash del equipo habitual de otras sesiones, con un fabuloso trabajo de las guitarras a cargo de Mike Campbell, Smokey Hormel y Matt Sweeney, junto a los teclados de Benmont Tench, entre otros músicos. Particularmente escalofriante son esos golpes y cadenas que se escuchan en el corte que da título al álbum, una canción que marca una diferencia musical respecto al resto del conjunto, con un cierto aire marcial, de resonancias lúgubres.

Una gran melancolía impregna todo el álbum, aunque no por ello puede definirse como un trabajo gris o triste. Una ecléctica selección de temas, que van del country y el gospel al pop-rock, se convierten al pasar por las manos de Cash y Rubin en creaciones completamente nuevas, que logran transmitir sensaciones nuevas y a veces diferentes de la versión original.

Tras la apertura a cargo de la citada ‘Ain’t No Grave’, ‘Redemption Day’, de Sheryl Crow, se presenta como la canción más larga y enérgica, una versión interesante, pero difícil de disfrutar en su plenitud cuando los primeros versos del siguiente corte golpean al oyente como un doloroso presagio ya confirmado: “No estés tan triste / sé que todo ha terminado / pero la vida sigue / y este mundo continuará girando”. Cash ya había comentado anteriormente que esta ‘For The Good Times’ era una de sus creaciones favoritas de Kris Kristofferson, su viejo camarada en las filas de los Highwaymen y probablemente el autor del que ha tomado más canciones durante su etapa junto a Rick Rubin. Tal vez esa conexión especial con la obra y el autor hacen de esta canción uno de los puntos álgidos del disco, donde la voz de Cash suena con más entidad. En cuanto a la letra, la interpretación y circunstancias del artista transmutan la historia de los amantes que se separan en una irremediable despedida del cantante con el oyente.

Apenas se recupera uno de ese corte cuando llega la bíblica ‘I Corinthians 15:55’, la última canción compuesta por Johnny Cash, con una melodía particularmente agradable. Se trata de una pieza gospel con ritmo country que toma como base ese pasaje del libro de Corintios: “¿Dónde está, oh Muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh sepulcro, tu aguijón?”.

El ambiente se relaja un poco a partir del siguiente tema, siendo esta segunda parte del disco algo más ágil e iluminada. ‘Can’t Help But Wonder Where I’m Bound’ es un buen ejemplo, con una instrumentación agradable y una excelente combinación de voz y guitarras.

Las siguientes, ‘Satisfied Mind’, ‘I Don’t Hurt Anymore’ y ‘Cool Water’, son tres piezas country marcadas en algún caso por aire de blues, con algo más de ritmo y un Cash haciendo gala de una energía difícil de creer teniendo en cuenta su situación.

El disco se cierra con dos piezas que también dejan huella. El vals de sabor ingenuo ‘Last Night I Had The Strangest Dream’, queda casi como el mensaje de toda una vida, con su proclama antibelicista y en favor del entendimiento entre todos los hombres. Finalmente, la balada blues de raíces hawaianas ‘Aloha Oe’, esconde uno de los mejores arreglos de guitarra del álbum, de un dramatismo notable frente a la interpretación de Cash, más comedida.

De ser realmente este «American VI: Ain’t no grave» el último disco que se publique con material de los días de Cash junto a Rick Rubin, hay que decir que el broche no podría ser más adecuado. La serie concluye con la misma calidad que se inició. Como en aquel primer trabajo, es difícil señalar algún corte que esté de más, que suene a relleno. Tampoco se ha recurrido a revisitar grandes éxitos o a maquillar la voz de Cash con arreglos instrumentales. Ni siquiera a buscar un dramatismo especial. Todo sigue sonando natural y muy “auténtico”, tal vez la palabra que más se ha empleado para definir estas grabaciones. Sentimiento puro. Voz, guitarras y canciones a las que se les ha sacado lo que nadie había visto en ellas hasta entonces. Un legado musical a la altura de una leyenda.

 

ENTRA UN HEAVY BARBUDO

Los años ochenta no fueron los mejores para Johnny Cash. Su contrato con Columbia había terminado a comienzos de la década y no volvió a firmar con otra compañía, Mercury, hasta 1987. Por otro lado, más le valdría no haber estampado su rúbrica, pues los discos de esa etapa no le hicieron ningún bien. La crítica los ignoró, en el mejor de los casos, y el público mostró aún menos interés. Ante la indiferencia del sello, Cash decidió grabar su último disco para ellos en 1993. Fue entonces, relegado por la industria, desconocido para el nuevo público, cuando Johnny Cash recibió una llamada telefónica de Rick Rubin.

El joven barbudo que había desarrollado el sonido salvaje de los Beastie Boys y que era considerado uno de los grandes gurús del rock duro, no parecía a priori la persona indicada para intentar reflotar la carrera de un veterano de la música country. Pero Rubin demostró ser un tipo inteligente al no plantearse reinventar a Cash adaptándolo a los nuevos tiempos —como estaban intentando justo en ese momento con Tom Jones—. Por el contrario, hizo que los nuevos oyentes se amoldarán al creador de ‘I walk the line’. Pero antes debía desnudar su estilo, para poder ofrecerles así al Cash auténtico, al que convenció a Sam Phillips cuarenta años atrás.

Dado que tenía poco que perder, el cantante aceptó fichar por el sello de Rubin, American Recordings, y éste le puso por delante una selección de varias decenas de temas para empezar a trabajar. Las canciones tenían poco que ver con el country tradicional que muchos podrían esperar de Cash. Casi todos era autores contemporáneos, de los que finalmente se escogieron piezas de Neil Diamond, Nine Inch Nails, Lennon y McCartney, Nick Cave, Beck, Soundgarden, Danzig, Leonard Cohen, Neil Young o Depeche Mode, entre otros muchos. Una selección conceptualmente oscura y melancólica, que requería un tratamiento musical a la medida.

Rubin se dejó de arreglos floridos y apostó por sesiones intimistas, que evocaran los recuerdos que atesoraba Cash de la música en las iglesias y caminos rurales de su infancia; guitarras y algún órgano, poco más. Creado de este modo el ambiente propicio, la voz del cantante se encaminó por sí sola hacia terrenos inexplorados hasta el momento, alcanzando recodos algo tenebrosos.

 

«AMERICAN RECORDINGS» (1994)
UN DEDO PARA LOS TRADICIONALISTAS

Hecha la apuesta, la jugada empezó a dar frutos rápidamente. Cantante y productor demostraron entenderse bien, con un respeto mutuo que a muchos les costaba entender. Disfrutaban del clima creado, y las canciones fluían una tras otra. Así llegó, en 1994, el primer disco, «American Recordings» (1994), que incluía seis temas del propio Cash y siete versiones. ‘Delia’s Gone’ (Cash), ‘The Beast In Me’ (Nick Lowe), ‘Why Me Lord’ (Kristofferson), ‘Bird On A Wire’ (Cohen) o ‘Down There By The Train’ (Tom Waits), son algunos de los mejores momentos de un disco que golpeó sin previo aviso la industria musical.

El sector tradicionalista de la música country le dio la espalda al trabajo, es de suponer que horrorizados ante las pintas del productor de marras. Sin embargo, el disco se alzó con el Grammy al mejor álbum de Folk Contemporáneo de 1994. Saboreando la victoria, Rubin y Cash decidieron responder a la actitud oficial de Nashville publicando en prensa un anuncio con la célebre foto del cantante “levantando el dedo”, junto a la frase: “Johnny Cash y American Recordings querrían agradecer su apoyo al establishment musical de Nashville y a las emisoras country” (anuncio que reciclarían para celebrar el triunfo del siguiente disco).

 

 

«UNCHAINED» (1996)
REAFIRMANDO LA APUESTA

Ante un gran éxito, siempre surgen las dudas de si habrá sido cosa de talento o pura casualidad. Para zanjar esa cuestión salió al mercado en 1996 «Unchained», otra joya destinada a ganar un nuevo Grammy, esta vez al mejor álbum de Country, y que contó con Tom Petty and The Heartbreakers como banda de apoyo.

Para esta ocasión, la pareja creadora ya había advertido que la clave estaba en los temas ajenos y en la capacidad de Cash para hacerlos suyos. Es curioso que éste segundo disco, a pesar de la necesidad de asentar la propuesta, sea el que incluye menos temas conocidos, aunque no por ello menos interesantes, como el ‘Rowboat’ (Beck), ‘Rusty Cage’ (Chris Cornell, de Soundgarden) o ‘Southern Accents’ (Tom Petty). Es el disco más eléctrico y tal vez por ello el menos intimista, aunque eso no le resta el más mínimo encanto a un trabajo ejecutado con maestría.

 

 

AMERICAN III: SOLITARY MAN» (2000)
A LAS PUERTAS DEL CIELO

Habría que esperar cuatro años hasta el siguiente disco de la serie. Cash estuvo recuperándose durante ese tiempo de una neumonía, amén de afrontar otros proyectos surgidos a raíz de su recobrado prestigio y popularidad. Cuando volvió a meterse en el estudio con Rubin, el resultado fue uno de los mejores discos de la serie. «American III: Solitary Man», editado en el año 2000, combinaba una gran cantidad de temas plenos de energía y que permitían una clara identificación con el intérprete. Así ocurre con ‘One’ (U2), ‘I Won’t Back Down’ (Tom Petty) o el corte que da título al disco ‘Solitary Man’, legendaria composición de Neil Diamond (destinado a ser rescatado por Rubin algunos años después), con el que Cash alcanza uno las cotas más sublimes de su carrera. Por esa interpretación, el cantante volvería a recoger un premio Grammy, esta vez  a la mejor actuación vocal masculina de Country. Marty Stuart, Merle Haggard, Mike Campbell o Randy Scruggs fueron algunos de los que empuñaron sus guitarras para acompañar a Cash en unas grabaciones memorables, en las que también participaron Sheryl Crow, acordeón en mano, mientras Haggard, Will Oldham  y Tom Petty también aportaron sus voces.

 

 

«AMERICAN IV: THE MAN COMES AROUND» (2002)
EPÍLOGO HOMÉRICO

Teniendo en cuenta la deliciosa experiencia que supone escuchar ese «American III: Solitary Man», no eran pocos los que se frotaban las manos, ansiosos ante la nueva sorpresa que pudiese deparar el tándem Cash-Rubin. Y la sociedad no decepcionó. Tan sólo dos años después llegaba a las tiendas «American IV: The Man Comes Around», un disco plagado de grandes momentos, desde la canción que le da título, firmada por Cash, a una versión impagable del ‘Bridge over troubled water’ de Paul Simon, ‘In my life’ de los Beatles, ‘Desperado’ de los Eagles o una soberbia recración de ‘Personal Jesus’ de Depeche Mode. Mención aparte merece el ‘Hurt’ de Trent Reznor (Nine Inch Nails). Los espeluznantes arreglos –con ese órgano que parece preceder a la apertura de las puertas del Cielo (o el Infierno)–, la espectral interpretación de Cash, y en definitiva, el clima logrado entre todos los implicados, la convierten en el mejor resumen del espíritu de esta saga.

Cada cual tendrá su corte preferido, pero puestos a escoger un tema que represente mejor lo que significó en todos los sentidos esta aventura musical, sin duda habría que señalar éste. Para redondear el asunto, resulta sobrecogedor el vídeo musical que se lanzó (que se apuntó un Grammy), un espléndido proyecto que combinaba barrocas imágenes de un anciano Cash, de aspecto lastimoso, con otras de diversas etapas de su vida. El vídeo dejaba aún más claro que la canción podía verse como el gran epílogo musical del artista, el ‘My way’ particular del Hombre de Negro.

 

 

«UNEARTHED» (2003)
FESTÍN PARA ALIVIAR AUSENCIAS

Apenas había pasado un año desde la publicación del que quizás fue el mejor disco de estudio de su carrera, cuando la voz de Johnny Cash se apagó para siempre, el 12 de septiembre de 2003. Por suerte, las sesiones junto a Rubin habían dado tanto de sí que el orondo productor de barba imposible atesoraba decenas de grabaciones inéditas que no palidecían en absoluto ante las ya editadas.

Así fue como tomó forma, apenas tres meses después de la muerte de Cash, una caja fabulosa y sin desperdicio, «Unearthed» (2003), que incluía un compacto con lo mejor de la serie American junto a otros cuatro jugosos discos de generosa duración y repletos de nuevo material. Cada uno de ellos obedecía a una sutil concepción determinada. Así, por ejemplo, el primero de ellos, «Who’s Gonna Cry», reúne temas marcados por el paso del tiempo. Canciones de Cash y otros autores que se recuperaban siguen sobre todo un criterio nostálgico. Desde una pieza de la legendaria Maybelle Carter (su suegra) a composiciones Jimmie Rodgers, Merle Travis, un par de Billy Joe Shaver y otras dos de Kris Kristofferson.

El segundo compacto, «Trouble in Mind», entronca directamente con el disco Unchained, ofreciendo más material de aquellas sesiones con Tom Petty and the Heartbreakers, e incluso algunos miembros de Red Hot Chili Peppers. Neil Young, Steve Earle, Roy Orbison o Dolly Parton son algunos de los compositores seleccionados para un disco en el que, junto a un par de directos, se incluye también un dúo de estudio con Willie Nelson.

«Redemption Songs», el tercer disco, reúne cortes más básicos y acústicos, con una selección musical tal vez menos atractiva que el anterior, pero quizá por ello esconde más joyas por descubrir. Incluye varios dúos, entre ellos con Fiona Apple, Joe Strummer y Glen Campbell.

Sin embargo, es el siguiente disco el más interesante de esta caja por varias razones. «My Mother’s Hymn Book» es un trabajo conceptual independiente del resto, que llegó a ser editado de manera sencilla al año siguiente. Se trata de una colección de canciones e himnos espirituales cristianos que el cantante aprendió de su madre. En el amplio libreto incluido en la caja, Cash habla largo y tendido sobre estas grabaciones, de las que llegó a reconocer que habían consolidado su disco favorito de cuantos había grabado. En este caso no hay banda ni colaboradores. Sólo la voz de Cash, su guitarra y su fuerza espiritual. Irresistible.

 

 

«AMERICAN V: A HUNDRED HIGHWAYS» (2006)
UNGÜENTOS PARA EL ALMA

Habrían de pasar tres años hasta que Rubin se animó a lanzar un nuevo disco de Cash. «American V: A Hundred Highways», no se nutre de descartes o viejas grabaciones, pues la mayor parte del material corresponde a esos últimos meses de tristeza y desolación entre la muerte de June y la suya propia.

Retoma este disco el tono del tercero e incluso el cuarto volumen, con planteamientos muy acústicos y un aire más sombrío. No en vano es un álbum concebido en una época difícil del artista, entre la muerte de su esposa y la suya propia. Entre temas de Gordon Lightfoot, Bruce Springsteen y Hank Williams, destaca por la fuerza de su mensaje, en el contexto mencionado, el corte de apertura, ‘Help Me’, de Larry Gatlin, que Cash convierte en un estremecedor lamento.

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