Jesús Ordovás: “Fiebre de vivir’ es necesario para que mucha gente se dé cuenta que La Movida no surgió de la nada”

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“Ya no te juegas la vida yendo a una discoteca de barrio a ver a un grupo que no conoce nadie, pero que puede ser la nueva esperanza del rap o del rock”

 

Entrevistamos a Jesús Ordovás, que acaba de publicar “Fiebre de vivir”, un libro que es una historia viva del rock español durante los años setenta del pasado siglo.

 

Texto: Manolo Tarancón.

 

Es uno de los periodistas más inquietos de este país. Su veteranía le ha llevado a vivir los momentos y los cambios más importantes que han surgido en España en las últimas décadas. Fue parte activa de lo que ocurría a nivel musical en los diferentes medios (en prensa, radio y televisión) en los que ha trabajado.

“Fiebre de vivir”, su nuevo libro (editado por Efe Eme), supone una retrospectiva a los años setenta, esa década que precedió a La Movida y que fue esencial para establecer los cimientos de una nueva oleada de actitud y aptitud de muchísimas propuestas musicales. Jesús Ordovás saca a la luz parte de su archivo y nos brinda en este volumen entrevistas y reportajes publicados en aquellos años donde todo estaba por inventar.

Después de “Esto no es Hawaii”, editado también en Efe Eme y que repasaba la década de los 80, uno de los periodistas más aclamados y respetados de nuestro país nos acerca su visión de lo que fue una década imprescindible para entender nuestra música y se somete a estas preguntas que giran alrededor de este libro recién publicado.

 

Con toda la trayectoria a tus espaldas de décadas manejando información y vivencias, ¿te ha resultado difícil enfrentarte al archivo a la hora de recopilar tanta información para “Fiebre de vivir”?
Lo más difícil ha sido escoger lo que creo que merecía formar parte de “Fiebre de vivir” entre todos los artículos de opinión, entrevistas, reportajes, ensayos y críticas que escribí en los años 70, desde mi primera colaboración en “Disco Exprés” en enero de 1971, hasta mis últimos trabajos en esa revista, que al final se editaba conjuntamente con la norteamericana “Rolling Stone”. Porque hay cosas que no resisten el paso del tiempo o bien son circunstanciales, mientras que otras —y esas son las que he seleccionado— están tan vigentes o tienen para mí, y espero que para otras muchas personas, interés musical, filosófico o vital suficiente como para ser reeditadas en un libro de estas características. Pero ha sido un placer reencontrarme con tantos buenos artistas y grupos a los que conocí cuando empezaban a editar sus primeros discos y todavía admiro, como Sisa, Pau Riba, Kiko Veneno, Moris, Alaska, El Gran Wyoming o Radio Futura.

 

Tu anterior libro en Efe Eme, “Esto no es Hawaii”, trata una época inmediatamente posterior. ¿Consideras “Fiebre de vivir” el complemento ideal para reunir con ambos los años 70 y los 80?
Cuando escribía “Esto no es Hawaii” me daba cuenta de que muchos de los artistas y grupos que tuvieron éxito en la década de los 80 —como Kiko Veneno, Pata Negra, Alaska y los Pegamoides, Radio Futura, Paraíso, La Mode, Burning o Pedro Almódovar— ya habían demostrado su ingenio y creatividad en los años 70, de manera que era necesario que escribiera “Fiebre de vivir” para que mucha gente se diera cuenta, de una vez por todas, que La Movida no surgió de la nada, ni fue un invento de Tierno Galván, ni de los ayuntamientos socialistas, como dicen unos cuantos revisionistas mal informados o malintencionados, sino que además en Vainica Doble, Tequila, Asfalto, Leño, Moris, Sisa, Camarón o Cucharada estaba el germen de muchas de las propuestas más revolucionarias de La Movida.

 

Moris es una de las figuras indispensables de las páginas del libro. El título es un homenaje a su disco más aclamado, por supuesto. ¿Barajasteis más títulos?
Sí, claro. Se me ocurrieron una docena de títulos para el libro. Pero no era fácil resumir en pocas palabras lo que había hecho gente tan heterogénea como Fernando Arbex, Pau Riba, Sisa, Veneno, Moris, Tequila, Ramoncín, Kaka de Luxe, Teddy Bautista y los más de cien artistas y grupos que produjo Gonzalo García Pelayo. Así que le robé la idea a Tom Wolfe (“La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop”) y le propuse al editor de Efe Eme, Juan Puchades, titularlo “Rollos díscolos, movidas poprockeras y otras crónicas de la era pop”. Pero le pareció demasiado largo y al final él tuvo la excelente idea de resumir toda esa locura poprockera en “Fiebre de vivir”. Eso sí, con el añadido robado a Umberto Eco: “Apocalípticos y desintegrados en el rock español de los 70”. Con lo cual quedó perfecto.

 

Al recopilar todas las entrevistas, ¿cuál es la que más te ha llamado la atención al recordarla?
Recuerdo, como si fuera ayer, estar sentado con Pau Riba en una casa que había ocupado en Mataró, totalmente vacía, con un gran jardín abandonado mientras me iba contado su vida y su filosofía hippie al estilo de Dalí. De hecho Pau Riba es un artista daliniano y dylaniano, una mezcla de Dalí y Dylan. Entrevistar a Pau Riba es como realizar un viaje por toda la cultura del rock, desde sus primeras incursiones en el folk hasta sus vuelos psiquedélicos, siempre con una gran base cultural y poética, sin perder su sentido del humor y su actitud vitalista y anarquista. Es un gran desconocido fuera de Cataluña, al igual que Sisa, otro gran poeta que hay que reivindicar.

 

¿Recuerdas cuál fue en su momento la más difícil, la más complicada de hacer?
Pues la más difícil fue la que le hice al Mariscal Romero. Todas las entrevistas que incluyo en el libro las hice en Barcelona, Sevilla y Madrid. Y tanto Fernando Arbex —que no era fácil de entrevistar— como Teddy Bautista o Gonzalo García Pelayo, y el resto de los artistas fueron muy generosos con su tiempo y muy amables, excepto el Mariscal Romero, que adoptó una actitud de desprecio hacia todo lo que no fuera el tipo de rock que a él le gusta. E incluso cuando le pregunté sobre el enfrentamiento que tuvo con Veneno, cuando fueron a presentar su disco al programa que hacía, justificó que le dijera a Kiko: “Eres un pasota de poca clase y tienes muy poco estilo. Eres un perfecto imbécil. Yo me cuelgo como tú, y como venía una tía con él le dije, y follo como tú…”. Porque él había dicho que aquello le parecía una jaula con los dos policías que había en la puerta del estudio.

 

Recuperas a autores importantísimos como Fernando Arbex, Gualberto o Guzmán que, por otro lado, a pesar de su importancia no tienen el reconocimiento popular del que gozan otros como Miguel Ríos o Kiko Veneno, que también aparecen en el libro. ¿Crees que la historia de la música popular de nuestro país merece ser estudiada más a fondo?
Sí, precisamente una de las cosas que he intentado hacer con el libro es proporcionar información a los aficionados a la música pop sobre grupos y artistas, compositores, guitarristas y productores que han hecho algunas de las canciones y discos más importantes, memorables e influyentes del pop y el rock en nuestro país en la década de los 70 y que por una falta de criterio y responsabilidad de las revistas, de la radio y de la televisión que se hace ahora, no se les presta la más mínima atención. En Inglaterra hay libros, revistas y programas de radio y televisión que se preocupan por recordar a las nuevas generaciones quiénes crearon los cimientos de todo lo que creen que es novedoso y original, pero que ya lo hicieron los Beatles o Van Morrison antes y mucho mejor. Aquí tuvo que llegar Moris de Argentina para recordarnos que se podía hacer pop y rock en español, como lo habían hecho Lone Star, Los Salvajes, Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, o Micky y Los Tonys. De esas y otras muchas cosas hablo en “Fiebre de vivir”.

 

Una parte importante del libro está dedicada a tus compañeros de profesión en aquella década. Todo empezaba a moverse mucho más deprisa. Diego A. Manrique o Mariscal Romero aparecen en diferentes ocasiones. ¿Cuál era la relación entonces entre colegas?
En los años 70 hicimos un trabajo muy difícil, pero que dio sus resultados. Yo recorría toda España, iba a todos los festivales —el de “La Cochambre” en Burgos, el de Torrelavega, los Canet Rock, el de Marbella, el Enrollamiento de León, etc.— para dar a conocer primero en “Disco Exprés” y luego en la radio todo lo que estaba ocurriendo en el “underground” —lo que aquí llamamos “el rrollo”— de Cataluña, Andalucía y Madrid. Y ahí estaban Diego A. Manrique, el Mariscal Romero, Mario Pacheco, Gonzalo García Pelayo, Ángel Casas, Moncho Alpuente, Juan Pablo Silvestre, Carlos Tena, Juan de Pablos, Adrián Vogel, Álvaro Feito, Oriol Llopis, Jaime Gonzalo y otros muchos compañeros haciendo radio y televisión y produciendo discos. Al principio nos llevábamos más o menos bien, pero en cuanto todo aquello empezó a dar dinero surgieron las zancadillas, las traiciones, la lucha por ocupar puestos estratégicos en los medios y en las compañías discográficas.

 

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“El periodismo musical ha perdido gracia y épica. Todo está mediatizado, controlado y expuesto al alcance de cualquiera que tenga un móvil o un ordenador”

 

Estamos en otro tiempos y el periodismo musical ha tenido que adaptarse a las diferentes crisis. Cuentas en el libro que te metes en un avión para ir a entrevistar a Uriah Heep a Zurich. Ahora los periodistas ya no tenéis tantas facilidades. ¿Qué diferencias ves con respecto al momento actual? ¿Es mucho más fácil ejercer el periodismo?
En los años 70 las compañías discográficas vendían muchos miles de discos de grupos británicos y norteamericanos, y tenían dinero para invitarnos a la presentación del “Born to run” de Springsteen en Londres, a los conciertos que dio Bob Dylan en París o a la rueda de prensa que montó Uriah Heep en lo alto de una montaña suiza. Te pagaban aviones, hoteles, azafatas, bebida, juergas… derrochaban el dinero para que hablaras de todo ello en la prensa o en la radio. Y en los años 80 nos llevaban a Nueva York a ver un concierto de Duncan Dhu, o a Londres a escuchar el nuevo disco de Gabinete Caligari. Me temo que ahora ya no hacen esas cosas. Por lo menos, a mí me piden que escriba un artículo sobre “X” y no me invitan ni a una cerveza. Así que los reportajes son bastantes más aburridos, y las entrevistas hay que hacerlas por teléfono o internet. El periodismo musical ha perdido gracia y épica. Todo está mediatizado, controlado y expuesto al alcance de cualquiera que tenga un móvil o un ordenador. Es mucho más fácil conseguir todo tipo de datos, detalles, imágenes, entrevistas o biografías para el corta y pega. Pero eso ya no es periodismo musical. Ya no te juegas la vida yendo a una discoteca de barrio a ver a un grupo que no conoce nadie, pero que puede ser la nueva esperanza del rap o del rock. Cuando yo iba a los primeros festivales que se organizaban en los años 70 –el de “La Cochambre” en Burgos o los Canet Rock— me interesaba transmitir no solo lo que hacían los grupos sino también qué hacíamos los que íbamos allí, el ambiente que se creaba y lo que de positivo y negativo había en todo aquello. Era algo nuevo en España, como lo fueron Monterrey o Woodstock en América.

 

El libro es un reflejo de cómo se hablaba por entonces al lector, un “de tú a tú” muy coloquial. ¿Ha cambiado mucho el perfil del consumidor de prensa musical hoy en día?
En los “rollos díscolos” que publicaba en “Disco Exprés” o en los reportajes que hacía desde Londres, San Francisco de California, Sevilla, Barcelona, el barrio de La Elipa o la discoteca San Blas de Madrid hablaba de tú a tú al lector porque me dirigía a quienes estaban interesados en vivir, como lo hacía yo, ese tipo de aventuras a la búsqueda de nuevas sensaciones. Y lo mismo hacía en mis programas de radio. Utilizaba el lenguaje que hablaba en la calle, con los grupos y con los “freaks” con los que me codeaba. Me pateaba la calle, iba a todas las discotecas, a todos los festivales, a todos los conciertos. Y eso se notaba a la hora de escribir. Lo que leo ahora no tiene ese espíritu, esa lucha callejera, esa efervescencia punk.

 

En el libro cuentas cómo se movían las tendencias musicales dividiendo entre Madrid, Cataluña y Andalucía. ¿Qué diferencias veías entre unas y otras escenas?
Si nos fijamos en los carteles de los festivales que se organizaban por entonces en Burgos, León, Torrelavega, Canet o Madrid vemos que había una veintena de grupos que aparecían siempre en todos ellos. Eran Triana, Burning, Granada, Eduardo Bort, Gualberto, Iceberg, Orquesta Mirasol, Companyia Elèctrica Dharma, Pau Riba, etc. La mayoría eran catalanes, y más concretamente de Barcelona. Allí había una gran cantidad de bandas que solían tocar en la sala Zeleste, y que sacaban sus discos en el sello Zeleste-Edigsa. Pero también estaban Gato Pérez, Sisa y Pau Riba, que yo creo que eran lo mejor que ha dado Barcelona en toda su historia, después de Lone Star, Los Salvajes y la primera oleada de bandas. Y en Madrid estaban los grupos que producía Gonzalo García Pelayo: Burning, Triana, Granada, Tílburi, etc, y los que empezaron en el sello Chapa de Mariscal Romero. Y el otro centro neurálgico era Sevilla, con Goma, Gualberto, y luego Veneno y Lole y Manuel. En el libro dedico un capítulo a cada escena, que se completa con entrevistas a Pau Riba, Sisa, Maria del Mar Bonet, Gualberto, Veneno, Moris, Micky, Guzmán, etc.

 

Como comentas, en “Fiebre de vivir” tratas un tema que en la actualidad está muy en auge: la aparición de los festivales en España. De hecho cuentas y documentas aquel primer festival en Burgos bautizado como “La Cochambre” por un redactor no demasiado apasionado con lo que estaba pasando. Incluso incluyes la entrevista con uno de aquellos promotores que se lanzaban a organizar este tipo de eventos. ¿Cómo ves aquello ahora que parece que se ha convertido en el evento de moda para los promotores?
Aquellos festivales los organizaban promotores con pocos escrúpulos con medios y equipos de la época, que eran bastante malos, y los técnicos no tenían experiencia en ese tipo de eventos. Así que el sonido dejaba bastante de desear, y los grupos tampoco sabían actuar en grandes espacios, aunque le echaban ganas y arrestos. Pero había tanta hambre de rock and roll que la gente lo perdonaba todo y recorría cientos de kilómetros para acudir a Burgos, a León, a Torrelavega o a Canet. En los primeros años 80 las cosas no habían mejorado. Tuvimos que esperar a que el festival de Benicàssim tuviera éxito para que los festivales estuvieran mejor organizados, con equipos adecuados y técnicos profesionales.

 

Está claro que tendemos a alabar épocas gloriosas en países como Gran Bretaña o Estados Unidos, que siempre tomamos como referencia. Salvando las distancias, ¿crees que España siente cierto complejo? Aquí pasaron, como cuentas en el libro, muchísimas cosas. ¿Crees que es más desconocimiento y prejuicio que un dato real, el estar tan lejos de escenas significativas?
Teniendo en cuenta que fue en Estados Unidos donde se organizaron festivales como Monterrey o Woodstock, con tantos grupos legendarios, es lógico que siempre hayamos tenido un cierto complejo de inferioridad. Pero fue en el primer Canet Rock cuando se nos quitó ese complejo. Lo cuenta Sisa en el libro: “Si tú entrabas allí, decías ‘No puede ser, ¿estoy en España en el año 75? Todavía con Franco vivo, estamos hablando, porque esto fue en el verano del 75 y Franco muere en noviembre de ese año. Decías, no puede ser. Ahí veías banderas anarquistas, banderas piratas, banderas rojas, banderas republicanas, banderas catalanas, todo tipo de banderas que estaban absolutamente prohibidas. Y la gente en pelotas, metiéndose de todo, follando con una libertad, con una espontaneidad, con unas ganas de vivir, con unas ganas de gozar de la libertad, que era algo insólito. Decías, bueno esto sí, en Wight, en Woodstock, ¿pero en España?, no puede ser. Pues sí, pues ocurrió”.

 

La última parte del libro es la reedición íntegra de “De qué va el Rrollo”, un libro que escribiste en 1977 y que era un claro manifiesto en defensa de lo que empezaba a pasar en este país: nuevas tendencias culturales, evolución artística… ¿cómo lo ves 40 años después? ¿cuál es tu perspectiva?
Se habla mucho de lo que fue La Movida, pero mucha gente no sabe que en los años 70 hubo una gran actividad musical, con grupos que se buscaban la vida para darse a conocer en festivales, discotecas o universidades. En esa tesitura estaban Kaka de Luxe, Ramoncín, Mermelada, Moris, Cucharada, Veneno, Triana, Tequila, Asfalto, Ñu… Muchos de esos músicos siguen en activo hoy en día y algunos con gran éxito, como Alaska y Nacho Canut, Kiko Veneno, Ariel Rot o Alejo Stivel. Y también se hacían muy buenas revistas, como “Star” o “Disco Exprés”, donde publicaban sus fotografías y sus historietas Ouka Leele, el Hortelano, Ceesepe, Alberto García Alix, Nazario, Mariscal y otros muchos artistas. Y en esos años Pedro Almódovar no paraba de hacer sus primeros cortos. Además se hacían muy buenos programas de radio y de televisión. De todo ello hablo en el libro.

 

¿Estás preparando otro nuevo libro?
Sí, después de “Esto no es Hawaii” y “Fiebre de vivir” ahora estoy preparando el libro definitivo sobre los años 90.

 

 

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