Javier Ruibal: Brindando en Cádiz por los 35

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 “Yo lo que quiero es completar las canciones para hacer otro disco, y seguir pasándomelo bien, sentir que avanzo, aunque sea con pasitos de viejo, y no arrastrar los pies”

 

Hace unos meses, Javier Ruibal celebró sus 35 años en el escenario rodeado de amigos, desde Miguel Ríos hasta Jorge Drexler, pasando por Kiko Veneno o Paco Cifuentes. De aquellas noches, y del disco que recoge esos brindis musicales, habla en esta entrevista con Marta Sanz.

 

Texto: MARTA SANZ.

 

La música española tiene entre sus nombres con menos neón a uno de sus artistas con más talento. Despacito y sin alardes ha ido tejiendo un repertorio de canciones deliciosas, de esas por las que merece la pena parar el mundo un ratito y dedicarse solamente a escuchar. Entre armonías y guitarras el tiempo le ha ido pasando, y cuando el verano de 2015 daba sus últimos coletazos, Javier Ruibal cumplió 35 años de carrera. Para celebrarlo, en un rinconcito de Cádiz y acompañado de grandes amigos (gigantes como Miguel Ríos, Jorge Drexler, Carmen Linares o Kiko Veneno, rendidos al maestro), ofreció su obra sin ambages ni abalorios frente a un reducido público. Ahora esas cuatro noches de magia y música se han convertido, gracias al buen hacer de su hijo Javi, en un regalo para todos los que agradecemos que Ruibal siga caminando con su alma de puertas abiertas.

Este obsequio de ida y vuelta lo componen treinta y seis canciones (seis de ellas inéditas), y además del festejado, besan sus letras más de treinta artistas a los que puede llamar amigos sin compromiso. Se nota en las ganas de fiesta, en los gestos de cariño, en las miradas y el mimo presente, palpable en este doble disco imprescindible. Pero han pasado el invierno y muchos meses, y como buen artesano del día a día, Ruibal no ha hecho del curso su fiesta. En un pequeño hotel de Madrid, tras dos jornadas de intensa promoción, nos recibe al caer el sol y se presta a una charla sin prisa. Habla con infinito agradecimiento de los que le acompañaron en su aniversario, pero lejos de la nostalgia o el vértigo de los años cumplidos, sus palabras están llenas de futuro. Dentro de unos días trae a Madrid un maravilloso espectáculo de baile y música con la complicidad sobre las tablas de sus hijos, Javi y Lucía (Casa Ruibal, 9 de junio en el Teatro Fernán Gómez). De ellos habla con orgullo, y no asume mérito alguno de la destreza que demuestran. Pero si el talento no se hereda, de él sí se aprende, y aunque no lo sienta así en esta disciplina Javier Ruibal es el mayor de los maestros.

 

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Podrías haber celebrado este aniversario con bata y estetoscopio, porque cursaste unos cuantos años de Medicina. ¿A quién o a qué tenemos que agradecer este cambio de rumbo?
Supongo que a la música, al poder de atracción que tiene sobre un niño, y un adolescente. Uno crece en todo, hace todas las cosas que tiene que hacer, y empieza una carrera como buen hijo para dar una satisfacción a sus padres; pero la música me tiene ahí atrapado desde siempre. Y en algún momento tienes que tomar la decisión, lo tomas o lo dejas. Ya vi que iba a empezar las primeras asignaturas clínicas de verdad, en tercero de carrera, y no me vi con la bata, sino con la guitarra. Porque hacer las dos cosas a la vez no iba a ser serio.

 

Cultivado en la ciencia y sin embargo escribes desde tu primer trabajo letras muy logradas, muy cuidadas.
Al principio no eran tan logradas, lo que pasa es que yo iba con mucha precaución.

 

Vamos, que estaban muy trabajadas, ¿no?
Sí, en el sentido de que para mí era muy importante no contar nada que no sintiera de verdad, pero también que respondiera a la gran poesía que hay en español. Aunque yo fuera de ciencias algunos libros iba leyendo, intuía lo que estaba medio bien y lo que estaba medio mal. A base de tomar precauciones en eso, al tratar de aproximarme a la belleza que vi en el trabajo de otros, no es que llegues a parecerte a nadie, pero sí tomas esa actitud de respeto por el lenguaje, de no caer en lugares comunes o rimas estridentes o muy manoseadas.

 

¿Cómo consigue uno no acomodarse en lo trillado cuando se llevan más de tres décadas de carrera?
Es más placentero. Lo más fácil es tirarse a lo evidente, vaguear o escribir cualquier cosa. Cuesta, pero cuando aprendes que hay que sufrirlo un poco y consigues algo que medianamente te pone contento, es mucho más placentero que estar tirado a la bartola. Aunque yo soy un tipo tendente a lo horizontal, me gusta mucho el descanso, el ocio, la lectura, el tener la sensación de vivir una eterna vacación.

 

¿Eres muy exigente contigo mismo?
No sé si soy muy exigente, pero sí que no encuentro sosiego si no me contenta lo que estoy escribiendo. Voy bocetando, dando vueltas, y si veo un germen me lo paso muy bien. Si veo que eso va por mal camino rompo directamente. Yo ya no escribo a bolígrafo, escribo con lápiz y goma. Y cuando una palabra no va bien la borro, porque si no me somete. Algunas veces pasa que rechazas alguna idea, y si vuelves a ella casi nunca es rescatable. No sientes tranquilidad hasta que te aseguras que no has dado tu brazo a torcer, hasta que sabes que no puedes hacer un verso o una armonía mejor.

 

Este disco es un regalo de tu hijo, Javi Ruibal, que lo produjo y lo ideó. ¿Hasta qué punto participaste tú en la elección de músicos y canciones?
Los amigos sabíamos que eran todos y hay muchos que no están porque no podían. Las canciones se eligieron por idoneidad. A un roquero le das la más roquera, y al flamenco la más flamenca. Pero en esto influyó sobre todo el criterio de Javi. Algunas canciones ya las habíamos interpretado antes, y se volvió a repetir.

 

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Uno de los que han repetido es Miguel Ríos, con ‘La rosa de Alejandría’, que muestra una faceta inusual el cantante.
Es lógico, está metido en un contexto ruibalero. Si yo canto una de Miguel Ríos tampoco sueno a mí.

 

¿Y qué tal le sienta ese traje ruibalero?
¿A Miguel? ¡Fantástico! Él por dentro habrá tenido sus pequeñas dudas y sus cosas, pero tiene mucha maestría y mucha experiencia, hay pocas cosas que se le resistan. Si le hubiera pedido que cantara conmigo unas bulerías a lo mejor me habría dicho “Javierito, cómo está tu mamá”. Pero esa canción ya la habíamos cantado en Canal Sur, y sí, descubre a un Miguel un poco diferente. Cosa que a mí me halaga, porque sacar a alguien de sus casillas es todo un reto, y él se adapta sin dejar de ser él en ningún momento. Aparte, a Miguel Ríos ni reñirle, que ahora es Doctor Honoris por la Universidad de Granada. Todo el mundo a los pies de don Miguel (ríe).

 

También te acompañan otras generaciones más jóvenes como Joaquín Calderón y Paco Cifuentes, con los que llevas tiempo tocando. ¿Te sientes como un maestro ante ellos?
Lo de ser maestro de nadie no me gusta ni siquiera pensarlo. Yo puedo notar influencia, sé que hay pasajes míos en la obra de un puñado de artistas del nuevo flamenco, cosa que a mí me honra, porque yo sé que se diga o no se diga han partido de mi creación. Pero no es el caso de Paco y Joaquín. Justamente lo que me gustó de ellos es que eran muy distintos de lo que se podría esperar como cantautores, o lo que yo creía que se podía esperar. Se han escapado totalmente de toda la cantautoría previa. En ellos no se reconoce ninguna influencia, yo les encuentro puros, y eso a mí me encanta. Eso es lo que me gustaría hacer siempre: esa música que nadie hace. Y son muy buenos poetas, además. Mejores poetas que la anterior generación en el sentido de que han tenido la suerte de leer y rimar desde el sosiego, y no desde la ansiedad que generaciones anteriores teníamos. Había otra desazón y veníamos de un país en el que hablar de la libertad del ser humano estaba prohibido.

 

No existe entonces esa distancia entre referente y alumno.
He tocado con ellos, son amigos, me han invitado a tocar en sus discos. Sé que sobre ellos no ejerzo tanta influencia. Me quieren, me dan trato de “amigo mayor”, pero amigo, amigo. Soy de otra época, de otra generación, pero buscan la amistad por encima de cualquier otra cosa. Y sé que no les influiré porque no van a bocetar siquiera un pasaje que esté en mi tesitura ni en mi manera de componer. Van por otro camino, y eso me parece estupendo.

 

Todas las canciones que escribes, cantadas por cualquier voz, tienen un matiz común, algo que hace pensar “por aquí anda Ruibal”.
Eso me gusta, si tú lo percibes a mí me honra. Aunque al mismo tiempo es algo de lo que no puedo escapar. Pero eso siempre está bien, un sello de identidad.

 

Y a pesar de eso tu discografía no es homogénea, tu música es de puertas abiertas: evolucionas, no temes la fusión, el cambio…
Es que aburre hacer siempre lo mismo. Un personaje de la última novela de Felipe Benítez Reyes, del que hablo constantemente y recomiendo, dice que la perspectiva de comer solo comida china durante un mes debe ser desolador incluso para un chino (ríe). Hay que buscar, variar. No siempre se consigue, pero tengo la guitarra, que es un cofre de las maravillas porque de ella siempre se pueden sacar cosas diferentes. Hay tantos caminos, tantas resonancias, tantas posibilidades, que no es difícil variar. Eso sí, también hay un riesgo, porque puedo despistar a los que me seguían antes. Así que se trata de bailar de otra manera pero a tu estilo. Guisando diferente, pero que se note que es tu cuchara la que maneja la comida.

 

En este trabajo presentas la música muy limpia, con pocos instrumentos, una escenografía simple, luz clara y poquita gente. ¿Prefieres esa forma tan desnuda de mostrar tus canciones?
Depende de donde sea. Aunque yo antes que una luz fría prefiero una vela. Pero creo que la música necesita una ambientación. Si estás en un lugar grande y tienes luminotecnia haces uso de ella, aunque sin hacer diabluras que mareen. Prefiero lo escueto a lo muy aparatoso. En este caso tampoco se podía hacer mucho, contamos con lo que cabía. Es la nueva versión. Que a lo mejor podría haber llevado detrás las voces búlgaras, pero tampoco está mal así. Es hacerlo todo según las posibilidades que tienes, partiendo de la base de que si la canción es bella ya conmueve. Lo que hace falta es que todo lo que le sigas añadiendo no le reste.

 

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Uno de los momentos más emotivos del concierto, al que además te enfrentes tu solo, es tu homenaje a Enrique Morente.
El factor de la soledad está muy relacionado con el personaje al que estoy elogiando. Hago un brindis a su sabiduría y a nuestra amistad, que no fue muy cotidiana pero sí muy bonita. Entre otras cosas porque él era un caballero muy gentil y una persona adorable. Cuando la pensé fue cuando se le hizo un homenaje en la Riviera. Todo el mundo iba a cantar una canción de Enrique, y a mí eso me parecía un mundo. Me agobió pensar que iba a cantar algo de Enrique. Aunque pudiera elegir, curarme en salud escogiendo una que se adecuara a mi tesitura. Pero al final pensé que se merecía una canción para él. Y Jorge Drexler también le hizo una. Nosotros quizá dentro de nuestra labor y responsabilidad de retratistas debíamos hacerlo. Y la canción duele mucho, porque además está en tonos muy emotivos, y la afinación de la guitarra es muy especial. La afinación por rondeñas convierte la guitarra en un arpa llena de colores que tienden a llevarte a la emoción, y manejarse con eso tiene su dificultad. Pero una vez que entras, y estás cantándola, disfrutas mucho, aunque sea un riesgo. En el flamenco hay mucho de eso. Enrique se pasó la vida corriendo esos riesgos.

 

Además de tu hijo, que ya es un habitual en tus tablas y estudios, te acompaña cada vez más tu hija. De hecho tienes un espectáculo con ellos, Casa Ruibal, que podrá verse en Madrid el próximo 9 de junio. Sobre el escenario, ¿te haces el jefe, o consiguen igualar fuerzas?
En esta casa ya uno no es nada (ríe). Está basado un poco en mi repertorio, cuenta qué sonaba en la radio cuando yo me hice músico, y luego cómo ellos se han hecho músicas oyendo mis canciones y la de músicos amigos míos que han venido por casa, todo al mismo tiempo que viven su vida de niños y hasta que deciden tomar este camino. Esa es la idea. Hasta cierto punto sí puedo tirar del carro, pero este espectáculo se sostiene porque están ellos. Hay ratos en los que están solo ellos. Son dos artistas jóvenes haciendo un pasaje arriesgado de música, percusión y baile. Además, en cuanto Lucía levanta los brazos ya nadie mira nada más. En ese momento puedo mirar al público y saber si ha venido fulano o mengano, porque ya está bailando ella y está todo el mundo pendiente (ríe). El baile flamenco tiene un poder tremendo, y Lucía tuvo muy buenas profesoras. Al margen de eso, tiene unos modos muy bonitos y muy delicados porque estudió clásico hasta los 14 años, y se le junta la bravura del flamenco con la delicadeza del clásico. Y además que es muy bonita ella.

 

¿Que sean tan serios y rigurosos con su trabajo ayuda a que te atrevas a subirles a tu escenario?
Claro, es que no es la cosa de decir ¡hala, aquí están mis niños! Superan las expectativas., cuando la gente les ve se da cuenta de que son muy buenos profesionales. A mí me tranquiliza, ya no tanto por el lado artístico, como por el lado de padre que ha improvisado como todos los padres la educación de sus hijos, y ha ido a trancas y barrancas tirando hacia delante para ver si al final resultan personas serias y responsables. En ese sentido me siento muy sereno, porque están en esta disciplina, pero en otra habrían sido igual de responsables, sin hacer ningún truco ni ninguna trampilla, sino por derecho. Y si no se puede hacer, pues no se hace. Han trabajo y sufrido por tener esa habilidad.

 

En estos años has pasado por varias discográficas y muchos productores, pero los dos últimos están en manos de tu hijo Javi y vuestro propio sello (Lo suyo Producciones). ¿Esta independencia responde al desencanto de lo ajeno o a la necesidad de pilotar tu nave?
Una vez que lo haces entras en esta rutina y no te acuerdas de lo que hiciste antes. Pero sí, hay más control para ver hacia dónde va. Trabajando para otros el beneficio era casi simbólico, porque puede ser así, y este disco último lo he financiado con los beneficios del anterior, y los de este serán para hacer el siguiente. Yo no pido más que eso, vivir de tocar. Esto es un tirar pa’lante. Y además te sientes mejor cuando sabes que vives bajo tu techo.

 

Los cumpleaños sirven tanto para hacer balance como para soplar las velas pidiendo deseos de futuro. ¿Qué le dejó esa fiesta de los 35?
No tengo sensación más que de estar siempre empezando. Aunque parezca una frase hecha, si me lo preguntas te digo que empecé esta misma mañana, al levantarme. Te levantas cada día, no teniendo que luchar o pelear, que son términos muy aparatosos para una vida como la nuestra, pero sí empezando otra vez. Yo lo que quiero es completar las canciones para hacer otro disco, y seguir pasándomelo bien, sentir que avanzo, aunque sea con pasitos de viejo, y no arrastrar los pies. No caer nunca en el ridículo. Cuando vea que pierdo las fuerzas creativas y lo que me justifique estar en un escenario entonces lo dejaré. Pero ojalá dure siempre.

 

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