Jaime Gonzalo: Revolución desnuda

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«Estoy convencido de que la prensa musical especializada va a desaparecer. Y no hablo solo del papel. La prensa especializada, tal y como se entendía antes, se ha evaporado. Forma parte de una cultura ya extinta»

Jaime Gonzalo fue uno de los padres de la nueva crítica musical española y codirector durante dos décadas de «Ruta 66». Acaba de publicar el segundo volumen de “Poder freak”, donde analiza la contracultura del siglo XX. En esta entrevista demuestra su gusto por el pensamiento propio.

 

 

Texto y fotos: EDUARDO TÉBAR.

 

 

El desencanto: una consecuencia del kilometraje de la vida. Jaime Gonzalo (Bilbao, 1957) se lo toma con filosofía. Zambullido en lecturas y escribiendo ensayos que desmontan los jirones de la contracultura. El cofundador de la revista “Ruta 66” fomenta empatías con su media sonrisa. Amable contraste con el desasosiego insidioso de su mensaje. Estamos en la librería Bakakai, en Granada, dentro de la Semana Crítica, que transcurre de manera paralela a la Feria del Libro oficial. Un séquito de afines arropa a Jaime durante su visita. Editores, periodistas, disqueros, pioneros del punk. Además, se incorpora gente de La Banda de Moebius, supervivientes de la prensa “enrrollada”. Reencuentros. Cerveza. Expectación. Todos los elementos favorables para una charla jugosa.

Jaime Gonzalo, vértice indiscutible del periodismo rock hispano, presenta el segundo volumen de “Poder freak” (Libros Crudos, 2011). Ahora sí, en el fango sociopolítico, económico y estético de los años dorados de la quimera. La rebeldía de los jóvenes de clase media en los Estados Unidos de los sesenta. Primera generación ociosa tras la Segunda Guerra Mundial. Su rechazo a la tecnocracia. El intercambio mercantil de credos y doctrinas. La reverberación del movimiento en Europa. Los estímulos subyacentes de la progresía intelectual. El sistema y su trastienda aquejada de halitosis y seborrea ideológica. El sistema y sus mercados, ¿a qué nos suena? Con perspectiva y avilantez, Gonzalo dilucida lo que no se ve en la foto ambarina de la contracultura.

“En los sesenta se hablaba de freaks o hippies. Nadie se declaraba contracultural. Era una manera de creerse al margen del sistema y de colaborar en la creación de una alternativa. Hoy, la contracultura se ve como una reliquia interesante, pero inerte. Un objeto museístico para desmenuzar. O para darle sentido a tu existencia escribiendo libros, como es mi caso. Lo hago porque no tengo otra cosa que hacer y porque es apasionante. Me interesa desentrañar algún significado lógico de todo lo que sucedió allí. Y de lo que no sucedió, aunque nos han hecho creer que sí”, resuelve el autor.

Jaime, ¿desmitificas la leyenda épica revolucionaria?
Se trata más de desmistificar la contracultura. El gran engaño es ese mito fabuloso de que la contracultura cambió la vida de mucha gente, que cambió el curso de los acontecimientos. El presente demuestra que de eso nada. Por otro lado, la izquierda ha conseguido nutrirse de ese fantástico imaginario con el que ha crecido la derecha siempre. La contracultura es muy atractiva. ¿A quién no le gusta la revolución? O los principios de los Panteras Blancas: drogas, rock & roll y follar en las calles. Es la esencia adolescente de ir contra todo y contra todos. La contracultura fue un gran laboratorio de cobayas. Se experimentaron nuevas formas de consumo y, sobre todo, de mercancía. La gente joven no había tenido nunca antes a su disposición tantos elementos de literatura, música, cine, ropa, drogas o religión. Todo ello conformó una burbuja muy acogedora donde se podía pensar en un mundo diferente. Yo creo que no ha sucedido así.

¿Seguro?
A las pruebas me remito. Fue una forma de reafirmar quién tiene el control y lo que se puede llegar a hacer con cualquier piedra que se arroje contra el capitalismo en el sistema, que es devolvértela con una etiqueta y su precio.

¿Solo queda el fleco estético?
Y la mercancía.

Pienso en ese eslogan del Chase Manhattan Bank tomado de los situacionistas.
O el lema de las zapatillas Converse: “La rebelión es lo que te mantiene vivo”. 60 euros, es el actual estipendio de la rebelión.

Eso evidencia la persuasión publicitaria de la contracultura.
Y demuestra el poco poder que tenemos nosotros. ¿Cómo han llegado a convertir la vida en un revólver que te está encañonando perpetuamente y nunca sabes cuándo lo van a disparar? ¿Cómo lo han conseguido? ¿No se supone que la contracultura consistía en rebelarse contra los poderes fácticos y cambiar las cosas? Con Nixon como presidente, se rebajó la edad de voto. De 21 a 18 años. Salió reelegido con abrumadora mayoría. ¿Cómo nos explicamos esto? ¿Cómo nos explicamos que el 15-M va a servir para algo? ¿Cómo nos explicamos tener los gobiernos que tenemos? Mental y humanamente, cada vez son más precarios, irrisorios e indigentes. Seguimos buscando respuestas. Al final, la única diferencia es que la contracultura era mucho más divertida. Hoy, la aventura es neutra, cetrina y rancia. Muy poco estimulante. En aquel momento, tener 17 o 18 años en Estados Unidos, con su sociedad opulenta, y poder ser un forajido de tu casa con cuatro duros, debía de resultar maravilloso. Todo un mercado del deseo estaba a tu alcance. Te lo creaban y te lo recreaban cada día. Ahora se ha creado un mercado del deseo de la vacuidad, de las etiquetas, de las apariencias, de los simulacros, de las ilusiones.

Quizá deseamos con anestesia. ¿Somos inconscientes?
El deseo, como lo entendía el situacionista De Bort, es un filón inagotable. Por desgracia, el ser humano se rige por sus pulsiones más primarias: la codicia, el egoísmo y, como decía Hegel, el mal. El motor de la Historia es el mal. Y el ser humano tiene una capacidad tremenda para hacer el mal, lo cual no ha cambiado sustancialmente. Se ha sofisticado y se ha perfeccionado esa capacidad de infligir mal al prójimo. También se ha acentuado el desequilibrio. Está claro que hay una clase que molesta, que es la clase media. No entramos en su juego y nos van echar a patadas. A mi entender, la posición factible ante ese poder tan tenebroso, maligno y subterráneo es atacarle por donde más le duele: la economía. O sea, no consumir. Por otra parte, las armas. ¿Quién va a tomar las armas, con lo que eso implica? Este país vivió una Guerra Civil. No creo que nadie de los aquí presentes quiera hacerlo, aunque sobran los motivos. Todas las revoluciones han surgido de dos factores: la miseria y un miedo atroz a perder la vida. Creo que nos encaminamos a un nuevo tipo de miseria. Quien quiera que sea quien dirige nuestros destinos, debe tener un plan establecido. Supongo que sabrán que hay un límite en el que no pueden apretar más la tuerca. ¿Qué pasará cuando no tengamos dinero para consumir lo mínimo que ellos necesitan para que la máquina siga funcionando? Seguro que lo tienen pensado. Y eso me intriga. La gran burra de oro de nuestro tiempo es la tecnología. Saben lo que pensamos. Tenemos miedo a perder pequeñas comodidades. Habría que empezar por regenerar la educación desde la raíz. Que a las personas se les eduque para ser personas. Para reflexionar, ser autocríticas e interrogarse sobre el mundo que les rodea.

¿Educación también para votar?
La mayoría de las personas que votan pertenecen a una generación superior a la nuestra. Votan por la fotogenia del tipo, por la corbata que lleva o por un montón de promesas que todos sabemos que no van a cumplir. El resto ya no votamos. Es tal la náusea que rechazamos formar parte de una pantomima que ya dura demasiado tiempo. Si no se produce un relevo generacional de educación, esto va a perpetuarse. O a petrificarse.

Indignación o rebelión. ¿Qué piensas del 15-M?
Tienden a la ficción. Son un elemento más del decorado. Lo veo con distancia y descreimiento. El 15-M se ha convertido en espectáculo. ¿Las consecuencias del fenómeno? Las cosas siguen igual. Sirve como pataleta, pero eso lo hacen los niños. Como no me das la Nocilla, te monto el pollo. Yo tampoco tengo la fórmula. Desde luego, sé que votando no. ¿Qué pasaría si en las elecciones hubiese una abstención mayoritaria? ¿Es posible partir de cero porque ninguna de las opciones nos convence? No lo sé. Solo sé que la vida que vivimos no es la que los seres humanos merecemos vivir, con todos los dones que tenemos para disfrutarla. ¿Sufrirla? A mí no me interesa.

Sin embargo, incides en la dialéctica hegeliana de la maldad.
¿Quién no es mezquino de los que estamos aquí? ¿Quién no es cruel? ¿Quién no es egoísta? Forma parte de nuestra naturaleza. ¿Cómo corregir eso? No me gusta la palabra corregir, pero insisto en la educación, en enseñar a saber lo que somos. Me acuerdo de Sartre: “El infierno es el otro”. Lo compruebo cada día, sobre todo en ciudades grandes como Madrid o Barcelona. Aquí [en Granada] quizá no tanto. Hay más espacio, más aire para respirar. En las grandes ciudades es horroroso el mal café con el que va la gente. La codicia desesperada de ver si te puedo sacar algo. El que tenga hijos ya sabe lo que es educarlos, y no resulta nada fácil. No es fácil que te crean porque tú tampoco estás convencido de lo que dices. Solo tengo la certeza de que cada vez percibo más cosas que no me gustan y que me parecen inhumanas. Y lo tendrá que cambiar una nueva generación.

 

«Para mí, hace cuarenta años que el rock está en una decadencia absoluta e irreversible. Se repite a sí mismo. Y nos seguimos empeñando en defender que el rock es una manifestación cultural que aporta algo. Bueno, sí, aporta dinero. Porque es un mercado. En otros aspectos, ¿qué transmite el rock?»

 

EL GRAN CIRCO DEL ROCK

Más cerveza. Las reflexiones de Jaime desatan intervenciones esporádicas. Manuel Borrero, compañero del “Ruta”. Jesús Arias, guitarrista de TNT. Los artífices del grueso fanzine “Vacaciones en Polonia”. ¿Para qué sirve dirigir una revista musical más de veinte años? Negras conclusiones. Hoy, descargar discos de Internet se entiende como acto de insumisión. Un embate a la industria. Pero nadie rechista ante las compañías telefónicas. Jaime se agarra a la minoría audaz: “Me mantiene vivo la sed de conocimiento, compartir momentos como este y saber que un artículo que escribí le pudo abrir una compuerta a alguien”.

En realidad, “Poder freak” ofrece un retrato ácido y personal de la sociedad de consumo de la segunda mitad del siglo XX. Un paso por delante de libros clásicos de análisis del fenómeno contracultural, como “Beat, hippie, yippie”, de Fernanda Pivano; “La cultura underground”, de Mario Maffi; o el panorámico “Hippie”, de Barry Miles. Incluso, a la altura de la obra del venezolano Luis Britto García, que en 1991 publicó el extraordinario “Imperio contracultural: del rock a la posmodernidad”. Agudísimo estudio con profecías reveladoras: “En diciembre de 1968, todo el mundo tenía una clara visión de lo que sucedería durante las décadas inmediatas”. Britto y Gonzalo reconocen la guerra cultural que las instancias de poder han venido librando a fin de perpetuar sus designios hegemónicos. El texto de Britto se editó en Cuba en 2005.

Las dos entregas de “Poder freak” tratan la búsqueda del éxtasis. O como dijo Maffi, la liberación a través de la droga.
En todas las épocas de la humanidad ha existido esa huída hacia el éxtasis. Pero se creó un concepto de éxtasis absolutamente vacío. En la película “Gimme shelter”, donde se documenta el festival de Altamont, se observan las caras de las personas. Habrá que dar la razón a esas teorías que dicen que los festivales eran campos experimentales, una especie de Auschwitz para comprobar cómo someter a grandes multitudes con sustancias incontroladas y dejarlos neutralizados. Un campo de concentración con gran dispendio de vatios.

¿Qué papel jugó el rock?
Jugó un papel industrial y económico terrorífico. De un día para otro, cambió completamente la noción de cómo hacer dinero con una canción. Se reforzó la mitología de la juventud y de la novedad. Mañana no serás tan joven ni tan nuevo como hoy, con lo cual estarás desfasado. Es la necesidad de una renovación constante y sistemática, de manera que no dé tiempo a pensar ni a reflexionar. Gracias a eso, el rock hizo millonaria a mucha gente. Pero creó un sistema hueco de contenido, en el que priman los fuegos artificiales. Para mí, hace cuarenta años que el rock está en una decadencia absoluta e irreversible. Se repite a sí mismo. Y nos seguimos empeñando en defender que el rock es una manifestación cultural que aporta algo. Bueno, sí, aporta dinero. Porque es un mercado. En otros aspectos, ¿qué transmite el rock?

Tenemos los ejemplos de Dylan, que abandonó la canción política a mediados de los sesenta, y de Iggy Pop, que sigue cantando ‘Raw power’.  
A Bob Dylan no puedo recriminarle nada: hasta ahora, me ha enseñado que es posible crecer dentro del rock and roll. Sus reflexiones son acordes con su edad y con su experiencia en la vida. Cuando eres joven, la vida es una línea recta. No piensas que vendrán curvas, que un coche saldrá y te darás una hostia. Me da mucha pena que solo haya excepciones de gente que sepa envejecer en el rock, y que el rock envejezca con ellos. Los Stones son caricaturas de sí mismos. Con 60 años, debes tener una visión de la vida propia de tu edad. Los Stooges siguen tocando ‘Raw power’. Iggy Pop la compuso con 18 años. Ahora tiene 65. ¡Qué me está contando! Vale, finge como fingimos todos cada mañana desde que salimos de casa. Fingimos como locos con la pareja. Y cuando nos miramos al espejo, más todavía. Yo, por lo menos, no quiero saber lo que hay dentro de mí. ¿Cómo no van a fingir ellos? Es un espectáculo. El entretenimiento adquiere un sentido muy perverso, que es hacerte olvidar los problemas reales. Igual es que yo me he hecho mayor. Creo que el rock ha evolucionado para mal, si es que ha evolucionado. Es un cadáver frío y maloliente.

¿Consumimos ideologías?
Ha pasado en el rock. ¿Por qué surgieron las ediciones de discos piratas? Se contempló como una acción contra la industria. Y ya ves tú… ¿Por qué se consumía “El hombre unidimensional” de Marcuse? Pues porque era una moda. Durante la contracultura en Barcelona, yo era más joven que los que la vivían. Todo el mundo actuaba por tendencias. Todos leían lo mismo: Lobsang Rampa, Carlos Castaneda… Nos movíamos por impulsos. Éramos muy manipulables. Podemos revisar cualquier ejemplar de «El Viejo Topo», que dictaba la ideología de la izquierda. Aquello, más que explicar el marxismo, contribuía a que mis vaguedades aumentaran, y empezando por la universidad. Parecía que se regían por un plan para desorientar a dos generaciones de alumnos a lo largo de una década. Para ello se trajeron a unos cuantos asilados políticos argentinos y chilenos, además de otros izquierdosos que nos enseñaban la semiótica y el estructuralismo. En aquel momento, aquéllos eran despojos de la contracultura. Hablo de los años 78 y 79. Ya era tarde, pero seguíamos viviendo de eso. A día de hoy, más de uno ve en el marxismo una alternativa válida al capitalismo. Como si al capitalismo pudiéramos continuar llamándole capitalismo. El marxismo fue una droga más. Una droga ideológica.

Y tú te alías con el estructuralismo.
Sí. Porque, en teoría, el estructuralismo es un análisis de la vida a partir de la cultura. Y de los años determinantes de esa cultura. Reconozco que me pierdo en sus lados abstrusos. Recuerdo las clases de Semiótica en la universidad como auténticos suplicios. No llegaba a nada en claro. Con el estructuralismo me sucede lo mismo. Me interesa el abarcar un todo global desde el punto de vista del significado cultural de las cosas y de la organización de ese sistema de significados. Los significados pueden variar según la intencionalidad. En la política lo vemos, y de una manera muy zafia. Donde dije digo, digo Diego. Enseñan a la gente a vivir deprisa, sin pararse a reflexionar. La gente se baja diez elepés de golpe en Internet. No tendrán tiempo de oírlos ni de sacarles jugo. No digo que el pasado fuera mejor, pero al menos nos enseñaban a analizar e intentar comprender. Hemos llegado a la banalización de todo, comenzando por el individuo.

¿La universidad fue protagonista de la contracultura?
En Estados Unidos, la universidad cobra un protagonismo importantísimo. Sobre todo por la demografía: en los sesenta, las aulas estaban a rebosar de gente. El 60% de los estudiantes eran judíos de clase media acomodada. Sufrían una marginación relativa, porque no se les consideraba americanos. Muchas universidades abandonan el prejuicio religioso y admiten a judíos. Eso determina el crecimiento del folk, y no solo por Dylan y Greenwich Village. El folk es un antecedente del rock contracultural. Todas las universidades, por pequeñas que sean, tienen su periódico underground. Todas organizan conciertos. Se crea un circuito nacional enorme. Y se transmite a Europa. El sello underground por excelencia en Francia, Actuel [también revista, modelo que inspiró a “Star” en España], establece una cadena de tiendas de discos, ropa y prensa en todas las universidades del país. Era un caldo de cultivo tremendo. Así se siembra una ideología que luego se puede mercantilizar.

También irrumpe la Nueva Izquiera, cuando el marxismo se suponía superado.
Volvemos a la mercancía. Es una serie de filósofos alemanes y judíos revenidos. Llegan a Estados Unidos perseguidos por el nazismo y propagan una lectura crítica del marxismo. Yo pienso que el marxismo ya era un cadáver en aquellos momentos. Pero esa lectura del capital era muy atractiva como mercancía. No habían entrado muchos libros de Marcuse, Hegel o incluso Marx. Esto son cábalas mías. Ayudaron a construir una ideología que en el fondo era muy abstracta y que integraba muchos componentes: drogas, misticismo, rock and roll, revolución… Un “totum revolutum” sin una visión concreta de las cosas. El marxismo se vendió muy bien.

Hablas con fascinación de los brotes terroristas que surgen en Europa en los setenta. ¿Erótica de la violencia?
Es pura intriga. Pienso cómo una persona sacrifica una vida normal, una familia o un futuro, por comprometerse y salir a luchar con las mismas armas con las que el poder la oprime. Yo no sería capaz de hacerlo. ¿Qué motivaba a esta gente? Informándote, descubres que había mucha inconsciencia, mucha sed de aventura.

¿Por qué no sucede eso ahora?
La tecnología impide la existencia de células disgregadas. Hoy en día es muy difícil escapar al control. En el año 53, una huelga de tranvías en Barcelona colapsó el país entero. La gente apedreaba los tranvías. El hecho de organizarnos pasa por la solidaridad. Y para la solidaridad hay que estar educado. Cuando mi hijo llega del colegio, tengo que hacer un trabajo de deseducación. Luego, darle una aproximación de mis convicciones, que no son tan fuertes.

¿Y a qué se debe la fuerza propulsora de Vietnam?
Porque, quien no tenía una prórroga estudiantil, debía irse a pegar tiros a Vietnam. Es lógico que se organice un movimiento gigantesco. Ese miedo a morir es el que impulsa una de las fuerzas motoras de la contracultura. Hasta que, en el año 73, Nixon acaba con el reclutamiento obligatorio y se produce una diáspora masiva de todas las organizaciones antibélicas. Aparecen cantidad de formaciones con el único objetivo de soltar bombazos y realizar secuestros. Es la excusa perfecta para que la represión se legalice hasta los extremos en que se legalizó. La “pax nixoniana” era esa ley y orden a base de morder polvo y de matar a gente. Era el único elemento disuasorio: tres o cuatro cadáveres callan muchas bocas.

Lennon y Yoko contaban que Nixon y Mao no difieren mucho si los dejamos desnudos.
El maoísmo causa furor en Francia, que es un país muy proclive a las modas intelectuales. Arrastra al estudiantado. En realidad, la contracultura estaba atomizada. Demasiados grupos, ideologías políticas y corrientes de pensamiento. Ahora nos parece una masa uniforme. La Escuela Normal Superior de París pretendía ejercer una educación moderna, superando a la Ilustración. De ahí salen todos los teóricos que viven lo que decía el situacionismo: hacer una carrera profesional de tu ideología. Sin la contracultura, esa gente no se podría haber ganado la vida escribiendo libros y dando conferencias. Ahora gozamos de información y perspectiva, pero si buceas en las publicaciones de la época encuentras un montón de vaguedades. Consumíamos ideologías como consumíamos las drogas: sin conocimiento. Hoy eres marxista, pasado maoísta. Los eslóganes son intercambiables, como las camisetas. Se pierde inocencia y se gana cinismo. No he visto un culto al ego tan grande como en los ochenta.

¿Qué repercusión tuvo Mayo del 68?
Fue otra gran falacia. Llego a la conclusión de que Mayo del 68 fue una operación teledirigida para recuperar la credibilidad perdida de De Gaulle. En el libro hay datos y frases muy explícitas de gente implicada. Es como el atentado a Carrero Blanco. ¿Estuvo la CIA detrás? Seguramente sí. Mayo del 68 se produjo porque se permitió que se produjera. Si no quieren, no se produce. A efectos prácticos, ¿qué repercusión tuvo Mayo del 68? ¿La universidad libre? Me río de la universidad libre. Eso es una mierda. Es lo que tenemos ahora: la universidad más cara del mundo. ¿Cambió algo Mayo del 68? No cambió nada, en absoluto. ¿Qué hace ahora Daniel Cohn-Bendit? Es eurodiputado y vive del chollo. Mayo del 68 posee un componente mítico que refuerza la fantasía de la contracultura. Las barricadas, la arena debajo de los adoquines… Ese tremendo imaginario que se construyó a partir de ahí. El 15-M ha desenterrado cantidad de eslóganes y frases.

 

«Fue una experiencia muy tremenda entrar en “Star” siendo el niño de la redacción. Sobre todo en una coyuntura de cambio. De los progres de la escuela francesa a los que defendíamos Nueva York y el punk. Qué bien nos lo pasábamos. Nos dejaban escribir, y mira que lo hacíamos mal. Era un terreno inmenso por explorar»

 

HUNDIMIENTO DE LA PRENSA MUSICAL

A pesar de su aparente indiferencia, Jaime sondea recomendaciones: quiere explorar tiendas de discos en Granada. Creo que se queda con la copla de las dos o tres mejores. Acabará pinchando en la cabina de un club de rock and roll, el Tornado. Canciones contraculturales, claro: Blue Oyster Cult, MC5, Stooges, Sun Ra, Pretty Things, David Peel, Kim Fowley… Banda sonora de episodios convulsos.

Cuando Jaime Gonzalo empezó a escribir artículos, a mediados de los setenta, España se preparaba para la gran fiesta de la libertad y el libertinaje. Pilló a rueda el principal foco de la contracultura de aquí, la revista “Star”, donde compartió espacio con firmas incipientes de la época como Diego A. Manrique, Oriol Llopis, Ignacio Julià, Pau Malvido (Maragall) o Ramón de España. Mención aparte para las portadas de Ouka Leele, Nazario, Mariscal o Pérez Sánchez. Una nueva generación de inquietos: la dichosa modernidad. “Star” se antojaba más divertida que “Ajoblanco” o “El Viejo Topo”.

Más tarde, Gonzalo pasó por “Disco Exprés” y “Vibraciones”, hasta ocupar la silla de dirección de “Rock Espezial” (germen de “Rockdelux”). De ahí a media vida entregada a la causa de “Ruta 66”, cabecera tan sobria, profunda y cercana como el mejor rock and roll. Aunque corren tiempos difusos. Agoniza el papel. Abunda la sobreinformación. ¿Quién necesita que un señor con nombre y apellido le verse sobre el lanzamiento que ya figura en Spotify? En definitiva, la crítica musical ha perdido peso y calidad. La intrusión en bloque del amateurismo desplaza el trabajo realizado con solvencia periodística. Reseñas fútiles para escuchas rápidas. En cualquier caso, Jaime va a lo suyo. Continúa redactando libros eruditos mientras colabora en “Rockdelux” y “Vice”.

Oriol Llopis acaba de publicar sus memorias. ¿Algún día leeremos las tuyas?
Para empezar, yo no tengo memoria. El otro día escribí una columna a propósito de este libro de Oriol. Porque le conozco y porque pasamos muchas juntos. Pero, cabrón, con lo que nos metíamos, sobre todo tú, ¿cómo te acuerdas? Tendrá unas neuronas más resistentes que las mías. Yo creo que aún me queda bastante por vivir. Fíjate si soy iluso respecto a las memorias. Me parecen un acto de vanidad y un esfuerzo nemotécnico que no estoy dispuesto a asumir. Prefiero escribir de lo que pasa hoy y de lo que sospecho que pasará mañana. Entiendo que haya gente a la que le interesa saber lo que pasó hace veinte años, de la misma forma que a mí me interesan muchas cosas antiguas. Yo huyo de ese pasado. No quiero repetirlo ni recordarlo. Estuvo bien mientras duró. Las memorias no dejan de ser un acto de reinvención y de recreación. Yo no me acuerdo de lo que hice en el año 75. Lo siento mucho, pero no me acuerdo. Existen memorias de críticos musicales que tomaban notas diarias. Eso es otra historia. A partir de ahí, lo puedo entender.

O hacer literatura a partir de la reminiscencia, como Sabino Méndez.
Sabino es un gran fabulador y un animal con una gran capacidad de adaptación a las distintas faunas y hábitats. Y no quiero criticarle, ni muchísimo menos. ¿Cómo escribió Sabino esas memorias? Nos llamó a todos los que seguíamos vivos y nos dio la chapa durante un buen tiempo. “Oye, tío, ¿puedo ir una tarde a tu casa y me cuentas?”. Hostia, ¡escribe tu puto libro! [carcajada general]. Nos hizo rechinar a todos. Sabino es como una vieja. Te tienes que acordar de lo que comentaste aquella noche en aquel bar. “¿Pero qué le dijiste a aquél?”. ¡Y yo qué sé lo que le dije! Esas memorias son un gran ejemplo de fabulación, al menos en lo que concierne a las partes en las que aparezco citado. De lo que sale a la realidad hay un gran trecho. La realidad fue mucho peor, por supuesto.

Tus inicios periodísticos coinciden con la ebullición editorial de la contracultura en Barcelona. ¿Lo recuerdas?
El momento sociopolítico nos la traía floja. Lo único que queríamos era drogarnos, follar y divertirnos. Fue una experiencia muy tremenda entrar en “Star” siendo el niño de la redacción. Sobre todo en una coyuntura de cambio. De los progres de la escuela francesa a los que defendíamos Nueva York y el punk. Qué bien nos lo pasábamos. Nos dejaban escribir, y mira que lo hacíamos mal. Era un terreno inmenso por explorar. Era la juventud según la definición de Chesterton: tener todo el espacio por delante para estirar las piernas. No solo tenía piernas, sino que además podía dar patadas. La vida era sencilla y barata. Cualquier chaval con 18 años podía alquilar un piso en plena Barcelona, y comer, y salir de copas, y dar una vuelta por la Plaza Real. Yo pillé los últimos coletazos de ese underground de Nazario, Ocaña y las jornadas libertarias. Mis recuerdos son lúdicos. La política no nos interesaba lo más mínimo.

¿Te atreves a desmomificar tu etapa en “Star”?
Todavía me deben pasta. Todo era muy mal pagado, con grandes sufrimientos y muchos engaños. “El contable ha salido”, “se me ha acabado el talonario”, “llámame mañana”… Pero eso te da lo mismo cuando eres joven. Suponía una escuela genial para aprender. Nos regalaban invitaciones para ir a conciertos y presentaciones. Nos pirraba beber y comer croquetas gratis en las “vernissages”. Se respiraba un vacío de poder. La juventud nos brindaba un combustible tremendo. Con esas edades nadie está amargado. Y éramos muchos menos que ahora, lo cual facilitaba mucho las cosas. Juanjo [Fernández], el dueño de «Star», era un niño de buena familia. Como todo lo que se hizo en la contracultura, que era fruto de la burguesía. Su padre tenía una gran editorial, con mucho negocio en México. Tanto le dio la brasa Juanjo a su padre, que al final le soltó el dinero para que creara su revista contracultural. Pero “Star” no era lo que ahora creemos. “Star” tenía pérdidas. Sufrió muchos secuestros y no vendía grandes cantidades. No había mucha gente metida en el ajo.

Bueno, un tiraje medio de 25.000 ejemplares. Y 100.000 lectores por número.
Quizá sí era un volumen de lectores considerable para aquella época. Recuerdo un comentario que hicimos Ignacio Julià y yo, poniendo en duda la munificencia de nuestro jefe. Al día siguiente nos echó. Creo que fuimos las dos únicas personas a las que expulsaron de “Star”. Al cabo de un tiempo nos readmitió. Todo por hablar mal de su generosidad, que nunca existió. Y que no existe, porque hace poco le vi y seguía contando céntimos en su monedero a la hora de pagar. Juanjo, tío, vives en una casa de dos plantas y tienes un Land Rover último modelo. ¿Y me racaneas dos céntimos? ¡Así era la contracultura! [bromea].

¿Le encuentras alguna utilidad a la función del crítico o prescriptor musical en estos momentos?
En la actualidad, el crítico no juega ningún papel social. En primer lugar, porque todo el mundo se piensa que es crítico y que sabe más que su padre. En segundo lugar, por la abundancia de información y de opinión. Antiguamente, escribías de un disco sin saber cuándo lo podría comprar el lector. Hoy, ese lector ya lo está oyendo antes de leer el titular, y sacando sus propias conclusiones. Excluyo a la crítica vulgar. Me refiero a esa otra crítica que representa un ejercicio de pensamiento, que puede dar que inducir ideas al lector. No interesa en casi ningún sitio. No hay editores que te permitan ejercer ese tipo de crítica. Ahora, la crítica es un complemento más de la cadena industrial. Consiste en repetir el eco de lo que te han dicho. Y de ahí no se pasa. Repito: el papel del crítico está acabado en todas las disciplinas, incluso en la taurina.

¿Qué futuro auguras para la prensa musical especializada?
Estoy convencido de que la prensa musical especializada va a desaparecer. Y no hablo solo del papel. Como mucho, habrá un remanente de prensa musical gratuita. La prensa especializada, tal y como se entendía antes, se ha evaporado. Forma parte de una cultura ya extinta.

¿Y qué te parece el “Ruta” en color?
No me interesa.

Pero escribes en él.
Sí, pero no lo leo. No digo que esté mal ni que sea mejor o peor. Simplemente, no pierdo mi tiempo leyendo el “Ruta”. Antes tengo libros por leer. La música ha dejado de motivarme mucho. Supongo que mis inquietudes han cambiado. Me he cansado del rock.

¿Qué música escuchas?
Mucha música antigua. Siempre tengo cosas por escuchar. Cada lunes cuelgo una canción en el blog que me hace Antón [López, editor de Libros Crudos]. Intentaba alternar cosas antiguas con cosas más nuevas. Ya he roto esa dinámica. El lunes pasado busqué algo nuevo y no encontré nada interesante. Puse una canción del 69 o del 72, no lo recuerdo. Sigue despertando más interés en mí lo antiguo que lo nuevo. Sigo teniendo ganas de descifrar lo que hay en un disco. Al igual que una persona, un buen disco no lo conoces con una cita o con una escucha. Cuando es un buen disco, se convierte en compañero de muchas horas y de muchos momentos. Actualmente, parece ser que no. Hoy, el disco es un polvo fugaz. Aquí te pillo, aquí te escucho, y a por otro. Por eso acudo a discos antiguos. Por otro lado, me abruma la ingente cantidad de novedades que hay y mi incapacidad para atenderlas. No es mi generación y no le encuentro el sentido. Para ser injusto, coño, prefiero ser un ignorante y no opinar sobre ello.

¿Hay esperanza?
La esperanza es como la felicidad: no existe. Es una invención pura y dura para que nos creamos que esta vida no es un valle de lágrimas. La vida debería ser un gran goce, una gran dicha. Yo nunca la he experimentado así. Los setenta fueron la misma basura que ahora. La diferencia es que éramos más jóvenes, más ingenuos y que las drogas eran mejores.

Desde aquí puedes acceder a la web de Jaime Gonzalo.

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