Historias de festivales: El renacer de Skip James en Newport, en el verano de 1964

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«James compartiría cartel con gente como Johnny Cash, Bob Dylan o Pete Seger, las grandes estrellas del momento. James no se lo creía. Nunca había tocado delante de blancos»

 

 

El blues está repleto de historias trágicas, de vidas rodeadas de un aura de misterio y leyenda, de grandes personajes inmersos en tragedias, en luchas, en desgracias. La vida de Skip James tiene todos esos elementos: en 1964, el festival de Newport lo levantó de sus cenizas.

 

 

 

Texto: ALFONSO CARDENAL.
 

 

Una noche de finales de enero de 1931, Skip James se presentó a un concurso de talentos en la tienda de Farish Street de H.C Speir, en Jackson (Mississippi). Speir era conocido como «El Padrino del Delta», un hombre visionario que grababa demos para grandes sellos y que había descubierto a otros músicos como Charlie Patton, Son House o Robert Johnson. James entró en la tienda y tocó ‘I´d rather be the devil’ (“Prefiero ser el diablo que ser el hombre de una mujer”, dicen los primeros versos de la canción). Skip James ganó el concurso, firmó con Paramount Records y se marchó a Wisconsin para grabar su primer disco.

Hasta ese momento James se había dedicado al contrabando de alcohol durante los años de la Ley Seca y a tocar por entretenimiento. Speir se enamoró de aquel sonido rudo, áspero, un tanto siniestro. Entre enero y febrero de 1931, Skip James grabó dos sesiones, una de guitarra y otra al piano. Cobró cuarenta dólares y se volvió a casa sin saber que aquellas dos sesiones, como las de Robert Johnson, pasarían a formar parte de la historia del blues.

La Gran Depresión golpeó con fuerza al país y miles de hombres jóvenes deambulaban por los Estados Unidos en busca de oportunidades, de un trabajo, de algo de comer. Si muchas obras literarias sobre la época reflejan la forma de vida de los blancos, sería el blues el mejor testigo de las dificultades que pasaban los afroamericanos. La música de Skip James era cruda, primitiva, de pocos acordes y estructuras que se repiten, música en la que la guitarra llora con una afinación abierta que años después cautivaría a Keith Richards y a muchos otros guitarristas. Eran tiempos difíciles y la música era el reflejo de aquellas experiencias, de aquel estilo de vida trotamundo y rural. James, como muchos otros músicos, no paraba mucho tiempo en el mismo sitio.

La crisis económica provocó que la industria musical tocase fondo y James nunca llegó a escuchar sus grabaciones, la Gran Depresión hundió el mercado discográfico y Paramount Records quebró. El fracaso hundió a James y comenzó a alejarse del blues y a acercarse a Dios, a la música religiosa. Finalmente renegó de la guitarra y siguió los pasos de su padre, ministro baptista. El hombre que cantó que prefería ser el diablo se entregó al Señor. Nadie volvería a escuchar la música de Skip James en treinta años, hasta su regreso a los escenarios en el Festival de Newport de 1964.

Cuando la industria musical recuperó su esplendor a principios de los años sesenta, Skip James era un mito desaparecido, un fantasma del pasado, buen material para coleccionistas. Los jóvenes músicos ingleses de esa generación habían abrazado esa música y habían comenzado a reclamar a sus héroes poniendo el blues de moda, electrificando su sonido, dándole una nueva vuelta de tuerca a la música del Delta. Un día de 1964, alguien se acordó de Skip James. Un viejo James yacía en la cama de un hospital de Tunica (Mississippi) después de una operación que le extirpó un tumor cuando varios jóvenes blancos entraron en la habitación. Se presentaron como Bill Barth y Henry Vestine (guitarrista de Canned Head), fanáticos del blues y futuros músicos. Querían llevar a James al Festival de Newport de ese mismo año. “Debéis ser bastante estúpidos, os ha llevado mucho tiempo llegar hasta aquí”, dijo James, según cuenta Stephen Calt, autor de la biografía del guitarrista (“I´ve rather be the devil. Da Capo Books, 1994).

James compartiría cartel con gente como Johnny Cash, Bob Dylan o Pete Seger, las grandes estrellas del momento. James no se lo creía. Nunca había tocado delante de blancos. Tras treinta y tres años desaparecido del mundo y de la música, Skip James volvió a subirse a un escenario para cantar la misma canción que tocó en aquella tienda de Jackson en 1931. Más de quince mil jóvenes blancos conectaron con su música, su actuación sería lo más comentado de aquel festival, aunque apenas unas cuantas canciones.

Cuando James fue descubierto en Tunica tenía cáncer, estaba muy enfermo y necesitaba volver a ser operado. Su regreso a los escenarios no le dejó mucho dinero, pero la versión de ‘I’m so glad’ que grabó Cream en su primer álbum le permitió pagar la operación que le daría tres años más de vida. Durante ese tiempo James volvió al estudio, grabó dos álbumes completos y regrabó sus sesiones de 1931. Tras su muerte comenzaron las rediciones de su obra, las recopilaciones, las mezclas, las versiones, el reconocimiento. Ya era tarde, aquel hombre que nunca estuvo mucho tiempo en el mismo sitio salvo en la cama de un hospital, había tenido, como decía Warhol, sus quince minutos de fama en vida. Fueron en el Festival Newport, en el verano de 1964.

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