“Gran poder”, de Pájaro

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DISCOS

“Su mundo es hipnótico, y su música se contagia de ello haciendo que el oyente sea incapaz de desengancharse de sus canciones”

 

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Pájaro
“Gran poder”
HAPPY PLACE RECORDS

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

En 2012, Pájaro iniciaba con el magnífico “Santa Leone” una trilogía que este 2015 cierra con “Gran poder”. En medio, el no menos destacable “He matado al ángel” compone un retablo espléndido de lo que podríamos llamar el spaghetti western confesional. Porque la música de Andrés Herrera tiene mucho de Ennio Morricone, y casi lo mismo de la Semana Santa sevillana. Su mundo es hipnótico, y su música se contagia de ello haciendo que el oyente sea incapaz de desengancharse de sus canciones. Probablemente, sin entender qué hace necesitando escuchar una y otra vez un ritmo de tambores que podría preceder a la Virgen de la Macarena mezcladas con unas trompetas que amenazan con la llegada de Clint Eastwood. Ese es Pájaro, así lo han parido y así lo queremos.

No son pocos los que ven en Pájaro a Silvio, o al menos a la continuación del desaparecido genio sevillano, y Andrés no está incómodo con esa comparación. De hecho, se siente satisfecho de ella y seguramente el señor Fernández Melgarejo lo estaría también al ver ligar su nombre al de su buen amigo, y a disco como este. Un álbum que se inicia con ese espléndido ejemplo de lo que supone su música que es ‘Corre Chacal, Corre’. Pasión religiosa y desierto con campanas que llaman al feligrés mientras un duelo se decide en la calle principal del pueblo.

Tras ese apoteósico inicio, toca mojarse. Y de qué manera. Afronta ‘Los callados’, dedicada a los muertos de los perdedores de la Guerra Civil, esos que duermen bajo las cunetas que muchos no quieren levantar. “¿Dónde están esos callados humillados por hablar?”. Tan dura como real. ‘Rayo mortal’ es rock más o menos convencional desde su letra reflexiva, para volver a la crudeza política de ese ‘A galopar’ de Paco Ibáñez (con letra de Rafael Alberti) convertida aquí en un tema western, aspecto que no le hace perder ni un ápice de fuerza a su letra antifascista.

Pájaro ha tenido suficiente con cuatro canciones para mostrar todas sus armas. Ahora solo le queda dar la estocada. Y tiene cinco temas más para hacerlo. ‘Lágrimas de plata’ (“ellas acudían a los santos. Santo ¿quién fuera Dios?”) es el primero de ellos. Aunque con ‘El tabernario’ es cuando nos acaba por destrozar. Rockabilly de mucho nivel, semi susurrado, que da paso a uno de los momentos del disco, un ‘Yo fui Johnny Thunders’ titulado como la novela de Carlos Zanón, que nos hunde de buena que es. ‘Si siempre es así, lamento que no seas feliz’. Duro. Hiriente. Casi incurable. ‘Tangos del mentidor’ es la calma tras la tempestad, majestuosa desde su sentimiento acústico. Para acabar, una sorpresa: una versión de ese ‘Let’s go away for a while’ que The Beach Boys incluían en su celebérrimo “Pet sounds”.

Genio y figura, con este disco vuela muy alto, quizá más que nunca. Cierra con él una etapa y nos deja con ganas de saber hacia dónde irán sus pasos a partir de ahora. Porque se ha puesto el listón muy alto y parece que solo él mismo puede ser capaz de superarlo. El tiempo lo dirá. Eso, o lo que desee nuestro señor del “Gran poder”.

 

 

Anterior crítica de discos: “Last man standing”, de Willie Nelson.

 

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