“Funerales vikingos. Cuentos, artículos y textos dispersos”, de Michi Panero y Javier Mendoza

Autor:

LIBROS

“Una obra de pequeño calado, pues, pero importantísima”

 

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Michi Panero y Javier Mendoza
“Funerales vikingos. Cuentos, artículos y textos dispersos”
BARTLEBY

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Si hay una familia en este país a la que los letraheridos han empujado a ser maldita son los Panero: fruto de estudio cinematográfico en su conjunto, adorado Leopoldo por los rockeros oscuros, carne de dolor todos, al final parece no saberse si son como son o si los hemos empujado a que hagan lo que esperamos de ellos. Tampoco resuelve mucho el volumen que presentamos, con cuentos y artículos inéditos del único que no tuvo carrera literaria: Michi.

En realidad, este son dos libros en uno. En la cara A, el periodista Javier Mendoza combina unas memorias personales con una retrospectiva del personaje y en la B aparecen los diecisiete textos del menor de los Panero, de irregular calidad. Seguramente estos últimos son menos significativos que el testimonio vital de un personaje que, como en Wilde, desplegó su arte en su vida. Tiene la ventaja Mendoza de ser su hijastro y haber llegado a un grado de intimidad con el recién descubierto como escritor que le lleva a recibir de este las carpetas donde fueron a parar todos los inéditos.

De hecho, para Mendoza, que lo conoció preadolescente, Michi Panero no era más que el novio de su madre, pero en su primer encuentro con él logra seducirlo hasta provocar una fascinación que ya no lo abandonará y que se traslada al estilo del libro, ligero pero exacto, ingenioso pero certero. Conocemos así a un Michi que bajo su capa de cinismo esconde sus sentimientos, igual que en “El desencanto”, la película en que Jaime Chavarri retrató sus ruinas. Y asistimos también a la especial degradación de alguien que nacido para el placer fue derecho al dolor, como esos bohemios de principios del XX. Y como muchos de ellos, acaba en una afasia producida por el alcohol. Es un texto muy breve, entretenido, pero sobre todo iluminador de cierta etapa de nuestra “intelectualidad” marginal.

Los escritos de Michi son harina de otro costal, realizados en la década que va de 1962 a 1971, resultan muy deudores del espíritu literario de época, a la par temática y estilísticamente de los “Nueve Novísimos” de los que iba a formar parte para ser el décimo. Lástima que el juego de palabras impidiese que hubiera ese décimo. Un poco como los primeros libros de su amigo Enrique Vila-Matas. Experimentalismo un tanto vacuo, amores desgraciados, vida nocturna, estilo desenfadado y dinámico… Quizás “El asombroso mundo de los aventureros”, brevísimo, sea el mejor, con esa recuperación de la literatura de la infancia y esas galletas de jengibre que lo cierran.

Respecto a los textos periodísticos, son elegías por amigos muertos o cascadas de autoconmiseración; “nunca supe conservar lo que he llegado a querer” es casi su testamento. Bien mirado, en ocasiones son terribles, como esa carta a la artista Elba Martínez que le escribe poco antes de morir de la que entresaco la cita anterior –había pasado cinco días en su casa de Astorga para grabarle un vídeo y se había ido el día anterior–, o el índice, que es todo lo que llegó a escribir de sus memorias. Una obra de pequeño calado, pues, pero importantísima, porque va completando las piezas que faltaban en nuestra familia condenada y en una época poco estudiada de nuestra literatura.

Anterior crítica de libros: “Los últimos. Voces de la Laponia española”, de Paco Cerdà.

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