Fotopress: Juan Puchades

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«Los primeros conciertos que vi fueron de Tequila y Sleepy LaBeef, solo hubo días de diferencia entre ambos; recuerdo las sensaciones de aquellas dos noches. De pura casualidad, me encontré cara a cara con el gran Sleepy, y le di la mano. Momento mítico»

Vinculado al periodismo cultural desde finales de los años 80, Juan Puchades ha escrito, entre otros, en medios como «Cartelera Turia», «Zona de Obras», «Canal Plus», «Esquire» o «Rolling Stone». En la actualidad compagina la dirección de EFE EME con colaboraciones en «Babelia» (suplemento cultural de «El País»). Codirigió una «Historia del tebeo valenciano», escribió un par de libros de conversaciones con Ariel Rot y Loquillo, un volumen sobre «Cómic y rock» y biografías incluidas en diversas retrospectivas discográficas. Ahora mismo anda finalizando una biografía de Peret.


Fecha y lugar de nacimiento.
16 de septiembre de 1965, en Valencia.

¿Qué música sonaba en tu casa cuando eras niño?
Soy el menor de cuatro hermanos y escuchaba todo lo que ponían los mayores, lo que me convirtió en un monstruo musical que no le hacía (hace) ascos a casi nada. Primero, recuerdo a los Sweet, Tommy James & The Shondells, los Beatles, Los Brincos, Barrabás, Roberto Carlos, Fórmula V, Miguel Ríos, Nino Bravo, Los Diablos… Luego a Serrat, Quilapayún, Raimon, Lluís Llach, Víctor Jara, Ovidi Montllor, Pink Floyd, Dylan, Lou Reed… Y además la música de la radio. Y la de tele cuando había programas musicales interesantes, hace ya mucho tiempo de eso.

¿Cuál fue el primer disco que compraste?
Al margen de algunas cosas infantiles, ya con algo de uso de razón (si es que a los doce años se puede tener tal cosa), creo que fue «Rock ‘n’ roll music», un doble recopilatorio de los Beatles, pero puede que fuera «Live at the Hollywood Bowl», también de los Beatles. En todo caso, uno fue detrás del otro.

¿Y el último?
En CD, el nuevo de Señor Mostaza, «Podemos sonreír», y en vinilo han caído a la vez un par de EPs de Antonio González y tres singles de Mónica, una chica que grabó en Belter a comienzos de los años 70 y que he comprado sin haberla escuchado, ¡solo porque en las fotos de portada me resultaba de lo más sexy! Y no está mal, escuela Bacharach a la española.

Selecciona tres discos internacionales esenciales de tu colección.
Como el mundo es grande, por necesidad tienen que ser más de tres. Una selección muy rácana pero viajera y variada, podría quedar así: «Magical Mistery Tour», de los Beatles (pero en la versión LP, singles de relleno incluidos, es una colección perfecta. Pero que conste que hay que tener la discografía beatle completa). «Tout est permis, rien n’est possible», de Bernard Lavilliers (que también hay vida después de «O gringo»… ¡Ay, Francia! ¡Olvido a Françoise Hardy!). «Born to run», de Bruce Springsteen. «Some girls», de los Rolling Stones. «Hits», de Adriano Celentano (y de Italia dejo fuera, con enorme tristeza, algo de mis queridos Battisti y Tozzi). «In Memphis», de Elvis Presley. «A love supreme», de John Coltrane. «Comedia», de Héctor Lavoe. «Solo se trata de vivir» (recopilatorio español de 1986), de Litto Nebbia. «Clics modernos», de Charly García. Completar esta lista con algunos miles más, no estaría mal.

Selecciona tres discos nacionales esenciales de esa misma colección.
Creo que estas dos preguntas, bastante malintencionadas, solo pueden ser respondidas desde el sentimiento, más que desde la razón, así que aquí van tres que siempre me vienen a la cabeza y a los que regreso con frecuencia, discos que fueron esenciales en tiempos de formación: «Fiebre de vivir», de Moris; «El país de la luz», de Guzmán; y «Humitat relativa», de Remigi Palmero. Además, no debo olvidar la trilogía Rodríguez («Buena suerte», «Sin documentos», «Palabras más, palabras menos») y la discografía completa de Peret, que ahí no se puede escoger. Pero que conste que me duele horrores dejar fuera, entre otros cientos, «2», de Cecilia; «Viatge a Itaca», de Lluís Llach; «En el Olympia», de Paco Ibáñez; «Un hombre feo», de Sergio Makaroff, «Entusiastas», de Julio Bustamante; «Balmoral», de Loquillo, «El eterno femenino», de La Mode; «Juez y parte», de Joaquín Sabina; «Cenizas en el aire», de Ariel Rot; la discografía completa de CRAG…

Un disco doble al que no le sobra nada.
Dudo entre el demoledor «The river», de Springsteen, y «London calling», pero me quedo con los Clash, porque ese disco es un cañonazo, fue algo verdaderamente revolucionario y novedoso. Si la pregunta incluyera dobles en directo, el «Love you live», de los Stones, también está muy bien servido. Y si el asunto fuera de dobles hispanos, claro, «Honestidad brutal», de Calamaro.

Un grupo o cantante a quien rescatarías del olvido.
Serían tantos… Pero no entiendo cómo alguien no mete a Moris en un estudio y lo tiene grabando temas (de esos varios centenares que asegura que ha escrito) a pelo con su guitarra durante un mes. Y con los rumberos Chacho y Ramonet, tres cuartos de lo mismo. También Iain Matthews necesita un buen empujón para salir del pozo. O los CRAG, juntos o por separado (incluso juntos pero por separado… que quizá sería la única manera).

¿Cuál fue el primer concierto al que asististe?
La cosa está entre Tequila y Sleepy LaBeef, en julio de 1980, no sé cuál de los dos fue primero, porque solo hubo días de diferencia entre ambos; sin embargo, sí recuerdo las sensaciones de aquellas dos noches. De pura casualidad, me encontré cara a cara con el gran Sleepy, y le di la mano. Momento mítico.

¿Y el mejor concierto que has visto?
No sé si fue el mejor, pero me conmocionó mucho Costello con los Imposters, hará unos cuatro o cinco años. Un tipo tocando, simplemente, música por placer junto a su banda, sin necesidad de hacer payasadas para la galería. Así concibo ahora mismo los directos. Costello es un ejemplo. Aunque Radio Futura en 1983, en la Plaza de la Virgen de Valencia, fue algo irrepetible, mágico, no lo olvidaré nunca. ¡Incluso me hice con una cinta pirata del concierto! Hace un tiempo le hablé a Santiago Auserón de aquella noche, y él también la recordaba. Los teloneros fueron Garage, la primera banda de Carlos Goñi. Ahora mismo, prefiero los discos a los conciertos, y los conciertos en los que puedes estar sentado a los que debes permanecer de pie, no sé si es cosa de la edad.

Elige y razona tu elección:

Serrat/Aute.
Los primeros quince años de Serrat y los últimos treinta de Aute. Uno fue de más a menos, y el otro (Aute) de menos a más, hasta llegar a un punto actual increíble: nadie está reflejando los estados de la edad mayor como él. De todos modos, en los discos de Serrat siempre se descubre alguna canción excelsa, de esas que explican porqué está por encima del bien y del mal.

Sabina/Calamaro.
Sabina es el gran letrista por excelencia, tiene canciones que me matan y lo he seguido de cerca desde el principio (y pienso llegar hasta el final), pero Calamaro es músico (notable diferencia), y además estuvo en Los Rodríguez… Sin embargo, alcanzar el nivel de Sabina (como compositor e intérprete, ojo) es imposible, su suma de referentes culturales y musicales y su capacidad para emocionar lo sitúan en otra dimensión. Así que está claro, Sabina.

Nacha Pop/Los Planetas.
Nacha Pop, aunque solo sea por sus dos primeros discos, que escuché hasta el extremo; luego perdieron mucha garra. De Los Planetas me interesan los últimos tiempos, cuando han descubierto el rock andaluz. Me hace mucha gracia que los moderniquis escuchen algo que viene cargado de influencias de peludos como Cai o Guadalquivir. Como humorada, no tiene igual.

Nacho Vegas/Quique González.
Admiro mucho a Quique, pero su viaje musical hacia un sonido tan estadounidense, no lo acabo de compartir, creo que en él ha perdido parte de su sello personal, y me parece que ahora está algo ensimismado y poco callejero. Pero, sí, Quique González, por supuesto. Vegas está enormemente sobrevalorado, lo suyo no es para tanto, hay cantautores jóvenes (y no tanto) infinitamente más interesantes que él, pero sin su proyección mediática.

La Mala/La Bien Querida.
Aun admitiendo lo deslumbrante del debut de La Mala, confieso que me pierden las vocalistas lánguidas, pero mucho, y La Bien Querida, además de ajustarse al modelo, se sostiene sobre una tradición de pop español clásico que me hace gracia.

Jacques Brel/Serge Gainsbourg.
Gainsbourg, un maravilloso loco glorioso, un iconoclasta sin igual. Brel, por momentos, es demasiado intenso. De un tiempo a esta parte me cuesta sobrellevar los excesos interpretativos. Ya se me pasará.

Frank Sinatra/Elvis Presley.
Elvis, claro, me eduqué con él. Pero ADORO a Sinatra, un monstruo (en todos los sentidos), sus discos hay que escucharlos con mucha calma, paladearlos.

Marvin Gaye/Bruce Springsteen.
Springsteen fue una de mis referencias imprescindibles durante años (desde que me regalaron «The River», recién salido en Inglaterra e inédito todavía aquí), no lo puedo evitar. Ojalá algún día consiga grabar de nuevo con el sentimiento de antaño.

Tom Waits/Lou Reed.
La actitud de ambos me repatea, me parecen unos falsos que quieren hacerse los interesantes. La primera parte de la discografía de Waits es muy apetitosa y la obra de Reed es demasiado compleja como para hablar de ella como bloque, pero hasta comienzos de los 80, fue algo tremendo, y muy superior a todo Waits. Así que Reed.

Michael Jackson/Prince.
¿Puedo elegir el «comodín negro» y quedarme con el Stevie Wonder de los 70, o con Little Richard, o con Chuck Berry, o con Sam Cooke, o con Sly Stone, o con Ike and Tina Turner… o con Marvin Gaye, y así no lo dejo fuera? ¡O con Benny Moré! ¡Incluso con Antonio Machín!

The Rolling Stones/The Velvet Underground.
Reconozco que la discografía de la Velvet es irreprochable y esencial en la historia del rock, de las más influyentes. Pero, ay, los Stones hasta comienzos de los 80, para mí, fueron básicos, con su momento cumbre en «Some girls», un disco mayúsculo, una obra de cabecera. Así que los Stones, sin dudarlo ni un segundo.

Bob Dylan/John Lennon.
Lennon con los Beatles, que en solitario fue muy irregular, ¡y hay que sumar discos con Yoko! ¡Aghhh! De tú a tú, sin Beatles de por medio, Dylan gana la (injusta) carrera, pero de largo.

Neil Young/Elvis Costello.
Jodida pregunta. Pero a Costello lo siento como algo mío, de mi generación, lo he seguido en tiempo real y su discografía es un monumento al pop en toda su extensión.

Youssou N’Dour/Fela Kuti.
Fela Kuti, mucho más real, dónde va a parar. Pero, sinceramente, podría subsistir tranquilamente durante años sin escuchar a ninguno de los dos.

¿Por qué decidiste dedicarte a la crítica musical?
Fue bastante casual, pero determinado por una pasión irrefrenable por la música, los discos y las revistas musicales desde los doce años –cuando descubrí «Vibraciones», en junio de 1978 (acabo de consultarlo: portada de Iggy Pop), el mundo cambió por completo–, lo que se conoce como una enfermedad crónica.

¿Quién fue tu maestro periodístico?
Sin duda, Diego A. Manrique, me eduqué leyéndolo y escuchándolo; su gusto, conocimientos, entrega y dominio comunicador son algo único. Todavía disfruto con todo lo que hace. Si algo sé de esto, lo he aprendido de él. Además, y abundando en la pregunta anterior, tiene gran parte de culpa de que servidor esté aquí. En el periodismo escrito, que es a lo que me dedico, también fue fundamental Ignacio Julià, y aunque estamos en polos relativamente opuestos en lo musical, admiro su estilo y maestría, su manejo del lenguaje. También disfruto como un marrano con el ameno didactismo sin complejos de Luis Lapuente y Vicente Fabuel, siempre enseñando nuevos mundos. En la radio, fueron decisivos Carlos Luzuriaga, un locutor de Radio Popular de Valencia de finales de los años 70, y, evidente, Jesús Ordovás durante los 80.

Un equipo de fútbol.
El fútbol me da bastante igual, pero siento cariño por el Barcelona; bueno, por Cruyff y por Guardiola. También me cae muy bien el Levante. Pero si el fútbol, esta misma tarde (de domingo), dejara de existir, no lo echaría de menos para nada. Es probable que ni me enterara.

Un político.
No creo en los políticos, pero Gerardo Iglesias me caía bien, y cuando lo dejó regresó a la mina, un detalle de agradecer. El 100% de los políticos en activo tendrían que pasar una larga temporada en la mina, ¡o en el infierno! Y no volver. Ahora tengo puestas unas muy moderadas esperanzas en el proyecto Equo, ojalá salga adelante y no defraude (que lo hará…).

Una ciudad para vivir.
París, pero por pura tontería. Girona tiene su punto, y en Madrid también se está bien, y Buenos Aires es un disparate muy atractivo. En realidad, viviendo en la Valencia de Barberá y Camps, ¡cualquier lugar te parece estupendo!

El disco que detestas y que despierta alabanzas entre tus compañeros.
Son tantos… pero es que es normal, esto va por barrios, por gustos, por preferencias, por emoción. Al final, no importa demasiado, solo es música. Pasa como con las legumbres, a unos les gustan las lentejas y a otros los garbanzos. ¿Nos hace eso mejores personas? No.

¿Vinilo, CD o mp3?
CD, no lo dudo, un gran y perfecto invento del ser humano envuelto durante años en el peor de los envases posibles (aunque la cosa, en los últimos tiempos, ya en plena agonía, ha mejorado) hasta conseguir convertirlo en un desecho sin el menor atractivo. Amo los vinilos, y sigo comprando sin parar, pero, si soy sincero, creo que me gustan más como objeto que por su sonido, y por aquella cosa de levantarse a darle la vuelta; son muy agradables a la vista, al tacto y al olfato. Reconozco la comodidad de guardar y trasladar música digitalizada, y si la compresión no es mucha, no hay pérdida de sonido apreciable, así que tampoco renuncio al mp3, sobre todo cuando se trata de grabaciones que no puedo conseguir de otro modo. Además, las incómodas preguntas de los tres mejores discos se solucionan guardando unos mil o mil quinientos LPs en un buen reproductor de mp3, y así no hay que elegir (o no tanto…), aunque perdemos portadas y créditos, lo cual es una buena jodienda para quienes creemos que un disco es todo, no solo música.

La película que nunca te cansas de volver a ver.
Ciñéndome rigurosamente al enunciado y dándole al megatopicazo, creo que la película que más veces he visto es «Casablanca», si la ponen en la tele, siempre caigo, no me importa, ahí estoy, embobado, como un idiota, y siempre descubro algo nuevo. «La ventana indiscreta», «El tercer hombre» y «El hombre tranquilo» también son buenísimas y no me importa verlas de nuevo. En el plano español, me vienen a la cabeza «El viaje a ninguna parte» (Fernando Fernán Gómez) y «El verdugo» (Luis García Berlanga).

El libro que nunca te cansas de releer.
Hasta que no he tenido que responder esta pregunta, pensaba que releía poco, pero veo que no: algunos de Manchette, Chandler, Goodis y Simenon han caído varias veces. También alguno de Juan Marsé, antes de «El embrujo de Shanghai», claro. Hace un par de años, en un fuerte arranque de nostalgia (lo echaba de menos), me dio por releer las obras completas (dispersas y no muy amplias) de mi amigo Raúl Núñez. Sí que releo cómics: los que más, las colecciones completas de Tintín, Blake y Mortimer y Adéle Blanc-Sec, al igual que «Niebla en el Puente de Tolbiac», de Tardi adaptando a Malet, y «La balada del mar salado», de Pratt. De dos o tres lecturas, hay muchísimos; pasa como con las pelis: no duran demasiado y suman texto e imagen, lo que permite descubrir matices nuevos en cada revisión.

Una serie de televisión.
¿Solo una? Bueno, pues vamos de nuevo con el tópico: «Los Soprano». Últimamente estoy bastante enganchado a «Mad men», un monumento a la narrativa, y a «The good wife», que me parece espléndida. También he redescubierto «Becker», humor del bueno.

Si estuviera en tus manos elegir la música que suena en los supermercados, ¿qué discos seleccionarías?
Sinceramente, cuando estoy en el mundo exterior, supermercados incluidos, prefiero el sonido ambiente, sin música. Es muy de agradecer. De hecho, en la calle rara vez utilizo auriculares.

Anterior entrega de Fotopress: Carlos Pérez de Ziriza.

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