Forajidos del rock (7): Otis Redding, fuego sobrecogedor del Sur

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«Redding era puro sonido Stax gracias al equipo de lujo que siempre le rodeaba, incluida su banda Bar-Kays, y al mismo tiempo era simplemente Otis. El negro de Georgia partiéndose el alma en cada composición, combinando en su voz el blues y el gospel con un ropaje pop»

En su serie «Forajidos del rock», Fernando Navarro nos acerca a Otis Redding, una de las leyendas de la época dorada del soul. Uno de los gigantes de la música popular del siglo XX.

 

Una sección de FERNANDO NAVARRO.

 

“»No me gusta que me supliquen. Detrás de una súplica hay siempre una mentira»
«Duelo al sol»  («Duel in the Sun», 1946), dirigida por King Vidor.

 

Aún hoy, sólo de pensarlo, resulta sobrecogedor: Estados Unidos prendía de costa a costa en ese reguero de disturbios durante la lucha de los afroamericanos por sus derechos civiles cuando Otis Redding, ese negro de la Georgia rural que solía vestir chaqueta blanca, ardía sin control sobre un escenario, de izquierda a derecha, arriba y abajo, sin parar, sin concesiones, y causaba el mayor de los incendios. Corría el año 1965, poco después de la Marcha sobre Washington y los trágicos sucesos del Verano de la Libertad en Mississippi, y el fuego estallaba con ‘Respect’. Su espíritu, el del negro que lo escuchaba y, seguramente, el de muchos blancos que también lo escuchaban, se declaraban en llamas, impulsados por esos vientos feroces y esos metales pesados que lo acompañaban. Imposible poner un cortafuegos a una voz que invadía el cuerpo, como el más agresivo y primario de los sentimientos. Solo de pensarlo, resulta sobrecogedor. Y cierto: aún hoy, solo de escucharlo, sobrecoge un cantante como Otis Redding.

Nacido en Dawson (Georgia) en 1941, Redding se crió en Macon, donde su padre compaginó su trabajo en una base militar con su labor de predicador. Pero el cabeza de familia enfermó y el hijo tuvo que dejar la escuela para hacerse cargo de cinco hermanos. Trabajó de dependiente de una gasolinera y de picador, pero sin abandonar su pasión por la música. En el colegio, había tocado la batería y se había familiarizado con los rudimentos de guitarra y piano en un cuarteto de gospel. El salto lo dio en 1958, cuando entró como vocalista en The Upsetters, el grupo del ídolo local Little Richard, quien siempre fue la primera referencia musical de un joven Redding. Allí, también conoció a su futura mujer Zelma, al guitarrista Johnny Jenkins y a su futuro manager, Phil Walden, un blanco relacionado en el mundillo del R&B. Como Little Richard, decidió viajar a Los Ángeles con la idea de encontrar algo de gloria musical, pero esta no llegaría. Durante los meses que pasó en la gran ciudad, Redding apenas sacó algo de dinero lavando coches y grabó un par de sencillos sin ninguna repercusión. De vuelta a Macon, se centró en la música y se convirtió en miembro permanente de la banda de Johnny Jenkins, The Pinnetoppers.

En el camino se cruzó Stax Records, la discográfica fundada en 1958 por el blanco Jim Stewart y su hermana Estelle Axton, levantada en un antiguo cine de un barrio negro y que dio alas al soul de Memphis. La casa de discos había obtenido un gran éxito en el verano de 1962 con el instrumental ‘Green onions’ de los Booker T. & The MG.’s. Esto permitió que los Pinneetoppers, que contaban con muchos instrumentales, tuvieran su oportunidad. Pero el material de Jenkins no causó impresión. Hasta que en las sesiones de grabación se dejó cantar a Otis Redding. Según cuenta el propio Phil Walden en el magnífico libro «Soulsville, U.S.A.», escrito por Rob Bowman, él fue quien convenció al promotor Joe Galkin para que Redding grabara algo. La versión del ‘Hey, hey, baby’ de Little Richard no fascinó a Galkin, que no creía en la necesidad de contar con un sucedáneo del melocotón de Georgia en Stax, pero sucedió lo contrario con el tema ‘These arms of mine’, compuesto por Redding. El cantante alcanzó tal intensidad en el estudio que Galkin se quedó sin respiración. Era el prototipo de balada que haría famoso a Otis Redding. La sección rítmica marcaba una suave cadencia mientras su lamento, roto y visceral, subía el ritmo y se colaba por los poros de la piel.

A partir de entonces, Redding no dejó de grabar canciones y se convirtió en una insignia de Stax Records. Desde que puso un pie en esos estudios, no paró de crecer artísticamente. Sacó una serie de singles rompedores que se recogerían en discos que pasarían a ser obras maestras del soul. «Pain in my heart», lanzado en 1964, mostraba el poder de Otis bajo el acompañamiento de los mejores músicos de sesión de Stax (Isaac Hayes al órgano, Booket T. Jones a los teclados, Al Jackson a la batería, Steve Cropper a la guitarra y otros ilustres nombres en los vientos). Un año después, certificó su talento como vocalista y compositor en «The great Otis Redding sings soul ballads» y alcanzó una de las cumbres más grandes de la historia de la música negra con «Otis blue», grabado en vivo, como todo lo que se hacía en esos estudios de Memphis, en menos de 24 horas. «Otis blue» elevó al músico a la categoría de genio por su instinto insuperable para los arreglos y para la selección de canciones que hace suyas, como ‘Shake’ y ‘A change is gonna come’, ambas de Sam Cooke, quien había sido asesinado meses antes, ‘Rock me baby’ de B.B. King, ‘My Girl’ de Smokey Robinson, ‘Down in the valley’ de Solomon Burke o ‘Satisfaction’ de los Rolling Stones. El disco sería un gran éxito, pero más aún sirvió para definir un género: el soul.

 

«Visceral e intuitivo, Redding representa a un músico que rompe moldes, absolutamente suyo en la concepción del arte musical, entendido como una prolongación del cuerpo, como un estallido del alma»

CONCIENCIA DE RAZA

Redding era puro sonido Stax gracias al equipo de lujo que siempre le rodeaba, incluida su banda Bar-Kays, y al mismo tiempo era simplemente Otis. El negro de Georgia partiéndose el alma en cada composición, combinando en su voz el blues y el gospel con un ropaje pop. No era un vocalista de escuela. Era un hombre de instinto, un paleto sureño, según terminología blanca dominante, que transmitía sus propios latidos del corazón. Las palabras de Otis sonaban reales, como un canto personal, pero que ofrecían un mensaje universal que entendía cualquiera, iban directamente a los huesos. En sus canciones, se podía notar el sudor apasionado de quien no regateaba. Y sus directos eran incendiarios, expresión suprema de su música. Jon Landau, antes de ser manager de Bruce Springsteen, como crítico musical de «Crawdaddy», aseguró que Otis Redding se había convertido en el mensajero de un sonido excitante, el soul, que cruzaba todas las fronteras reales y ficticias, las de cualquier estado o país así como las de cualquier espíritu. Era un mensaje humano, natural y tan sentido que resultaba casi imposible no participar en él, mientras los vientos arropaban con efusividad cada letra masticada de Otis.

El canto de Otis estaba presente en un país que vivía el dilema nacional de su identidad. Mientras los políticos, poco a poco, iban cediendo a la presión afroamericana, liderada por Martin Luther King, los extremistas blancos se organizaban para ejecutar ataques y asesinatos contra la comunidad negra. En los mismos años que el músico sacaba sus discos y cruzaba fronteras comerciales, el Gobierno llevaba a cabo reformas legislativas para conceder más identidad ciudadana a los negros, pese a que los enfrentamientos no acabaron. Así, en 1964, se aprobaba la Ley de Derechos Civiles y, un año después, la Ley federal sobre el Derecho al Voto. En 1966, Redding, quien no era activista y pensaba más en términos laborales-comerciales de su carrera, quiso dejar constancia de su conciencia negra y dio a su mensaje un tono más reivindicativo al formar parte del supergrupo Soul Clan, un fantástico elenco que contaba con Solomon Burke, Wilson Pickett, Don Covay, Ben E. King y Joe Tex. Su single, ‘Soul meeting’, alcanzó el número uno de las listas de R&B. Esta alianza de gigantes del soul tenía un verdadero sentimiento negro. El objetivo era controlar de cerca sus ganancias y destinar parte de ellas a la comunidad, pero los gerifaltes del negocio discográfico asfixiaron el proyecto.

En 1967, el fuego de Otis llegó a Europa en todo su esplendor. Con bandas como The Beatles, The Rolling Stones o The Doors en lo más alto del mundo del rock, Stax decide promocionar a sus artistas en el viejo continente. Redding, Carla Thomas, Sam & Dave, Eddie Floyd, Arthur Conley, Booker T. & The MG’s giran por ciudades como Londres y París. El tour de los maestros del soul es un éxito y, tras las vibrantes actuaciones de Redding, la revista «Melody Marker» decide otorgarle el título de mejor cantante del año, reemplazando a Elvis Presley. Como se puede comprobar en el Festival de Monterrey, ante más de 50.000 personas, su dramatismo musical, lejos de ser una estudiada pose, adquiere connotaciones místicas. Janis Joplin así lo expresó, aunque verdaderamente Redding acudió a regañadientes a ese rollo hippy.

Visceral e intuitivo, Redding representa a un músico que rompe moldes, absolutamente suyo en la concepción del arte musical, entendido como una prolongación del cuerpo, como un estallido del alma. Sin embargo, como en las viejas historias del Oeste, al hombre que llegaba al corazón de la gente le esperaba un destino trágico. En diciembre de 1967, su avioneta se estrelló en las afueras de Madison, en Wisconsin, en el lago Monona. Otis y la mayoría de miembros de los Bar-Kays murieron en el accidente. Tenía tan sólo 26 años y, tres días antes, acababa de grabar ‘The dock of the bay’, que quedaría para la posteridad como una coda bella y melancólica. A su entierro asistieron todos los famosos del mundo del soul: James Brown, Stevie Wonder, Aretha Franklin, Sam & Dave, Booker T. Jones… Ya muerto, le apodaron el rey del soul. El trono le correspondía, sin duda, pero Otis era un hombre de pueblo, un tipo de su tierra, del Sur. El gran Steve Cropper, guitarrista que le acompañó en tantas sesiones, decía al referirse a los genios de Stax Records que contribuyeron a moldear un sonido fascinante: “Éramos obreros, no virtuosos”. Tomando como premisa sus sabias palabras, la magia residía en la sensibilidad a flor de piel y, Otis, Mr. Pitiful, se ha hecho inmortal como un obrero mágico de los sentimientos.

 

 

Fernando Navarro es autor del blog del diario «El País», La Ruta Norteamericana.

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