Fabuloso Cruyff

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“Un tipo con alma, un artista inspirador, un icono ajeno a los récords que dedicó su talento a la creación y a que los demás lo pasaran bien”

 

Óscar García Blesa escribe su particular homenaje a Johan Cruyff, una leyenda que conjugó el deporte y el arte. Tras su marcha, reflexiona sobre ambos escenarios, y los jugadores que los han transitado.

 

 

Texto: ÓSCAR GARCÍA BLESA.

 

 

George Best, el mítico jugador del Manchester United y lo más parecido a una estrella del rock que jamás haya pisado un campo de fútbol, dijo: “Si el futbol es arte, entonces yo soy un artista”, y vaya si lo era.

Con la muerte de Johan Cruyff el pasado 24 de marzo se marcha una leyenda del deporte, también el hombre que cambió las reglas del fútbol con el generoso propósito de hacerlo más bonito y sin duda el responsable directo de la edad de oro de la Oranje y del Barça. Pero, por encima de todo, su marcha supone el carpetazo casi definitivo a la asociación entre arte y deporte. De los fabulosos cuatro, Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona ya solo nos quedan dos, como los Beatles.

Entre una verdadera estrella del rock y un as del deporte apenas deberían existir diferencias. Con el paso de los años el deporte se ha ido profesionalizando (ojo, antes también lo era, pero aquello era otra cosa) hacia el lado de la especialización, dejando casi en anécdota la parte lúdica propia del arte. No cabe duda: ver enchufar triples a Stephen Curry levanta del asiento a cualquiera, pero, ¿dónde demonios quedó el espíritu macarra que nos hacía venerar a tipos como Drazen Petrovic o Dennis Rodman? Es fácil imaginar al croata liderando una banda de rock. Con Curry nos seduce el poder de una maquina perfecta, pero en el fondo añoramos la magia del artista irreverente.

Conocidos son los excesos en el mundo del tenis, especialmente durante los años 70 y hasta mediados de los 80. Jimmy Connors, John McEnroe o Bjorn Borg jugaban de maravilla y además lo pasaban pipa. Después de levantar la copa de un Grand Slam, corrían hasta la habitación del hotel para seguir levantando copas rodeados de groupies y celebridades y mucho rock and roll por todos lados. Las maquinas que desfilan por el circuito hoy en día pegando raquetazos a 200 por hora son muy buenos, tal vez demasiado perfectos. Hoy claro que “la bola entró”, pero, francamente, me quedo con McEnroe.

 

 

 

En el fútbol moderno la gente disfruta viendo jugar a Messi o Cristiano (¿quién no?), pero al mismo tiempo venera a Pelé (“Nací para el fútbol como Beethoven para la música”, decía) o Maradona, un caso perdido que hacía malabares con naranjas y metía goles con la mano, la del mismo Dios.

En Cádiz todavía hoy recuerdan a Mágico González, aquel que regateaba desde los carnavales al terreno de juego sin pisar un solo día el campo de entrenamiento, (“No me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Solo juego por divertirme”). Y claro, George Best, el hombre de las mil frases, a cada cual mejor: “Gasté mucho dinero en coches, mujeres y alcohol. El resto lo malgasté”. O aquella obra maestra: “En 1969 dejé las mujeres y la bebida. Fueron los peores veinte minutos de mi vida”. O cuando dijo eso de “No es cierto que me haya acostado con seis Miss Mundo. Solo fueron tres”. Una puta estrella conocida con el apelativo de “quinto beatle”. No terminó muy bien, es cierto, pero en el camino también tuvo tiempo de lograr un Balón de Oro y ganar la Copa de Europa. Las estrellas del rock son así.

A Cruyff se lo ha llevado un cáncer de pulmón. Fumaba (incluso en su etapa de jugador), y mucho. Pero luego se dedicó al chupachups. Con solo 17 años convirtió al Ajax en un conjunto despiadado (tres copas de Europa). Johan Cruyff lideró el alumbramiento del mejor equipo de futbol de todos los tiempos, la Holanda del 74, ¡qué noche la de aquel año cuando perdiendo ganó la final! Se arrancó una de las bandas de la poderosa Adidas reclamando que si querían usar su cara para vender camisetas deberían pagarle (¡un visionario de los derechos de imagen!). Logró que el Barcelona dejase de ser para siempre un equipo sin esencia convirtiéndolo en ganador; se alzó con tres balones de oro. Dijo aquello de “Jugar al futbol es sencillo. Pero jugar sencillo al futbol es complicado”. Llevó al Barça hasta su primera copa de Europa. Sin él no habría Peps, ni Dream Team, ni nada de lo de ahora. Él inventó jugar al balón. En definitiva, él era el fútbol.

Jugador sensacional, flacucho y bastante chulo, incapaz de hablar castellano sencillamente porque no le dio la gana, fue sobretodo un tipo con alma, un artista inspirador, un icono ajeno a los récords que dedicó su talento a la creación y a que los demás lo pasaran bien, dando espectáculo de primera ya fuera en el campo, en el banquillo o en geniales ruedas de prensa (“No soy creyente. En España los veintidós jugadores se santiguan antes de salir al campo. Si resultara siempre empatarían”). El arte, como el de Lennon, el de Bowie o el de Paco de Lucía no necesita de records ni conoce escenarios pequeños. El arte perdura y Cruyff, se me pone la gallina de piel, tenía arte para regalar.

 

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