Extravagante: David Bowie

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Extravagante: David BowieDavid Bowie
David Bowie
LP: Philips, 1969


Una sección de VICENTE FABUEL.


Aquí un servidor y de guarnición unas dudas razonables sobre la supuesta genialidad de este gran señor, Mr. David Bowie. Por supuesto, nada que ver con la lógica desconfianza que sus discos durante las tres últimas décadas fuera del sello RCA han suscitado a cualquiera que use las orejas para algo más que sostener las gafas. Se refiere uno al grueso capital de su ya larga obra, ese feliz interregno que más allá de sus vitalistas comienzos en la escena mod inglesa de los años 60, eclosionaría felizmente en la década siguiente. Viejo amor adolescente –su magno Ziggy Stardust me noqueó de mala manera obligándome a escribir alucinado mi primera colaboración periodística para el semanario Disco Express–, supongo que falto de referencias musicales previas, deposité en nuestro hombre esperanzas y certezas que el tiempo desdibujó con malos modos. Bajo la peor de las perspectivas posibles, la de ex amante despechado, durante un largo tiempo pensé a menudo –situándome en la esquina contraria a quienes babeaban llamándole el Gran Camaleón– que si algo ligaba bien con el adjetivo grande, en su caso era el de impostor. El Gran Impostor. Evidentemente, excesivo por mi parte.

Desprovisto pues de la pesada púrpura que uno le había adjudicado, en mi relativa –y además cambiante, ya ven– apreciación actual, me da que Bowie debe de ser uno de los últimos eslabones creativos de la primera gran etapa del rock (¿ha habido otra?, permítaseme la maldad). Esa etapa que partiendo de los años 50 comienza a agonizar en los primeros 70 dando paso libre a otras de reciclaje salvaje dispuestas a dar vueltas al calcetín cuantas veces haga falta. Un importante creador de final de época dispuesto a prolongar como sea su permanencia en primera línea de fuego. Dueño de una sin par donosura que nunca se le podrá discutir, es a partir de ese punto crítico que coincide con la llegada del glam y que voces autorizadas señalan como el comienzo del fin, cuando Bowie alcanza su plenitud. Y si bien es cierto que en esos años atravesó muchas puertas y que rara vez perdió el paso, nunca he tenido la percepción que lograse abrirlas sin que ya las hubiese transitado alguien. No daré nombres ni estilos.

Si no me atrevo a juzgar a Ziggy por razones terapéuticas, cambiamos de disco y qué bien suena hoy su segundo y homónimo álbum (1969). Asombrosa obra repleta de múltiples referencias, que partiendo del folk –su primera reencarnación camaleónica como hippie folk singer, no se olvide el otro título que acompañó al disco en los USA : Man of words, man of music– enlazaba con varios de los mitos culturales de final de década, algunos “de luxe”, otros de supermercado: el film de Kubrick 2001, el viaje sin retorno del trip psicodélico, los otros viajes espaciales, los festivales al aire libre, el fin del sueño hippie… Discursivo y volátil como procede a un ejecutante de folk psicodélico, pero sin descuidar jamás esa desbordante inspiración melódica que lucía el artista por esos años («Janine», «Wild eyed boy from freecloud», «Memory of a free festival», “Cygnet committee”), todas ellas venían impregnadas además de un inusual aliento épico, y por último, no sería muy elegante ignorar que el disco contenía la gran «Space oditty», una de esas escogidas canciones tocadas por la magia del azar, capaces de servir igual para ser debatidas en un foro académico que ser bailadas en la peor discoteca rural de la España tardo ye-yé del 69. Trascendida por unos fantasmagóricos teclados del teclista Rick Wakemen, este «Space oditty» que sin duda sobrevivirá a su autor, ya mostraba impoluta su indiscutible y camaleónica capacidad no ya para reinventarse, si no para que en cada nueva audición su música nos sonase distinta. Exacta y nítidamente como se pudo comprobar tres años más tarde cuando –travestizándole la portada con el oportuno “look” Ziggy– se reeditó el álbum bajo el nombre de Space oditty para su nuevo público gay power. A nadie pareció importarle que un producto claramente nacido en el magma del planeta hippie, ideología entonces claramente “demodé” y profundamente anatomizada, ahora se postulase frente a su nuevo público glam como abanderado de una bien distinta causa. Asombroso, he ahí los poderes de Bowie. Francamente no se cómo su Reina aún no le ha nombrado Sir.

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