“Examen de ingenios”, de José Manuel Caballero Bonald

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“Sigue teniendo la visión certera para rascar en sus fondos y en los de su obra con una mirada no exenta de bonhomía ni de acerados comentarios cuando se precisan”

 

 

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José Manuel Caballero Bonald
“Examen de ingenios”
SEIX BARRAL

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La prosa del decano de nuestras letras es cada vez más ágil y precisa, más jugosa. Con noventa años bien cumplidos conserva una lucidez apasionante, porque aún escribe con ella y porque la provoca en el lector. Cierto es que muchos de los retratos de esta colección de cien estampas de personajes clave de nuestra historia cultural del siglo XX a los que conoció el jerezano ya habían aparecido en sus memorias y los recupera literalmente, pero en los nuevos sigue teniendo la visión certera para rascar en sus fondos y en los de su obra con una mirada no exenta de bonhomía ni de acerados comentarios cuando se precisan.

Desfilan sobre todo escritores, desde Azorín y Baroja –impagable la escena doméstica de este último que se nos relata– hasta los poetas de su generación o ilustres hispanoamericanos como Borges o Cortázar. En algunos hace gala de cercanía y amistad –Cela para lo malo, José Agustín Goytisolo para lo bueno–, en otros la lejanía no empaña un supremo cariño, como es el caso de este último, en algunos simplemente comenta alguna de sus obras –Carpentier– y en los más apetecibles para el lector entrometido dejar ir larga la lengua. El de Josep Pla es de explayarse en la ofensa con placer.

Sin embargo, hay un aspecto que en la redacción de Efe Eme nos ha dejado un tanto decepcionados. Es sabido que aquí valoramos y enaltecemos la figura de José Manuel Caballero Bonald. Un par de artículos en nuestro Cuadernos Efe Eme revalorizaban su labor como editor de libros sobre música y como productor. Ahí se relacionó con personas tan reivindicables como Mariano Antolín Rato y sobre todo con músicos como Vainica Doble, Aute –a quien hizo revivir– o Maria del Mar Bonet. Incluso Serrat. Bastantes más. Y sin embargo, nada de ello se nos muestra. Algunas buenas descripciones de la figura de Agujetas o de la obra de Paco de Lucía, episodios con Antonio Mairena o unas páginas enamoradas sobre Pepa Flores. Ni siquiera sus viajes a Andalucía junto a Ramón Segura, director a la sazón del sello Ariola, buscando la semilla antigua del flamenco aparecen reflejados.

No es demérito del autor, desde luego; Cabalero Bonald puede hablar de quien él considere: sin embargo, el lector de esta revista, que se acerca aquí por la música, no puede evitar dolerse de que le hayan escamoteado un pasado tan jugoso en este campo. Por lo demás, el libro es animado y vivaz, expone a veces con caricaturas y a veces con preciosismo el paisaje con figuras –siempre de fondo la situación social– y resulta una guía utilísima, una enciclopedia de vida, de lo que ha sido la cultura en castellano en el siglo XX.

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Anterior crítica de libros: “Borges esencial”, de Jorge Luis Borges.

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