El rock de una noche de verano (3): A ti, lector

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«Uno acude a aquella cabecera que sabe va a coincidir con su molde musical de la misma manera que el ciudadano de determinada ideología acude al periódico que ratificará sus ideas»

El inmovilismo en las cabeceras musicales es directamente proporcional al inmovilismo sonoro de los lectores de esas mismas publicaciones. Esa es, a grandes rasgos, la teoría que expone este domingo Juanjo Ordás.

 

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

 

Cuando uno está trabajando en un texto exclusivo para una publicación, debe mantenerlo en secreto. Es importante mantener la emoción, que cuando se publique no sea un chicle mascado ni un chascarrillo cacareado. Pero también es fundamental que la competencia no se entere, especialmente en estos días de supervivencia cultural en los que cualquier revista –digital o de papel– desea ofrecer a sus lectores ese mágico “algo” que no puedan encontrar en ninguna otra. Lo dicho, es importante mantener en secreto aquello en lo que andas trabajando. ¡Y cuesta! Especialmente cuando dispones de otras plataformas (blog, Facebook, Twitter) que podrían permitirte compartir con lectores y amigos la emoción que te embarga cuando estás metido de lleno en la confección de un nuevo texto. No cambiará el devenir de la humanidad ni la forma en que funciona el mundo, pero tu nueva creación ejerce de eje de tu vida en más de un momento del día, y deseas contarlo, quieres explicar hasta qué punto te estás hundiendo, nadando y buceando en las aguas musicales del artista en cuestión. Y no puedes. Pero es como debe ser. Cada día, cada mes, el armamento sorpresa es el que gana la partida de cara al lector cultivado. ¿Pero cuántos lectores de ese tipo quedan? Pocos, aunque no son una especie en extinción ni mucho menos. Simplemente hay que despertarlos. ¿Simplemente? Bien, no es tan simple.

Un buen lector –y oyente de música– debe ser capaz de retarse a sí mismo. Muchas veces, el mundo editorial de las revistas musicales se asemeja al clientelismo político (¡gran mal de la democracia de nuestros días!). Uno acude a aquella cabecera que sabe va a coincidir con su molde musical de la misma manera que el ciudadano de determinada ideología acude al periódico que ratificará sus ideas. ¿Dónde está el reto ahí? En ningún lado, claro. Así, el lector de las revistas musicales puede comenzar a practicar la clarividencia, adivinando las opiniones que «su» revista verterá en torno a tal o cuál tema o artista. Pero el problema no radica en la línea editorial, sino en el entumecido lector, que no solo precisa de un medio que refuerce sus opiniones para mantenerlas firmes (sí, lamentable) sino que además castiga al magazine si se atreve a colocar en portada a un artista que se salga de sus intereses –o ideas preconcebidas– provocando la caída de sus ventas. No es cuestión nacional, sino internacional. A nadie debería extrañarle ver como Lennon, Morrison o Dylan se disputan habitualmente las portadas de las grandes y poderosas revistas musicales inglesas. Una apuesta a caballo ganador.

Todos deberíamos reflexionar sobre la belleza de “dejarse convencer”, que nada tiene que ver con “dejarse vencer” pese a que a menudo se extrapolen erróneamente ambos conceptos. No vamos a hablar de tolerancia, no vamos a caer en el hippismo, pero sí vamos a hablar de egoísmo: El enriquecimiento en base a ideas opuestas ayuda a crecer, pero sobre todo a abrir espacio y nuevas dimensiones en el universo personal. Lo mejor es que hablamos un debate sobre arte cuyas consecuencias jamás serán destructivas, lo cual hace de los terremotos del paladar gustativo sonoro divertidísimas explosiones que nos ayudan a crecer y a respetar. ¿Cómo pueden darse diatribas tan violentas en torno a algo tan bonito como la música? Qué sinsentido.

Anterior entrega: El rock de una noche de verano (2): El roll del rock.

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