El oro y el fango: Los retos de la nueva SGAE

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«A la nueva junta no le queda otra que intentar una política de transparencia y, sobre todo, poner en marcha nuevos métodos de comunicación con los que intentar restituir una imagen terrible, de monstruo avasallador y omnívoro, algo así como el enemigo público número uno»

Tras las elecciones de SGAE, la nueva junta directiva se enfrentará a diversos retos que traspasan sus puertas y llegan hasta la calle.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

Que la semana pasada se celebraron elecciones en SGAE, lo sabemos todos: ganó la candidatura que encabeza Antón Reixa (llamada Autores Unidos por la Refundación; no puedo evitar mencionar el nombre de la lista continuista que se ha quedado sin representación: No Estábamos Tan Mal, que parece un chiste malo, una broma disparatada, como haberse denominado Contra Franco Vivíamos Mejor) y, con toda probabilidad, tendrá que dirigir la entidad en coalición (algo siempre saludable, que lo que sucede con las mayorías absolutas ya lo padecemos los ciudadanos estos días). Dadas las peculiaridades de SGAE (su posición prácticamente monopolista), la horrible imagen modelada a lo largo de los últimos años y el final abrupto de la presidencia de Teddy Bautista, lo que no debería ser más que un asunto interno de una sociedad de gestión de derechos autorales, traspasa sus puertas y deviene tema de debate en medios de comunicación, foros de internet, redes sociales e, imagino, barras de bar, peluquerías y banquetes nupciales. Es como si en esas elecciones estuviéramos implicados todos, y no. En realidad a quienes afectan es a los autores (también a los editores de repertorio), los demás, poco tenemos que ver. Pero ya sabemos cómo han ido las cosas en los últimos años a consecuencia de algunos métodos recaudatorios polémicos y la actitud de SGAE ante la piratería (a mi modo de ver, muy loable, defendiendo los intereses del colectivo al que representa y protege). Así que dada su visibilidad, a la nueva junta no le queda otra que intentar una política de transparencia democrática (tan de actualidad) y, sobre todo, poner en marcha nuevos métodos de comunicación con los que intentar restituir una imagen terrible, de monstruo avasallador y omnívoro, algo así como el enemigo público número uno.

No lo tendrá fácil la nueva junta, pero tampoco debiera resultar imposible ceder o abrir un poco la mano ante determinadas situaciones que, a cambio de unos miles de euros anuales, no le granjean más que antipatías sistemáticas e intentar explicar con serenidad (y firmeza, por supuesto) qué son los derechos de autor, para qué sirven y de qué modo se reparte el dinero recaudado (no estaría mal cuidar a esos muchos pequeños socios que se quejan de que hace mucho que en las emisoras de radio, televisiones y demás –ahora internet– no se establecen listas reales de temas emitidos y se funciona a porcentajes, con lo cual los grandes siempre ganan mucho y los pequeños no saben qué les llega y por qué razón), exponer la situación del autor, compararla con otros colectivos (a uno le asombra que el ciudadano de a pie se sorprenda de que el heredero de un autor cobre los derechos del fallecido durante 80 años, antes de que sean universales, y le parezca estupendo que los bienes materiales e inmateriales de cualquiera puedan ser transmitidos por los siglos de los siglos). También sería conveniente que la SGAE no se quedara sola defendiendo la legalidad frente a la piratería e intentara movilizar a colectivos próximos con los que presentarse unidos, pues la lucha se antoja larga y la ley Sinde-Wert solo parchea levemente parte del problema. Parece necesario que SGAE, junto a los autores a los que no acoge (los literarios, por ejemplo), comience a consensuar y a definir con urgencia de nuevo el derecho de autor y la propiedad intelectual delante de una realidad que ha dejado obsoletas las leyes que lo regulan y presione para un cambio.

Todo ello tendrá que hacerlo mientras limpia a fondo su casa por dentro y precisa hacia dónde quiere desarrollarse: ¿seguirán adelante con los proyectos inmobiliarios faraónicos? ¿Volverán a darle sentido a la Fundación Autor y resucitarán al imprescindible e inmolado Sello Autor, ese paraguas protector tan necesario bajo el que podían acogerse muchos de sus socios para dar salida a su obra? Afuera, ya saben lo que les espera: una opinión pública con los sables afilados y que mirará con lupa cada uno de sus pasos esperando el traspié, así que no es poco el trabajo que le espera a Reixa y a los suyos. No quisiera estar en su piel, pero intuyo que Antón Reixa es de los que gustan enfrentarse cara a cara con los problemas. En todo caso, mucha suerte, que falta le hará.



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