El oro y el fango: Las canciones (y sus mensajes) permanecen

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«Aquellas canciones reivindicativas y sus intenciones han permanecido y las nuevas generaciones comprenden su mensaje, que llega como en una cápsula del tiempo listo para ser empleado de nuevo»

 

Juan Puchades recuerda la canción protesta, a los cantautores que la alumbraron y cómo acabaron olvidados. Sin embargo, sus canciones y los mensajes que transmitían han permanecido y hoy siguen vigentes.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

Con un nudo en la garganta contemplé esas imágenes de la semana pasada en las que un grupo de ciudadanos interrumpía en el parlamento portugués al primer ministro entonando una canción tan emblemática como ‘Grândola, vida morena’. Imaginaba a José Afonso sonriendo desde el más allá (aunque tal cosa no exista y un muerto no pueda sonreír), contento al comprobar que su canción más emblemática continúa viva y mantiene su capacidad agitadora. Fue un gesto, como todos los que vemos estos días, con mucho de brindis al sol, pues sabemos que esta inmundicia social a la que nos han llevado no la cambia ni dios, que aunque cayeron dictaduras sangrientas, al final del camino, nos hemos visto abocados a una infinitamente más perversa, pues se disfraza de democracia y ni un ejército con claveles en los fusiles lograría pararla: es más, si se les antojara, ¡los mercados podrían hacer subir la cotización del clavel hasta lo imposible y así impedir su compra!

En cualquier caso, acciones como la de Portugal, emocionan, y por un instante nos trasladan a tiempos en los que parecía que una canción podía modificar el rumbo de la historia o, cómo mínimo, ayudar a sacudir conciencias: quizá solo a transmitir consignas colectivas con las que comprender que no estábamos solos, que la lucha era de todos y para todos… ¡El pasado!

No viví los días de la canción protesta (o sí, pero era un niño), solo conozco su historia y, lógico, las canciones, esas que hoy casi que parecen himnos de un tiempo remoto, dormido en la memoria de quienes lo vivieron. Por supuesto que me sé la mayoría de esas canciones (de ahí lo conmovedor de escuchar entonar ‘Grândola, vida morena’), principalmente las españolas, esas que se corresponden con los últimos años de la dictadura y los primeros de la transición. Pero aquí no hubo una como la de José Afonso, que fuera elegida por los militares revolucionarios para acabar con la dictadura. No, los militares siguieron a lo suyo, Franco se murió de viejo y no hubo una canción que simbolice por ella misma aquel periodo. Lo que quedó fueron bastantes himnos dispersos: desde ‘Al vent’ y ‘L’estaca’ a «A galopar’, pasando por ‘La gallineta’, ‘A cántaros’ (que estos días celebra cumpleaños), ‘Al alba’ o el ‘Canto a la libertad’ de Labordeta (estas últimas publicadas tras la muerte de Franco).

Muchas canciones marcaron el tiempo entre los sesenta y mediados de los setenta. Temas escritos por ese pelotón que fueron los cantautores, gentes a las que, llegada la democracia y tras alcanzar la «amnistia, la libertad y el estatuto de autonomía», parecía que ya no les quedaba demasiado más por lo que clamar. Muchos se retiraron y se buscaron la vida como pudieron, otros siguieron cantando, cambiando consignas por historias más mundanas, logrando reciclarse con éxito. Algunos, incluso, se plegaron al poder y a los discos subvencionados (ayudas a la creación, a la lengua, etc.), a las giras por las redes de teatros públicos de su comunidad autónoma. Buscaron la supervivencia, y no se les puede criticar por ello. Allá cada uno.

Se comprende que su tiempo pasara, mientras el país había asumido la modernidad, la belleza de la arruga en los trajes, era capaz de organizar unos juegos olímpicos de impresión, asfaltaba y edificaba cada metro cuadrado y hasta trazaba líneas para trenes de alta velocidad y se construían palacios de congresos y aeropuertos en cada cruce de caminos, no iban a venir unos tipos con una guitarra de palo a aguarnos la fiesta. ¿Qué iban a reivindicar, los trenes de cercanías? ¿Qué iban a denunciar, la mentira del estado del bienestar? Y lo más terrible, ¿quién querría escucharlos? ¿Iban a cantar acaso a las puertas de las fábricas, en las aulas universitarias? Puedo imaginar alguna escena: un tipo a la entrada de una factoría empuñando una guitarra, subido a un cajón y cantando por la igualdad, por la lucha de clases, por la solidaridad, por los servicios públicos… la gente pasaría por su lado, camino del parking, con las llaves del coche pagado a plazos y pensando en las vacaciones estivales, mirando de soslayo a ese pobre demente que se desgañitaba con sus rancias consignas. Algún enlace sindical hasta es probable que telefoneara a la policía alarmado de que a un trabajador le diera por pararse a escuchar ¡y acabara pensando por él mismo!

A los cantautores no es que se los llevara el viento de la historia, es que la historia misma los arrolló, haciéndolos rodar por el suelo junto a sus guitarras, las sillas en las que apoyaban el pie, los atriles y las partituras… Sin embargo, quedaron las canciones, esas que hoy, cuando se quiere subrayar alguna de las canalladas que nos sobresaltan de continuo, siguen manteniendo incólume su mensaje y su capacidad de conectar, su sentido simbólico. Como pasó el otro día en Portugal, como sucede en las redes sociales cuando se recupera alguno de estos temas en un vídeo de Youtube. Es decir, aquellas canciones reivindicativas y sus intenciones han permanecido y las nuevas generaciones comprenden su mensaje, que llega como en una cápsula del tiempo listo para ser empleado de nuevo. Y eso es lo mejor que le puede pasar a una canción, sea de un cantautor o de quien sea, que trascienda, que permanezca. Finalmente, lo de la canción protesta y los cantautores no fue ninguna tontada.

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Anterior entrega de El oro y el fango: El libro de texto de Diego A. Manrique.

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