El oro y el fango: El tejedor de canciones volátiles

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«Es absurdo tratar de explicar la grandeza de Julio, lo singular y conmovedor de su obra, la poesía que encierra, el olor a playa que desprende, la brisa que arrastra consigo, su capacidad para reconciliarte con la humanidad y las pequeñas cosas, el bienestar que transmite»

El próximo viernes, la sala Matisse de Valencia acogerá un concierto de homenaje a Julio Bustamante, uno de los creadores más extraordinarios, y desconocidos por el gran público, del pop español. Juan Puchades se suma al homenaje.

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

«Sé perfectamente que sabemos
entendernos como niños pequeños
cuando nos dejamos de cuentas y de
cuentos, y eso me hace pensar que solo
estamos vivos
cuando estamos contentos»

‘Buenos momentos’
Julio Bustamante.

 

El viernes próximo varios músicos valencianos se subirán al escenario de la sala Matisse para homenajear a Julio Bustamente. No hay nada que celebrar, ni efeméride de por medio, lo hacen porque les da la gana, porque les apetece, quizá porque sienten que se lo deben. Y es que somos unos cuantos los que le debemos mucho a Julio Bustamante. Deudas de las que no se pueden pagar así como así. Sentimentales. De esas que habitan en lo más hondo del corazón, apegadas a la memoria, de las que quiebran la voz y empañan los ojos.

En mi caso la gratitud y la deuda para con Julio Bustamante serán eternas, de las que me acompañarán hasta el fin de los días. Por inclemente que sea el frío, por desoladora que pueda ser la ruina que venga (económica, intelectual o física, tanto da), Julio, por medio de sus canciones, siempre estará ahí.

Supe de Julio Bustamante en 1981, cuando firmaba únicamente con el apellido –artístico, por cierto, que el real es Balanzá, como aquella Casa Balanzá que en una esquina de la plaza del Ayuntamiento de Valencia fue cafetería durante décadas, el negocio familiar, con su característica marquesina; hoy ni esta queda ya– y publicó su primer disco, «Cambrers». Una obra iniciática para el adolescente que yo era por entonces, de esas que te cortan la respiración, que te noquean por su monumentalidad, nacida, pese a ello, de la sencillez, de la fragilidad, del candor, de ese asir sentimientos casi evanescentes, de ese querer fijar un pop valenciano que no existía y que él, Remigi Palmero y Pep Laguarda levantaron con sus obras primeras para darnos placer, para justificar nuestra existencia y hacérnosla un poco más llevadera. Una línea creativa que, abandonada a la deriva del olvido, en los últimos años algunos de esos mismos jóvenes que en Matisse le rendirán honores civiles y musicales han decidido continuar.

Julio es para mí parte del paisaje valenciano, lo he visto (y me he encontrado con él) en tal cantidad de ocasiones que es imposible enumerarlas: de día, de tarde y de noche, sentado en una terraza de la Plaza de la Virgen, leyendo un libro bajo el sol, con las piernas estiradas en una silla; deambulando por el barrio del Carme; cruzando con paso rápido el Pont de Fusta; acodado en barras de bar (los viejos bares del Carme y La Seu: Cavallers de Neu, Lisboa, Negrito, La Marxa, La Edad de Oro…); en la cafetería de la FNAC; incluso me viene a la memoria una entrevista en su dormitorio del domicilio familiar; y, por supuesto, subido a escenarios: solo, con grupo, integrado en In Fraganti… en Viveros, en Planta Baja, en Garaje, en la misma Plaza de la Virgen, en la Sala Cuatre, en Greenspace, en SGAE… lo recuerdo hace veinticinco años encaramado a la mesa de billar del café La Torna a altas horas de la madrugada, cantando a persiana bajada para los parroquianos habituales, por el mero placer de cantar. Cantando por cantar. Porque sí, porque las canciones están para cantarlas y hay que sacarlas fuera.

Pero, sobre todo (y como siempre en esto de la música), están los discos, esos a los que puedo recurrir cuando el alma escuece o se nubla y pide un poco de evasión hacia esos mundos luminosos, etéreos y levemente hedonistas que él imagina, pinta para nosotros siempre bañados de azul Mediterráneo y transforma en canción como nadie, analizando las cosas de la vida con la mirada profunda del niño grande y sabio que es, con los ojos abiertos del que sabe que si los cerramos estamos muertos, haciendo que lo eterno dure un instante, que los instantes fugaces sean eternos. Siempre regalando optimismo, insuflando ganas de vivir.

Julio ha logrado, también, algo tan difícil como que aquellos de sus seguidores que habitamos en Valencia y que odiamos esta ciudad con tanto método como cordialidad, nos reconciliemos con ella, por lo menos en los tres o cuatro minutos que dura alguna de sus canciones más urbanas. Como cuando en ‘Sur del corazón’ entona aquello de «Valencia es más bonita todavía / cuando se queda sin tráfico y vacía, / se convierte en un sueño de verano / mientras paseas por sus calles más antiguas», y asientes porque reconoces que pese a todo lo que has vivido y sabes, el tejedor de canciones volátiles tiene razón y ese paisaje urbano mil veces pervertido por los sin escrúpulos (los conservadores que cuando de ladrillo y ganar dinero se trata no conservan nada), es el tuyo, el que llevas más profundamente enredado, precisamente, en el corazón. Lo quieras o no, así es.

Es absurdo tratar de explicar la grandeza de Julio, lo singular y conmovedor de su obra, la poesía que encierra, el olor a playa que desprende, la brisa que arrastra consigo, su capacidad para reconciliarte con la humanidad y las pequeñas cosas, el bienestar que transmite. No voy ni a intentarlo. Si no has caído atrapado por ella, tú te lo pierdes, ya sabrás cómo llevas las cosas de la sensibilidad y la belleza. Es asunto tuyo. Pero tendrías que hacértelo mirar. Y lo siento por ti, porque no estás preparado para acceder al selecto club (¡ay, tan minoritario!) de los que degustamos su discografía y no podemos dejar pasar demasiados meses sin que «Entusiastas» nos ayude a acompasar respiración y pulso, a sentirnos algo mejor, a sobrellevar las frecuentes putadas de la vida. De verdad que lo siento por ti, porque no sabes lo que te estás perdiendo, y ni un millón de palabras lograrían hacértelo entender. Es a cara o cruz, conectas con su manera de ver y hacer o no conectas. No hay más.

Yo, y desde hace más de treinta años, me quedó con Julio, con sus vaporosas canciones eternas que parecen no ser de este mundo y que, sin embargo, hacen de él (del mundo de mierda) un lugar más habitable.

Gracias por todo, maestro. Nos vemos en siete días. Te escucho siempre, en disco o en la cabeza.

[El concierto de homenaje a Julio Bustamante tendrá lugar el viernes 25 de mayo, a las 23:00 h., en la sala Matisse. Contará con las actuaciones de Tórtel, Maronda, Manolo Tarancón, Senior, La Gran Alianza, Dwomo, Nèstor Mir, Radiadores, Mike & Mona y Maderita. Eduardo Guillot, desde la cabina, se encargará de la selección musical. La entrada cuesta 5 euros y la recaudación íntegra será para Julio Bustamante.]

 

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