El oro y el fango: Calamaro no es ningún imbécil

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“No, Andrés Calamaro no es ningún imbécil. Tal vez los imbéciles sean otros, encallados mentalmente en sus mundos mezquinos y pacatos”

 

Una intervención televisiva de Andrés Calamaro desata los comentarios en internet y algun medio la convierte en noticia. Juan Puchades, en realidad, detecta imbecilidad en otros, no en el músico.

 

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

 

Me cuentan que las Redes arden con la intervención de Andrés Calamaro en “El Intermedio”, el espacio televisivo de El Gran Wyoming. En unos segundos descubro que la alarma de incendio la ha disparado “El Huffington Post”, y para allá que voy. Lo primero que observo es un titular realmente estúpido: “Calamaro hace un Cigala en El Intermedio” (luego constato que en la portada han ido un poco más allá, rotulando un lamentable “Calamaro, raro raro raro en El Intermedio”), accedo a la “noticia” (de algún modo hay que definir esto), un texto chusco de redactor anónimo completado con la socorrida reproducción de algunos tuits, que así el medio recoge la opinión de la sociedad (en realidad, los tuits justifican la noticia; y con esta y su titular se espera regresar a las redes sociales en la esperanza de que tanta memez revierta en visitas). Voy directamente al vídeo, a los cuatro minutos supuestamente flamígeros. Tras su reproducción confirmo una idea formada hace tiempo: “El Huffington Post” da mucha grima. Me sorprende que la temperatura de las redes sociales suba por Calamaro y no porque un medio (de alguna manera hay que definir este lugar cibernético) pierda su tiempo en elaborar tales tontadas: aquí lo realmente bochornoso es el nivel de degradante miseria intelectual alcanzado por el periodismo de nuestros días.

No pretendo ondear la bandera calamariana, pero en “El intermedio” Andrés Calamaro estuvo contenido, hiló lo que quería decir con bastante tino y, es verdad, tuvo unos momentos de coqueteo con la cámara (juego de manos incluido) bastante excéntricos. Pero no es la primera vez que recurre a tales poses y malabares, porque cuando tiene una cámara delante parece que no sabe muy bien cómo desenvolverse y opta por la extravagancia (pero bien, lo suyo es rock and roll, así que hasta podemos justificarlo). Sin embargo, absolutamente nada en sus palabras muestra la alcoholemia que algunos parecen sugerir (y que el medio tiene a bien reproducir). Por el contrario, observo al Calamaro conocido, incluso más comedido que en ocasiones, totalmente centrado. Hay que aclarar que de normal tiende a que las ideas se le atropellen cuando habla, lo que le obliga a disertar largo y tendido, a divagar, para, tiempo después, regresar al tema principal. No es el caso de esta entrevista, muy al contrario, hasta parece hacer el esfuerzo de ofrecer mensajes breves y directos. Más allá de sus devaneos ante la cámara, este es el Andrés que conozco desde hace más de veinte años.

Nunca le he preguntado por ello, pero intuyo que no se siente cómodo delante de micrófono y cámara (de hecho, la semana pasada dejaba este tuit: “Soy fatal para hablar en radio y televisión”), por lo que prefiere las entrevistas escritas, en las que siempre se muestra incisivo y certero. Quizá, como nos sucede a tantos, logra engarzar mejor sus ideas y la forma de expresarlas en la tranquilidad del teclado del ordenador. No pasa nada. Como periodista de medio escrito incluso puedes agradecerlo, pues transcribir sus entrevistas no es tarea sencilla (sé de lo que hablo), y en contra del mito no se trata de que esté constantemente colocado: es que él es así. No hay más, se le da mejor escribir, componer canciones y cantar que hablar. ¿Debemos criminalizarlo por ello o convertirlo en motivo de chanza cada vez que aparezca en la tele?

Más triste es esa sensación que queda de que nadie, ni en “El Intermedio” ni en el “El Huffington Post”, parece haberse molestado en leer “Paracaídas & vueltas”, el libro que Andrés Calamaro acaba de publicar y en el que recoge escritos desperdigados en el tiempo. Una obra (leída está) que confirma lo dicho: su autor se expresa con mayor claridad por escrito que delante de una cámara. En él deja prosa tan elegante como bien rockera (que es lo que se espera), ideas interesantes e inteligentes, frases ingeniosas, bellas metáforas, sentido del humor y del deber, pero, sobre todo, lucidez a raudales. Sí, LUCIDEZ. ¿Pero qué otra cosa puede esperarse de quien ha escrito ‘Media Verónica’, ‘Flaca’, ‘Sin documentos’, ‘Paloma’, ‘El palacio de las flores’, ‘No tan Buenos Aires’ o ‘Barcos’ (entre decenas más, inolvidables)? No, Andrés Calamaro no es ningún imbécil. Tal vez los imbéciles sean otros, encallados mentalmente en sus mundos mezquinos y pacatos.

Anterior entrega de El oro y el fango: Lo que permanece son las grabaciones.

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