El oro y el fango: Bunbury, el héroe que no quiere permanecer en silencio

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borja-cuellar-01-08-14

«¿No es más honesta la actitud del vocalista siguiendo su propio camino creativo, siendo él mismo en tiempo presente y asumiendo que en la música se trata de crear, de avanzar, no de vivir anclado en una imagen amarillenta y congelada que no se corresponde con la realidad, por mucho que algunos fans la tengan mitificada?»

 

El anuncio de que Bunbury interpretará temas de Héroes del Silencio en su próxima gira, levantó disparidad de opiniones. Algunos fans se enfurecieron y pidieron el regreso del grupo.

 

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

 

Este lunes, en Los Ángeles, durante una rueda de prensa, Enrique Bunbury dejó caer que abrirá «la caja de Pandora» durante su próxima gira y recuperará más temas de Héroes del Silencio de lo que suele ser habitual en sus conciertos. No me extraña: días antes, el propio Enrique me comentaba de ese cancionero, reivindicándolo sin ambages como parte de su obra. Pero tampoco tiene que asombrar a nadie: él participó decisivamente en la escritura de esos temas y, por tanto, son suyos. Así que lo más lógico es que los rescate si lo cree oportuno.

En internet, al difundirse la noticia del aviso dejado caer en el encuentro con la prensa angelina, leo mensajes de gente que se alegra porque se anime a repescar algunas de aquellas viejas composiciones. Pero también veo aquí y allá otros cargados de rencor, algunos trufados de insultos de grueso calibre. Hay quienes se enfurecen porque se atreva a «tocar» esos temas, otros aseguran que ahí sí que está el rock y no en su obra solista (el plomizo discurso rockista de siempre), y muchos profieren que se deje de monsergas clamando por una nueva reunión de Héroes del Silencio. En general, esas misivas destilan ese odio que nunca he terminado de comprender: el del «hooligan» del rock. Y no lo entiendo porque la música es arte y trasladar a este las actitudes del forofo del fútbol no parece que sea buena cosa. El arte está para darnos placer, para disfrutar de él. Claro que puede no gustarnos la deriva que toman los artistas que admiramos, pero es fácil: te apeas del tren, te quedas (si te apetece) con los discos y canciones que te hicieron feliz, y pasas a otra cosa. Fin del disgusto. El mundo está plagado de música maravillosa como para atormentarnos deliberadamente con la que no nos satisface.

Pero, sobre todo en el caso de los grupos disueltos, hay seguidores que parecen pretender vivir en un bucle sonoro del que se niegan a escapar, en la esperanza de que vuelva esa banda que amaron y que se separó hace diez, veinte o treinta años. Y no atienden a razones: nada será igual a aquello, a aquel colectivo humano (o a los supervivientes, si ha habido decesos) interpretando aquellos temas. Con Bunbury, además sucede que permanece ese lejano resentimiento que comenzó a tejerse cuando se le consideró responsable de la separación de Héroes del Silencio, sin importar que él, como creador, quisiera explorar otros territorios musicales y necesitara hacerlo por su cuenta. En definitiva, lo que pretendía era crecer como artista y como persona (lo que habitualmente no sucede al mismo ritmo o en la misma dirección entre los diferentes componentes de una banda). Que es justo lo que no le pasa al fan furibundo: claro que ha crecido (abdomen, arrugas y canas son señales inequívocas), pero ambiciona que la foto musical con la que vivió sus mejores años permanezca anclada en una juventud que no volverá, que es lo que representa, en este caso, Héroes del Silencio. De la misma forma, para los fans más jóvenes una «reunión» es el sueño de «ver» por vez primera a esos señores que un día (en realidad cuando eran unos mozalbetes) escribieron y grabaron esas canciones, interpretándolas ahora de nuevo sobre un escenario, todos juntos: quiere a los que fueron, pero que ya no son y nunca serán. Porque son los mismos, pero son otros, ya que nadie somos los que fuimos. ¿Realmente tiene tanto interés asistir a un espectáculo que, siendo sinceros, no es más que un brindis a la nostalgia, y muy probablemente una manera de que los protagonistas (que quizá entre ellos no tengan en común más que un lejanísimo pasado) se hagan con una buena suma de dinero? ¿El arte es eso?

Es seguro que Jimmy Page tendría un orgasmo si mañana Robert Plant le comunicase que está dispuesto a salir de nuevo de gira bajo el nombre de Led Zeppelin, pero, ¿no es más honesta la actitud del vocalista siguiendo su propio camino creativo, siendo él mismo en tiempo presente y asumiendo que en música se trata de crear, de avanzar, no de vivir anclado en una imagen amarillenta y congelada que no se corresponde con la realidad, por mucho que algunos fans la tengan mitificada? Sí, sin duda. Por tanto, ¿no es mucho más digno y noble que Bunbury recupere en directo las canciones de aquella época con las que se siente más identificado y que cree pueden encajar con su repertorio solista, con su sonido actual y su presente artístico? La respuesta es evidente. Sobre todo porque los directos se prestan a manejar repertorio de diferentes épocas y, repitamos: esas canciones le pertenecen a Bunbury. Son suyas, sin él no habrían existido (y sin los coescritores tampoco, por supuesto). Quizá su único error fue no liarse la manta a la cabeza desde el primer momento y meterle mano sin contemplaciones a los temas de Héroes del Silencio. Paul McCartney hizo lo mismo, luego rectificó, y hoy su público escucha con entrega las canciones que firmó para los Beatles. Y nadie se rasga las vestiduras.

 

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