El Hijo: Artesanía emocional

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El ex Migala Abel Hernández, publica su segundo disco en formato largo como El Hijo, «Madrileña», en el que cuenta con producción y arreglos de Raül Fernández (Refree). Un proyecto en el que, en castellano, se cuida la palabra hasta el detalle.

«Madrid sí es una ciudad especial, de naúfragos, de confluencias, cosmopolita, histórica, hermosamente castiza y muy bruta a la vez, que origina situaciones y personajes muy particulares. Madrid es un estado mental e igual también el escenario de una tragicomedia contemporánea»

El ex Migala Abel Hernández, publica su segundo disco en formato largo como El Hijo, «Madrileña», en el que cuenta con producción y arreglos de Raül Fernández (Refree). Un proyecto en el que, en castellano, se cuida la palabra hasta el detalle.


Texto y foto: EDUARDO TÉBAR.


Llevaba media década sin charlar con Abel Hernández. Recuerdo al aplicado timonel de Migala rompiendo ligaduras con el pasado e iniciando con timidez su proyecto personal, El Hijo. El músico madrileño, fiel al sello Acuarela durante más de tres lustros de carrera, vivía una transición difusa: era el momento de explorar su vena cantautoril y abrazar el castellano como vehículo oral. En “Madrileña”, su segundo largo, El Hijo culmina las intenciones expuestas en los tres lanzamientos anteriores. Como siempre, resalta en los créditos la intervención esencial de Raül Fernández (líder de Refree) en producción, arreglos y voces.

Por inercia, las conversaciones con Abel suelen derivar en la literatura. Pistas: sirvan su fascinación por el meteórico Gonçalo M. Tavares o el malogrado Roberto Bolaño para rastrear el microcosmos poético de El Hijo. “Casi he leído todo lo de Bolaño, incluido algún libro sobre él. Volveré en pocos años, seguro. Es el último monstruo”.

Titulaste tu primera publicación en solitario “La piel del oso” [Acuarela, 2005]. ¿Presagiabas las largas hibernaciones entre un disco y otro?
La verdad es que El Hijo ha publicado cuatro discos entre 2005 y 2010. O sea, 28 canciones. Hay un single más que aún no se ha publicado y estaba previsto que saliera en 2009. Y ha hecho bastantes directos, así que no sé si se puede hablar de hibernaciones. Al menos no son tales para mí, aunque a veces sí que da esa impresión por el calendario de publicaciones, que suele depender de la agenda de la compañía de discos y de su estado de cuentas. Por ejemplo, “Madrileña” empecé a grabarlo en primavera de 2009, ya con varios retrasos motivados por la apretadísima agenda del productor, Raül Fernandez, pero apenas dos años después de que hubiera salido “Las otras vidas” [Acuarela, 2007]. Luego tardó casi un año en salir por razones ajenas a mí.

Desde fuera, parece que trabajas a fuego lento y con disciplina de artesano. ¿Es así?
Bueno, en realidad trabajo bastante a golpes, aunque es verdad que necesito un tiempo después de cada disco para poder empezar a hacer canciones nuevas. Un tiempo que suelo dedicar a darle nueva vida a las canciones en directo. Hasta que no sale el disco y he trajinado con sus canciones no puedo ponerme a terminar otras nuevas, aunque siempre van saliendo esbozos o ideas. Es como si necesitara un nuevo momento, un nuevo contexto vital, un nuevo escenario, un nuevo rollo musical y de letras. Pero, una vez pasa ese tiempo, tardo unos pocos meses en tener material para un disco nuevo. Con el viento a favor, creo que podría hacer un disco al año.

Como a varios compañeros de la generación indie de los noventa, saltar al castellano te produjo complicaciones. ¿Has encontrado tu identidad como cantautor?
Desde luego, he encontrado cierta comodidad que buscaba en componer canciones y ya dudo poco con mi voz, pero siempre estoy buscando cosas nuevas. Si no, me aburro. Lo último es la pequeña banda con la que estoy trabajando el directo en los últimos meses y con la que acabo de grabar seis revisiones de temas ya publicados de El Hijo para la edición francesa de “Madrileña”.

En “Madrileña”, música y letra trazan un universo personal, críptico. Como si quisieras edificar el país de El Hijo.
Sin duda, “Madrileña» es el trabajo más completo hasta ahora. El oficio se va aprendiendo con la práctica, el tiempo y la experiencia. Aún me considero aprendiz.

¿Qué te atrae de Madrid como contexto narrativo?
Es donde vivo, donde existo. Si viviera en Río de Janeiro usaría su contexto, supongo. Pero Madrid sí es una ciudad especial, de naúfragos, de confluencias, cosmopolita, histórica, hermosamente castiza y muy bruta a la vez, que origina situaciones y personajes muy particulares. Madrid es un estado mental e igual también el escenario de una tragicomedia contemporánea.

¿Y de dónde sacas toda esa imaginería medievalista?
Yo no la veo, de verdad [carcajadas], no la veo. Usé términos como estampa medieval, soldados y caballeros en algunas canciones de “Las otras vidas”, y luego el «art work» hizo el resto. En mis canciones hay pastores, reinas y ruinas pero también muchos bares, parques, cines, spa, centros comerciales, masas de gente, coches, guardias civiles… Creo que se asocia El Hijo a eso medieval porque uso un castellano más literario que coloquial y un poco como de folclore, de uso no tan frecuente y a veces no tan actual, un poco anticuado.

¿Pero te interesan la fantasía y la fabulación como contrapunto de la realidad?
Me interesan más bien como una manera de explicar la realidad.

Desde el principio de El Hijo se adivinaban maneras muy bolañescas.
La primera época de El Hijo, en la que me buscaba como escritor de letras en castellano, coincidió con mi descubrimiento devorador de sus libros y sin duda resultó inspirador, pero creo que no de una forma concreta.

¿Y lo de dormir con libros de Georges Perec?
Leer a Perec es un trabajo, por eso hay que hacerlo en la cama. Pero me encanta. Y llegué a él por Bolaño [risas].

Juegas con el túnel del tiempo. ¿Otro recurso?
Me interesa el tiempo como algo relativo, que se frena y acelera, que cambia y se repliega hasta hacer coincidir cosas separadas.

Llaman la atención los arreglos, a menudo músicas alucinadas y sinuosas, cuando no directamente cinematográficas, muy a lo Danny Elfman. Es un rasgo que arrastras desde los tiempos de Migala.

Sí, hay canciones que tienen ese punto de sonido. Realmente de eso es en buena parte culpable Raül Fernández. Pero me encanta que lo veas de esa manera. Lo que ahora me interesa más es conseguir que esa clase de cosas pasen por la composición, la armonía y la melodía, más que por la elaboración de un sonido.

Y Raül Fernández, ¿mano derecha, izquierda o las dos piernas de El Hijo?
Raül ha sido muchas cosas. Nos entendemos muy bien y es un multiinstrumentista muy capaz y atrevido. A mí me gusta llamarlo “el puente”, porque conecta puntos separados, y consigue que rollos apartados y estilos distintos se encuentren.

Refree lleva años reconciliando el pop alternativo con la cançó catalana. ¿Hemos mejorado en la falta de prejuicios hacia lo nuestro?
Sí, y creo esa que es una de las claves de que pueda existir algo potente. Explotar lo propio, lo local, lo que uno conoce, que puede incluir equipaje recogido en muchos sitios. Sin prejuicios, pero con una ambición universal, internacionalista.

La última vez que hablamos andabas muy metido en Los Brincos y, ups, en el flamenco. ¿Has profundizado en la materia?

Sigo escuchando todo tipo de buena música. Por ejemplo, en la última mini gira andaluza, en la furgoneta, así que recuerde, han caído discos de Talk Talk, Beach House, Camarón, The Feelies, The Band, Triana, Nino Rota, White Noise, Lole y Manuel, Grizzly Bear, Serrat, Dolorean, The Housemartins…

En el bolo de Granada estaba Jota Planetas, que es socio de una peña flamenca y asegura que lo jondo es un camino sin retorno: el que entra no sale.
No estoy muy puesto en flamenco, pero me fascina. Suelo ir a algunas tabernas donde sólo se pone flamenco y creo que, si entendiera un poco más, podría engancharme y no salir de ello. Entiendo a Jota, claro, más viviendo en la magia de Granada.

¿Qué hay de tu labor como productor?
Bueno, empecé muy poco a poco, pero ahora no paro, la verdad. Y me encanta. Este año estuve con la Orquesta de la Primera Luz del Día y el nuevo disco de Ornamento y Delito, que sale ahora. Y ya estoy empezando con lo nuevo de Tortel.

Aunque ha llovido mucho, te tengo que preguntar por Migala. No soy el único para el que álbumes como «Arde» [Acuarela, 2000] sirvieron de refugio. Hoy parecen hasta discos anticipativos. ¿Qué sensación te produce ahora escucharlos?
Muy buena. Creo que trabajamos muy bien con la libertad y la creatividad por bandera, y llegamos a sitios interesantes. Hay un puñado de cosas que me parecen buenas de verdad y todos los discos tienen un nivel parecido.

Lo dejasteis cuando mejor os iba en España, Alemania y Bélgica. ¿No se han producido arrepentimientos?
La duda y la nostalgia siempre están ahí, pero creo que se paró cuando era necesario parar.

¿Y cómo recuerdas Emak Bakia?
Bueno, ni Coque [Yturriaga] ni yo la damos por muerta, sigue ahí, dormida, esperando a que llegue un príncipe, la bese y la despierte, supongo. Mis recuerdos son fenomenales y aún me asombra escuchar un disco como “Después” [Acuarela, 2000]. No sé de dónde salen tantas cosas de las que suenan… Ni cómo las hicimos.


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