El disco del día: Marcus Miller

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«No podemos olvidar que Marcus Miller, además de un excelente bajista y acertado jefe de filas, fue orgullosísimo productor de gente como Al Jarreau o Miles Davis»

 

Marcus Miller
«Renaissance»
DEUCES/KARONTE

 

 

Texto: GERNOT DUDDA.

 

 

Gusten más o gusten menos sus discos fuera del ámbito del jazz de fusión o del funk en el que parecen quedar inevitablemente confinados los trabajos de estos grandísimos músicos, no podemos olvidar que Marcus Miller, además de un excelente bajista y acertado jefe de filas, fue orgullosísimo productor de gente como Al Jarreau o Miles Davis (quien quiera considerar “Tutu” como un hito en ese sentido tiene aquí una pieza como ‘Redemption’ para recordarlo).

¿Que todo parece dar vueltas alrededor de los mismos círculos concéntricos y que no hay una salida más allá? Pues no pasa nada. A nadie le tiene por qué amargar una buena producción y esta lo es por encima de la media de sus últimos trabajos.

Precisamente por llamarlo “Renaissance” parece querer mandar con ello un nuevo mensaje, y justamente por eso uno opta por buscar esas anomalías que alcancen a convertir este lanzamiento en algo especial. Y sí las hay. Mucho. Como esa frase latina –“con amor todo se puede”– que Rubén Blades canta en ‘Setembro (Brazilian wedding song)’, famosa composición de Ivan Lins que Quincy Jones grabó en 1989 en su famoso “Back on the block”. Aquí traza líneas melódicas con Gretchen Parlato –que parece haber patentado eso de la voz como tratamiento instrumental–, pasándose Marcus al bajo sin traste (a lo Jaco Pastorious) y con sólida sección afrocubana a lo “Manteca”.

Más anomalías (no tan anómalas): el homenaje a CTI Records que se marca en ‘Cee-Tee-Eye’ y su fulminante solo de bajo en su intermedio. Sobre todo porque haya alguien que por fin reconozca la determinante influencia del setentero sello de Creed Taylor (que todos cultivaban pero callaban).

O su larga y poderosa versión del ‘Slippin’ into darkness’ de los cruciales War, que la grabaron en 1971. O ‘Tightrope’, con el cameo de un rotundo Dr. John en esa vertiente de sinuoso Night-Tripper que tanto nos gusta. O esa metáfora que en ‘Jekyll & Hyde’ construye entre Art Blakey & The Jazz Messengers (Dr. Jekyll) y Jimi Hendrix (Mr. Hyde), sin saber en cuál de los dos a uno le gustaría ver transformarse la pieza.

Y por último, uno espera poder escuchar a Marcus Miller tocando también su segundo instrumento, que es el clarinete bajo, y no ha fallado aquí con esa cita. Lo hace en la emotiva ‘Gorée (Go-ray)’, inspirada en la visita que hizo con su banda a la funesta isla situada frente a las costas de Dakkar, donde embarcaban los esclavos rumbo a América.

¿A que al final hace que todo esto merezca mucho más la pena de lo que en un principio parecía? Pues aún hay más, mucho más…

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