El disco del día: Leonard Cohen

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«Una poesía sublime donde conviven el Antiguo Testamento, la serenidad budista, el don lorquiano, las sábanas sucias, la rima rota del Mediterráneo, la tradición judaica, el cabaret y el blues. Erosionado por los elementos. Viejo. Pero lúcido y vivo»

Leonard Cohen
«Old ideas»
COLUMBIA/SONY

 

 

Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Vuelve Leonard Cohen. El profeta. El poeta. El dandi. El bufón de corbata. El monje laico y místico y el ateo zumbón. El cantante zen y el bolerista vacunado contra cualquier exceso porque los vio y sufrió de todos los tamaños. Su nuevo disco, «Old ideas», bien podría haber sido un comprensible aunque menesteroso ejercicio de coge el dinero y corre. A estas alturas de su excelsa carrera uno le consentiría incluso la traición de publicar por necesidades puramente monetarias. No parece el caso. Aunque el conjunto pueda resentirse, aquí y allá, por haber repartido funciones. Aunque ya no lleve las riendas de la música, y se note, y comparta protagonismo, mantiene dignamente su poder expresivo. La llamarada de una poesía sublime donde conviven el Antiguo Testamento, la serenidad budista, el don lorquiano para conjugar imágenes turbadoras, las sábanas sucias de sal y saliva, la rima rota del Mediterráneo, la tradición judaica, el cabaret y el blues. Erosionado por los elementos. Viejo. Pero lúcido y vivo.

En ‘Going home’, la canción que abre «Old ideas», habla de sí mismo con lucidez terrible. Las cuerdas, los coros femeninos, el teclado, proporcionan un colchón mínimo y confortable. Humorística, aunque sólo si admites que el mejor humorismo pisotea los jardines del miedo. Allí donde la sonrisa se congela en mueca horrorizada. «Me gusta hablar con Leonard / Es un deportista y un pastor / Un bastardo perezoso / con un traje». La luz crepuscular baña un canto donde admite que todo pudo ser calculada impostura, bella actuación o insincero teatro. Busca en las postrimerías la afirmación de saberse, al menos, más sabio y limpio, menos carcomido por las neurosis y relativamente a salvo de la depresión cíclica. Sabiduría reforzada en ‘Amen’, donde banjos y platillos avanzan sinuosos. En ella Leonard analiza el estado del mundo. Escondido entre ángeles exiliados, corderos sacrificales, víctimas y verdugos. El puente instrumental, vientos y violín, recuerda al de ‘I’m you’re man’. Uno adivina una bellísima melodía bajo el recitado. La que aletea, más evidente, menos neblinosa, en ‘Show me the place’: «Muéstrame el lugar donde quieres que vaya tu esclavo / Muéstramelo, lo olvidé, ya no lo recuerdo». En busca del lugar donde la palabra se hizo hombre y comenzó el sufrimiento, los coros femeninos se elevan, como en el resto del disco, sin la exuberante gracia de ‘The future’. No relucen como hielo erótico. No hay sexo sino piedad.

Acaso hubiéramos deseado que el efecto de grabar al canadiense y al grupo por separado no fuera tan evidente. Que la garganta no sonara tan en primer plano, si bien reconozco que subraya el efecto agónico, de blues pastoral o nana de Navidad triste, tirada en la calle cual rescoldo de un glorioso pasado. Un pasado que encuentra un rival con el que medirse en la soberbia de ‘The darkness’. Una de las canciones estrenadas durante la última gira. Un «tour de force» que, aquí sí, rememora, por intención casi apocalíptica, sus producciones de finales de los ochenta y primeros noventa, aunque tirando por el ángulo introspectivo, personal, frente a la visión global de ‘The future’. Himno siniestro, trotón, en el órgano hace piruetas y el piano sintoniza un «juke joint» del Mississippi, «Tomé la oscuridad / la bebí de tu copa / pregunté ¿es contagioso? / Dijiste: bébetela / No tengo futuro / sé que mis días son pocos / El presente no es agradable / solo un montón de cosas que hacer / creí que el pasado me duraría / pero la oscuridad también se lo tragó».

‘Anyhow’, más jazz que nunca, tiene mucho de poesía recitada en voz alta. De masticar con voz grave el grano acre de los versos. Con ‘Crazy to love you’ recuperamos la acústica del trovador que fue. Un tema que bien podría haber firmando en cualquiera de sus primeros discos. En ‘Come healing’ el canadiense cede una buena porción del escenario a sus espléndidas coristas. Para entonar una delicada plegaria que sabe casi a despedida. Banjo, con su cadencia country, quemada por el sol, susurra a media tarde una melodía ligera, acaso la más liviana del disco, para enlazar luego con ‘Lullaby’. Su guitarra española, su armónica, su línea de bajo y sus platillos, esbozan una tonada susurrante mientras el día se despide «y el viento en los árboles habla en lenguas». El estribillo emociona por sencillo y certero. El cantante solo desea que duermas, amor, porque al fin llegará la mañana y porque el tono fúnebre cambia el paso por otro esperanzado. En qué deposita sus esperanzas, da igual. Basta con respirar.

Por último ‘Different sides’. Junto a ‘The darkness’, juega a coser el frac de un himno. Con un marcado ritmo y unos versos como puñales. Elegante despedida en la que encontramos líneas como las siguientes: «En virtud del sufrimiento yo clamo haber ganado / tú, que nunca fuiste escuchada / Ambos decimos que hay leyes que obedecer / pero francamente no me gusta tu tono / Quieres que cambiemos la forma en que hacemos el amor / yo quiero dejarlo estar». Con el sombrero sobre el cráneo casi pelado y el rostro largo y enjunto, de caballo sombrío y chispeante, Cohen envía una postal mojada en sangre. La misma que lleva escribiendo, con sobresaliente ingenio y siempre original, desde que añadió muerte, liturgia, poesía simbolista, gravedad libre de impostura, luctuosa transparencia, cinismo inteligente y romanticismo exasperado a las postrimerías de los sesenta.

Quede claro que «Old ideas» no alcanza la magnificencia de sus obras clásicas. El tabaco y los años han laminado su garganta, más de oso que de hombre, de caverna antes que de persona. Tampoco hay voluntad de entregar canciones tormentosas, fulgurantes. Prefiere el dibujo a lápiz. El carboncillo frente al ciclón. Ahora, nadie dude que allá arriba, en la torre de la canción, sigue poniéndole nombre al asco y al milagro.

Anterior disco del día: Dulces Años.

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