El disco del día: Acetre

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«No siendo Acetre uno de los grupos de folk más conocidos fuera de su entorno es sin embargo uno de los más asequibles para quien aún pueda mantener prejuicios en ese sentido»


Acetre
«Arquitecturas rayanas»
KARONTE

 

 

Texto: GERNOT DUDDA.

 

 

Gran paradoja que no siendo Acetre uno de los grupos de folk más conocidos fuera de su entorno es sin embargo uno de los más asequibles para quien aún pueda mantener prejuicios en ese sentido (lo que sería, de verdad, una práctica retrógrada). Acetre llega con “Arquitecturas rayanas” a su octavo trabajo, lo que les hace aspirar a la longevidad de Milladoiro, Oskorri o Al Tall, entre otros, aunque por otro lado mantienen una visión y un vigor parejos a las demandas internacionales más pujantes de la llamada World Music. Es decir, recreación de la tradición, músicas de raíz con vocación y aptitudes perfectamente exportables por mor de su sofisticada –y natural al mismo tiempo– creativa puesta en escena instrumental.

No es algo nuevo. Llevan muchos discos haciéndolo. Y ya desde “Canto de gamusinos”, en 1999, han llegado a ese punto de lograda madurez que les permite aprovechar las ventajas de una forma de trabajo propia (para no llamarlo “fórmula”). Algo perfectamente universal, porque partiendo del folclore tradicional extremeño-portugués alcanzan un punto de sublimación poético y onírico en su reconstrucción sonora.

Muy solventes, como siempre, en sus interpretaciones instrumentales (‘Vendimia’, ‘La Torre de Floripes’, ‘Perantella’), con un trabajo perfecto de banda e interpretaciones redondas de flauta, violín, guitarras, mandolina, acordeón y percusiones. Manteniendo ese vigor femenino necesario para la reinterpretación de piezas tradicionales, como “El mercader de Zafra”, “Alborada de Ahigal” o “La casa de Mosés”. Y sin faltar a su cita con un bilingüismo sincero, inherente a su condición fronteriza –ellos viven en Olivenza, a caballo entre dos realidades–, manifestado en canciones como “As pontes”, “Amores de Mariana” o “Fado das aldeias”.

Para colmo, rematan la faena con “Ataecina en el Trampal”, en la que –aparte de un sensacional laúd árabe, cortesía de Amin Tailassane– incorporan el santur por primera vez (Juanma Rubio). Se trata de una pieza inspirada en las sensaciones y vibraciones que les produjo la visita a la basílica visigótica de Santa Lucía del Trampal, en Alcuéscar, ubicada donde en otro tiempo existió culto a la diosa prerromana Ataecina.

Anterior disco del día: Rockpile.

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