El cine que hay que ver: «Sopa de ganso» (Leo McCarey / Hermanos Marx, 1933)

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«Sopa de ganso’ marca el punto de no retorno. Se trata de su película más política, donde los millonarios deciden quiénes gobiernan; donde los gobernantes son holgazanes, arbitrarios e ignorantes»

 

Fue el final de un ciclo, con «Sopa de ganso» el humor más ácido y político de los Hermanos Marx llegó a su fin, tras ella vendrían las comedias sofisticadas. Manuel de la Fuente analiza esta obra maestra.

 

Una sección de MANUEL DE LA FUENTE.

 

El paso del cine mudo al sonoro, producido a finales de los años 20, fue uno de esos cambios en la industria cultural que hoy permanecen como modélicos al respecto del vuelco que los adelantos tecnológicos pueden provocar a la hora de redefinir toda una industria. Un cambio que se produjo para introducir en Hollywood un género, el musical, que no había podido dar el salto del teatro al cine. Es algo que apuntaba muy bien «Cantando bajo la lluvia», al presentar que sus orígenes mismos como película había que buscarlos en este período histórico. De repente, los principales directores y estrellas tuvieron que reciclarse a un género que vivió su primera época de esplendor en los años 30. Con la crisis económica de aquellos años, no era ya momento de reírse con las comedias alocadas de los felices años 20 (en las que los tortazos iban siempre para los banqueros y policías), sino de evadirse con las grandes películas musicales situadas en suntuosos salones de clases altas para soñar con un mundo mejor.

El origen del cine de los Hermanos Marx hay que situarlo también en ese contexto, puesto que ellos llegan también al medio a través de una película musical, «Los cuatro cocos» («The cocoanuts», 1929), iniciando una relación de cinco años con la Paramount que daría lugar a cuatro películas más: «El conflicto de los Marx» («Animal crackers», 1930), «Pistoleros de agua dulce» («Monkey business», 1931), «Plumas de caballo» («Horse feathers», 1932) y «Sopa de ganso» («Duck soup», 1933). Se trata de un periodo de interinidad en la historia del cine puesto que, mientras los estudios se pasan totalmente al sonoro, se tienen que definir las nuevas reglas narrativas: ya no vale, por ejemplo, mirar directamente a cámara, las actuaciones no pueden ser tan afectadas como en el cine mudo y el maquillaje grotesco que definía los estereotipos (los grandes bigotes del malo de turno) se sustituyó por una mayor apariencia de naturalidad. Las nuevas películas tenían que ser más verosímiles, el espectador tenía que percibirlas como un reflejo de lo que él podía llegar a ser.

Evidentemente, Charles Chaplin se negó en redondo a pasar por el aro y siguió haciendo películas mudas. Un director como él que insistía en retratar las clases más bajas de la sociedad y en cuyas películas había una burla constante a todas las instituciones, estrenaba en 1930 «Luces de la ciudad» («City lights») con una primera secuencia en la que el vagabundo sentaba su culo en la cara de un monumento erigido a la paz y la prosperidad. Tardaría diez años en pasarse al sonoro para combatir con la palabra el discurso asesino y racista de Adolf Hitler en «El gran dictador» («The great dictator», 1940).

Pero el caso es que, mientras Hollywood iba perfilando el nuevo género cinematográfico, mientras iba dando forma a los musicales, los hermanos Marx (unos cómicos que llevaban toda la vida actuando en el vodevil) se colaron por la puerta de atrás y realizaron cinco películas irrepetibles. No tanto por su calidad sino por su condición de únicas, ya que esa combinación de humor surrealista e iconoclasta, lleno de burlas a las instituciones (la clase política, la universidad, etc.) y de juegos de palabras disparatados junto con números musicales carentes de cualquier tipo de romanticismo (canciones como ‘I’m against it’ o la paródica ‘Everyone says I love you’, de «Plumas de caballo») que llevaban al desastre total final es una combinación que les ha hecho muy famosos, pero que ni ellos mismos pudieron repetir en adelante.

«Sopa de ganso» es la última película que los Marx hicieron con la Paramount. Es la que contaron con un realizador de mayor prestigio (Leo McCarey). Es una película consagrada al disparate continuo de sus chistes (no aparecen Harpo y Chico tocando el arpa y el piano). Se mete con toda la política internacional en el mismo año en que Hitler era nombrado canciller de Alemania (no olvidemos que los Marx eran judíos). Y supuso la última película en la que todo, absolutamente todo, estaba dispuesto a su lucimiento en pantalla. Pese a no suponer el exitazo de «Plumas de caballo», tampoco resultó un fracaso comercial y los Marx (descontentos con la productora) no renovaron con la Paramount. Obtuvieron mejores condiciones, convertidos ya en estrellas de Hollywood, en la siguiente compañía, la Metro Goldwyn Mayer, adonde llegaron apadrinados por el productor Irving Thalberg. Y ahí se inició la “fórmula Thalberg” que les condicionaría el resto de su filmografía: los hermanos Marx seguirían haciendo sus chistes y sus bromas, pero la historia principal sería no ya un musical, sino una comedia romántica. En adelante, en sus películas, los Marx se encargarían de ayudar a estar juntos a la pareja de enamorados de turno. La fórmula se estrenó con la que sería su película más exitosa: «Una noche en la ópera» (A night at the opera, Sam Wood, 1935).

Es cierto que el humor ácido e iconoclasta seguiría en esta nueva etapa. Pero «Sopa de ganso» marca el punto de no retorno. Se trata de su película más política, donde los millonarios deciden quiénes gobiernan (es el personaje de Margaret Dumont quien escoge de presidente a Rufus T. Firefly); donde los gobernantes son holgazanes, arbitrarios e ignorantes (el famoso chiste de Groucho de la película: “Este informe lo entendería hasta un niño de cuatro años, traiga a un niño de cuatro años porque no entiendo nada”); donde la diplomacia se mueve por motivos poco elevados y por las dinámicas egoístas e imperialistas de los países; y donde la guerra es un negocio que se creen todos los ignorantes (los habitantes de Freedonia reciben cantando alborotados la declaración de guerra del gobierno). El impacto fue, de hecho, muy profundo en los propios Marx. Fue a partir de ese momento cuando Groucho empezó a adquirir una conciencia política que crecería hasta el punto de que, décadas más tarde, Richard Nixon lo considerase un enemigo público. Y fue también cuando Harpo inició una gira por la URSS que le haría participar en diversos movimientos políticos.

 

Este carácter único de «Sopa de ganso» es lo que, años después, llamó especialmente la atención sobre los Marx en Europa, lo que marcaría las diferencias de recepción de estos cómicos. En Europa, los hermanos Marx son conocidos por el cine, y Groucho es el más valorado porque nos parece el más ingenioso, lo que se debe, en parte, a la imposibilidad de entender el personaje de Chico fuera de Estados Unidos: comprender ese estereotipo de inmigrante italiano de principios de siglo que no tiene un duro y que usa el ingenio para sobrevivir al tiempo que trufa su discurso de juegos de palabras tan disparatados como intraducibles es tan difícil como exportar fuera de España la comicidad de Pepe Isbert. Sin embargo, los hermanos Marx fueron, para los estadounidenses, unos cómicos con una constante presencia en radio y televisión y que, además, hicieron películas. Groucho es un icono no tanto por sus películas como por esta presencia mediática, por estar, por ejemplo, quince años presentando el popular concurso «You bet your life» (en los años 40 y 50) en los que aparecían la mayor parte de los chistes y ocurrencias por los que se le recuerda en la actualidad. Tenemos una parte mínima de los Marx (como si en Estados Unidos tuvieran que valorar a Martes y Trece por sus películas), pero se trata de un parte significativa de la que «Sopa de ganso» es su ejemplo más extremo.

Si los Marx fueron domesticados a partir de «Una noche en la ópera», no digamos ya el cine surrealista y político de «Sopa de ganso». Se produjo toda una convergencia de tendencia liberal en la película, como la obra «Of thee I sing» de George S. Kaufman y Morris Ryskind, con numerosas escenas que acabaron plasmadas en el guión original. Y todo ello en el ambiente del Hollywood de aquella época, donde las comedias se podían reír de la institución matrimonial, donde cabían películas como «Sopa de ganso» o «El gran dictador». Por eso la película nos parece irrepetible tanto tiempo después y por eso da la sensación de que, en términos de censura y de consumo cultural, no hayamos hecho más que retroceder desde entonces.

Puedes leer a Manuel de la Fuente en La Página Definitiva.

Anterior entrega de El cine que hay que ver: “La noche del cazador” (Charles Laughton, 1955).

 

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