“Dog Café”, de Rosa Moncayo Cazorla

Autor:

LIBROS

“En esas páginas finales, sinceras y creíbles, se adivina verdadero talento”

 

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Rosa Moncayo Cazorla
“Dog Café”
EXPEDICIONES POLARES

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Siempre es saludable para la literatura contar con nuevos narradores que supongan un relevo generacional. Así lo entienden todas las editoriales y así lo practican, pero si hay alguna que se haya especializado en debuts es Expediciones Polares. Los chicos que llevan el festival de cine documental “Dock of the Bay” decidieron embarcarse hace un tiempo en la empresa de ofrecer libros de solvencia y han apostado por jóvenes que a la par practican la palabra íntima y sencilla. En esta ocasión es Rosa Moncayo, mallorquina, de apenas veinticinco años, quien sale al ruedo. Combina la pasión literaria con un trabajo en el sector de las finanzas que le ha llevado a residir un tiempo en Corea del Sur, hecho que comparte con la narradora de esta desasosegante novela.

Angustiosa, sí, no porque haya misterios ni crueldad, sino porque relata en primera persona una historia de amor desesperada y enfermiza y porque sabe marcar las claves de la entrada sutil en lo morboso y rozar la locura. Una tensión que avanza desde la primera página en la que se desarrolla un plano secuencia magistral que pasa con fino hilado de su nacimiento a la muerte y concluye en el mundo de las matemáticas.

De hecho, la infancia va a ser un mundo de fijaciones ambiguas que se resume en esa niña tranquila, solitaria y feliz en el patio de su escuela. Es Várez, una chica de 25 años a la que abandona Elías, su pareja, veinte años mayor que ella. A partir de este momento, el texto se desliza hacia un mundo de introspección lúgubre muy a tono con esa novela femenina de los 80. De hecho, en ocasiones recuerda poderosamente al estilo de Adelaida García Morales, aunque no sean exactamente los mismos mundos y en Rosa Moncayo la tensión se encuentre más a la vista.

Como en esa novela poemática, el amor aparece con tonos difuminados, poco vitales, se recrea en el sufrimiento y se ilumina con una mirada asombrada frente al mundo. Los espacios son mínimos: el piso compartido de la protagonista tanto en Madrid como en Seúl, donde había ido a estudiar. Y se resuelve todo en estampas, no hay hilo conductor ni cosido, seguramente porque así se reflejan bien a las claras las piezas del puzzle que han de recomponer un corazón roto. Bien por ello, llevado con pulso, y bien por la mayor virtud de la obra: cómo la protagonista se va despersonalizando a la manera de una miss Hyde. En esas páginas finales, sinceras y creíbles, se adivina verdadero talento.

Anterior crítica de libros: “Roy Orbison. Alma de rock and roll”, de Juan Pedro Guerrero.

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