Discos: «The Monsanto years», de Neil Young

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“Hablamos de un trabajo disfrutable, con el punto de desaliño imprescindible en Young, burbujeante y rugoso, y finalmente estropeado, más que por la ausencia de temas sublimes, por culpa de unas letras sonrojantes”

 

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Neil Young
“The Monsanto Years”
Reprise/Warners Bros

 

 

Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Neil Young no frena. La dosis mínima consiste en un disco al año. Orquestal, acústico, eléctrico, sobreproducido o espartano, qué importa mientras la máquina gire. «Psychedelic pill», de 2012, apabullante en su relativa falta de pretensiones, demostró que la combinación junto al Caballo Loco todavía muerde. «Storytone», en cambio, se diluía en un poso de arreglos orquestales que hubieran requerido del toque mágico del desaparecido Jack Nitzsche. «The Monsanto years», como antes «Greendale», habla del estado del planeta. Estamos ante un disco objetivamente panfletario, unas coplas de Juan Panadero sobre los cultivos transgénicos, la multinacional Monsanto, Starbuck’s y otros ogros corporativos. Si en «Mirror ball» fue Pearl Jam la banda elegida para sustituir a Billy Talbot, Frank Sampedro y Ralph Molina, aquí recurre a Promise of the Real, solvente formación rock en la que militan dos de los hijos de Willie Nelson, Lukas y Miach.

Pero a diferencia de 1995, cuando incluyó una de sus grandes canciones, ‘I’m the ocean’, a «The Monsanto years» le faltan quilates. ‘Big box’ y ‘Monsanto years’ son las caras B de ‘Ordinary people’; ‘Wolf moon’, con todo su encanto, queda lejos de aquellas briosas lunas que prendían fogatas en «Harvest» y «Harvest moon» y, en general, el disco discurre sin grandes sobresaltos. Le falta el veneno oxidado del monumental «Ragged glory», el misterio inefable de «Sleeps with angels», el campestre romanticismo de la citada “Luna de la Cosecha”, la belleza macerada de «Prairie wind» o la torrencial epifanía de «Psychedelic Pill».  Quiere decirse que hablamos de un trabajo disfrutable, con el punto de desaliño imprescindible en Young, burbujeante y rugoso, y finalmente estropeado, más que por la ausencia de temas sublimes, por culpa de unas letras sonrojantes. Tan buenistas, tan petadas de superioridad moral y rimas fáciles, tan de mírame a los ojos que voy a explicarte lo que es bueno, que al terminar de escucharlo tienes que sujetarte para no quemar la tarjeta de crédito en semillas transgénicas y/o brindar por los combustibles fósiles. Genio, sí, pero con todo su talento, coraje y magnetismo, a Young le falta un David Briggs. Un socio sin miedo. Capaz de apretarle.

Anterior crítica de discos: “Los pueblos”, de Tripulante y crucero.

 

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