Discos: «Terms of my surrender», de John Hiatt

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«Una escalera hacia el olimpo de los grandes. Aunque él ya hace tiempo que es uno de ellos. Cada una de sus entregas sigue confirmándolo»

John-Hiatt-03-09-14

John Hiatt
«Terms of my surrender»
NEW WEST

 

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

 

En uno de los capítulos de la segunda temporada de la excelente «Treme» (serie televisiva creada por David Simon y Eric Overmyer), Harley Wyatt, personaje interpretado por el gran Steve Earle, lleva a Annie Talarico (tras la que se esconde la violinista Lucía Micarelli) a un concierto de John Hiatt para enseñarle a la joven músico, que anda empezando su carrera e iniciándose en la composición, cómo se hacen las cosas. Harley/Earle asegura a la chica que Hiatt es un ejemplo en el mundo de la música porque apuesta siempre por la canción. «Terms of my surrender» es otra prueba más.

Sabe John que su voz ya nos es la misma, a pesar de encontrarse en un estado más que notable. Por eso cuando compone lo hace para unas cuerdas vocales castigadas por sus 62 años recién cumplidos. Los tonos altos ya no surgen como antes y tampoco es cuestión de ver a un señor de su edad desgañitándose. Así que Hiatt emprende el camino que ha marcado sus últimos lanzamientos, o sea, tirarse a un blues cazalloso y maduro que le sienta de maravilla. Además lo hace con la ayuda en la producción de un Doug Lancio que lo conoce como nadie. Miembro de su banda desde hace años, grupo que por cierto le acompaña en el disco, Lancio da a las canciones solo lo que necesitan sin buscar un ápice de protagonismo. Y Hiatt, mientras, muta en sus ídolos. En ‘Face of God’ (en la que encontramos una de las frases del disco tomada prestada del poeta Kenneth Patchen: “dicen que Dios es el diablo hasta que lo miras a los ojos”) se viste de John Lee Hooker y en ‘Nobody knew is name’ del Dylan de las «Basement Tapes»: es la misma Norteamérica dura y profunda. ‘Marlene’ es preciosa en su sencillez y ‘Come back home’ una hermosa descripción del pánico y el hundimiento vital, si es que esas sensaciones pueden ser bellas.

Veintidós discos. Veintidós peldaños de una escalera hacia el olimpo de los grandes. Aunque él ya hace tiempo que es uno de ellos. Cada una de sus entregas sigue confirmándolo. Y lo mejor es que parece que nos queda Hiatt para rato. Que así sea.

Anterior crítica de discos: “Neuroplasticity”, de Cold Specks.

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