Discos: «Sin crédito», de Mamá

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«Todo parece fluir con naturalidad, no se ve ni una costura en unas canciones que abarcan cualquier influencia que lleve guitarras»

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Mamá
«Sin crédito»
ROCK INDIANA

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Cuando Mamá anunció que volvía como grupo tras la carrera en solitario de José María Granados, los fans que en los años ochenta los seguíamos acogimos la noticia con ilusionada expectación; estábamos seguros de que iba a haber un buen puñado de canciones, pero temíamos que no despertaran la misma excitación que aún nos despertaban sus primeras canciones. Y no fue así, “La mejor canción” era un álbum espléndido, con canciones que se defendían por si solas. “Solo por hoy” causó una pequeña decepción, sin que nada sobresaliera especialmente, no existía siquiera la pasión del regreso; así que esta colección de canciones que supone la tercera de su rentrée, y han ido apareciendo mes a mes para suscriptores, representaba una prueba de fuego. Una vez escuchado no solo es digno, es excelente.

Las canciones son sencillamente claras, eso es el punto de partida, la conjugación de acústicas, eléctricas, voces, puentes que van conformando “Sin crédito” hablan de que han depurado al máximo para crecer. Aquí lo que importa en la esencia de Mamá son las canciones y están vestidas de la manera más natural y elegante; no falta ni un acorde, no sobra ni uno. Todo parece fluir con naturalidad, no se ve ni una costura en unas canciones que abarcan cualquier influencia que lleve guitarras, cierta ironía, una melancolía que supura sin doler y melodías que vayan calando. No es un disco con un hit claro, pero su nivel es impresionante, de canciones que necesitan escuchas, pero que después no se van.

Unos Mamá, pues, en los que ya no hay esas pulsiones coloristas de los ochenta, pero que pintan detalles de plástica introspección. Por destacar alguna, comencemos por ‘Domingo por la tarde’, en la que un inicio a lo ‘My sweet lord’ introduce una canción medida, donde todo encaja para embrujar al oyente. Partamos de esta, y aunque todo parece hecho con los mismos mimbres, las diferencias son cruciales y jugosas. Ahí está esa tirada final en la que ‘Cuando estás cerca de mí’ adopta maneras Beatles, ‘Todos los niños se portan bien’ ritmos skatalíticos y ‘La puerta de casa’ energía saltarina en las guitarras nuevaoleras de Carlos Rodríguez.

Y la diversidad de tonos se traspasa también a las letras, si esa mezcla de pub rock y Rodrigo García que es ‘Como aquella de los Kinks’ es un ejercicio metalírico divertidísimo, también se asoman por otra parte a problemas sociales como los deshaucios en la más descarnada –con un aire de rock argentino a lo Litto Nebbia o Charly García– ‘Tirolina’. Pero sobre todo, es un disco de su época, de esta, y con la soltura que pueden dar músicos con años de carrera y que aún creen en el optimismo dejan la puerta abierta en ‘Buenos tiempos’ o ‘No voy a parar’ a mensajes vitales, esperanzados. Ellos hablan de un magma personal y colectivo cuando dicen que “los buenos tiempos, seguro, están por venir”, pero esos buenos tiempos siguen llegando a su música.

Anterior crítica de discos: “Música de consum”, de Els Surfing Sirles.

 

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