Discos: “Shockwave supernova”, de Joe Satriani

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“Es un disco que se deja escuchar de una tacada, como una obra unitaria, con más ganchos por minuto que un disco de pop”

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Joe Satriani
“Shockwave supernova”
SONY

 

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

 

 

El oyente casual de música instrumental normalmente la escucha como parte de una obra vocal. Entremedias de las canciones llega un tema que entretiene un ratito siempre bajo la premisa de que la voz no tardará en regresar en cuanto este acabe. Dejando a un lado lo incorrecto del término “instrumental” –toda música es instrumental y la voz es un instrumento, aunque no tenemos más remedio que aceptarlo para entendernos –, las obras de este tipo siempre requieren más atención que aquellas en las que tenemos una voz, vamos a decir, a modo de guía. También es cierto que la música instrumental maneja unos códigos distintos a los de la música vocal y que hacerla requiere de unas cualidades distintas.

Si nos vamos al rock duro, esto no cambia; si concretamos en la música instrumental de guitarras, tampoco. Hay que saber hacer discos instrumentales que no desconecten al oyente tras unos pocos minutos y entre los guitarristas de rock duro sólo hay dos opciones posibles: o el músico toca para la canción o es un pajero que corre arriba y abajo del mástil para su propio disfrute y aburrimiento del que está al otro lado del disco. Joe Satriani es de los primeros, porque es un virtuoso de la guitarra pero también de la composición, denotando una inteligencia que a muchos otros se les escapa. Algo empezó a cambiar en Satriani cuando editó “Crystal planet” hace ya diecisiete años. Con ese disco, el guitarrista se insertó en la modernidad. Ya había hallado su propio estilo hacía muchísimo, pero empezó a abrir una brecha actual por la que cualquiera lo iba a tener complicado para seguirle.

“Shockwave supernova” nos sigue mostrando a un tipo con mucha personalidad. Oyes su tono, su fraseo y sabes inmediatamente que es él. Pero hay más, parece la banda sonora de una muy buena película de acción, es especialmente excitante, tiene una vibración continua en la que tiene mucho que ver el batería Marco Minnemann. No es extraño que los menos habituados a la música instrumental de guitarras se queden atrapados en sus sesenta y cuatro minutos de duración porque es un disco que se deja escuchar de una tacada, como una obra unitaria, con más ganchos por minuto que un disco de pop.

 

 

Anterior crítica de discos: “Zipper down”, de Eagles of Death Metal.

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