Discos: «Rock & roll time», de Jerry Lee Lewis

Autor:

«El casi octogenario mito entrega justo lo que necesitábamos: una pedrada de sucio, grasiento rock and roll»

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Jerry Lee Lewis
«Rock & roll time»
VANGUARD

 

 

Texto de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Paren las máquinas. Jerry Lee Lewis, «The Killer», tiene nuevo disco. No solo eso, sino que a diferencia de los dos anteriores aquí la nómina de invitados estelares (Keith Richards, Neil Young, Ron Wood, Robbie Robertson, Nils Lofgren) se limita a acompañar sin compartir micrófono (excepto la vocalista Shelby Lynne, y yo me hubiera arreglado sin ella). Gracias al cielo o al infierno, compañeros inseparables de Lewis: lo último que necesita es la enésima pachanga intrascendente en la que todo dios y todo astro juega a rendirle pleitesía mientras sustrae cualquier posibilidad de que el juguete entre manos sea otra cosa que un divertimento envarado. Con Steve Bing a la producción y el fabuloso, inmenso batería Jim Keltner compartiendo mandos, el casi octogenario mito entrega un pelotazo. No un elefantiásico muestrario de amigos influyentes sino una pedrada de sucio, grasiento rock and roll. Una obra compuesta de versiones, algunas insospechadas (‘Stepchild’ de Bob Dylan) y otras naturales por cuanto forman parte del canon de quienes junto al rubio que quemaba pianos crearon este ritmo dichoso y hambriento (‘Folsom prison blues’ de Johnny Cash, ‘Little Queenie’ de Chuck Berry, etc.).

Juega a favor, mucho, la producción: rugosa, con aire a fiesta e improvisación, con los instrumentos emplastados sin miramientos, con la alegre tosquedad y la exuberante mezcolanza que reclama el mejor rock and roll, con algo de disco antiguo y una fotografía de Lewis en la portada, de pie frente a la fachada de Sun Records, que avisa por dónde silban las balas. Guitarras que se enroscan como crótalos, bombos y panderetas, un piano menos pluscuamperfecto o virtuoso que antaño porque los años no perdonan, pero siempre poderoso, y una voz tan elegante, expresiva y antigua como las músicas que la esculpieron. Hay, aunque con cuentagotas, espacio para el country. Supongo que para no olvidar que Lewis tiene un sinfín de discos vaqueros, muchos de ellos obligatorios, y ya en sus días de Sun mezclaba el latigazo con la pausa, el aguijón rockabilly con la melancólica majestad del country. En general el repertorio se mantiene a base de trallazos, de rock and roll tocado y sentido con la gracia y poderío de quien deletreó los fundamentos del género.

Curiosamente, lamentablemente, escribí esta reseña sin poder acceder al álbum físico, todavía no editado mientras tecleaba, y por tanto condenado al Spotify. Nada más clarificador que cuando, entre corte y corte de Lewis y amigos, saltaba la publicidad de algún disco de moda, la repugnante inanidad de unas cancioncitas sin aire ni médula ni sangre que corrían a esconderse, avergonzadas, miserables, enanas, en cuanto regresaba el trueno del loco imprescindible, comandante supremo ante el que solo cabe ponerse en pie. Se recomienda pincharlo con el volumen a doscientos y un vaso de whisky o bourbon haciendo chiribitas bajo la luz dañada del atardecer. Poco faltará para que abras las ventanas y aúlles como un lobo.

Anterior entrega de “Bajo un cielo prehistórico. Un homenaje a The Church”.

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