Discos: “Pegasus”, de Joan Miquel Oliver

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“En pasajes de Pegasus’ uno parece escuchar a un Josh Rouse cósmico en catalán, más imaginativo si quieren, más poético, más narcótico sin duda”

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Joan Miquel Oliver
“Pegasus”
SONY, 2015

 

 

Texto: ÓSCAR GARCÍA BLESA.

 

 

Joan Miquel Oliver es un tipo curioso y de buen gusto. “Pegasus”, el tercer álbum en solitario y su primer disco desde la disolución de los mallorquines Antonia Font también lo es. Aquí huele a Caribe, a salsa y no precisamente para mojar pan, se respira cumbia, pequeños detalles que viajan al folclore de los Andes, tiene momentos de coqueteo electrónico, también hay rock y todo con la permanente zozobra melancólica del compositor de la isla.

Oliver se ha encargado de grabar todos los instrumentos contando con la inestimable ayuda de Quimi Portet, una especie de mago raro agazapado en grabaciones imposibles huyendo del ruido mediático que dejó su pasado popular como socio de El Último de la Fila. A la primera escucha, “Pegasus” llama la atención por una secuenciación de obra completa y compleja, un viaje musical de digestión lenta lleno de matices hermosos. Es indudable que hay mucha música aquí, todo bastante marciano como la propia constelación y la galaxia que representa, pero con un tono amable y que se deja escuchar y atrapa casi sin quererlo.

Oliver es un artista con identidad propia, eso que crípticamente se conoce como “con personalidad”. Y vaya si la tiene. Estas canciones son pequeñas joyitas de artesanía, están escritas con mimo y tocadas con cariño, y eso trasciende cuando uno las escucha. En pasajes de “Pegasus” uno parece escuchar a un Josh Rouse cósmico en catalán, más imaginativo si quieren, más poético, más narcótico sin duda.

 

 

Aquí hay diez canciones bonitas, bien arregladas y exquisitamente producidas. Oliver es tremendamente original, el buen gusto en los guiños latinos hacen que a su lado Manu Chao parezca una propuesta de supermercado barato. ‘Flors de cactus’ es una de las mejores canciones del curso, una suerte de bossa nova arpegiada y ‘Mil bilions de estrelletas’, pieza que clausura el disco, emociona con ese onírico arreglo instrumental del que materialmente es imposible escapar, para en definitiva echar el cierre a un trabajo cálido, nostálgico y amable, como los veranos en la hermosa Mallorca.

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