Discos: “Pasaje entre las cañas”, de Flamaradas

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“Cualquiera de sus melodías se enfrenta al público con más chulería combativa que distorsión: es política porque llama a la acción, es reflexiva porque piensa como ese puño que conforma su canción más inesperada”

 

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Flamaradas
“Pasaje entre las cañas”
EL GENIO EQUIVOCADO/PRODUCCIONES DORADAS

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Escuchar “Pasaje entre las cañas” de Flamaradas es enfrentarse a un sonido que ha sido arrasado por la civilización. En sus letras y su espíritu surgen esas tierras estragadas, esa continuación del asfalto adonde nunca se llega, los bajos de las autopistas; de la misma manera, su música resulta algo insospechado, te golpea, sobria y seca, desmesuradamente terrosa. Daniel Magallón no parece integrarse en el cauce de las músicas actuales, ni toma influencias de esa electricidad desaforada que es común hoy en día. No, cualquiera de sus melodías se enfrenta al público con más chulería combativa que distorsión: es política porque llama a la acción, es reflexiva porque piensa como ese puño que conforma su canción más inesperada. ‘El puño piensa’ –compuesta a instancias de la Fundación Robo– tiene algo de porteño, una voz atonal pero magnética, a lo Paco Ibáñez, y un mensaje combativo desde el individualismo. Solo quiero decir esto, sin alharacas, parece proclamar.

Es el caso más extremo, no siempre la instrumentación es tan austera y va creciendo cuanto más se acerca a la ciudad. Aún en ‘Gaviotas blancas’ hay esa desolación de la frontera, una letanía que recorre hacia arriba el Llobregat de cara a los paisajes en que la vida es excepción, pero en ‘Los amigos de la plaza’ crece el cobijo instrumental y esa poesía de puras líneas surrealistas, abono y pasión. Entre medias hay rockabilly primigenio y sintetizado en ‘Pararrayos’ o un despliegue de luz a lo flamenco, sacando algo limpio de las profundidades en ‘Un sol diferente’.

Es un territorio que ha sido copado por géneros a veces oscuramente populares, la rumba por ejemplo, y a ella se acoge el corte que da título al conjunto, una rumba de la que se saca un jugo escueto al asfalto, o esa especie de canción ligera, que aparece en ‘Se me echaron a reir’, a lo Corcobado la desviste y la deja en esqueleto, paisajes desolados de amanecer. A veces son tan básicas como ‘Triceratops’, que se resuelve en algo infantil y busca tanto la imperfección como el asombro.

Es escueto todo, hasta el minutaje, pero amplio en llamadas estéticas, en definición, en el tratamiento de las cuestiones ideológicas. Curioso, parece hecho de la madera que se gastaban los cantautores de los setenta pero suena mucho más actual de lo que esos mimbres sugieren, las guitarras de Tarántula le dan una dimensión que asume todo lo que ha pasado en el pop desde los noventa, o desde antes, con ese regusto a cuerdas americanas y el Farfisa de Raúl Navas lo envuelve todo de amaneceres. Quizás es que ese entramado aún tiene profundidad y alcance más allá de ser mimético y aún puede dar muchas sorpresas, tantas como este disco irreverente y sin complejos, valiente y lleno de vitalidad, de la vitalidad que pueda brotar entre las cañas.

 

 

Anterior crítica de discos: “Blackstar”, de David Bowie.

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