Discos: «Modern blues», de The Waterboys

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«Un disco más eléctrico de lo habitual y, sobre todo, con una pasión rejuvenecida»

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The Waterboys
«Modern blues»
HARLEQUIN & CLOWN/KOBALT

 

 

Texto: XAVIER VALIÑO.

 

 

Mike Scott rozó el cielo en los años ochenta. Grabó sus mejores álbumes al frente de The Waterboys en aquella década y, además, tuvo en ‘The whole of the Moon’ la canción que hizo que el grupo alcanzase cotas de popularidad que, de otra forma, no hubiese imaginado.

Lo intentó en solitario, con discos dignos, y retomó el nombre de su banda, ese que le podía permitir seguir dedicándose a la música, editando discos cada poco tiempo y haciendo giras. En los álbumes siempre hay algún corte recuperable y en sus conciertos uno nunca sale decepcionado, aunque algunas noches sean mejores que otras, a pesar de que la versión desganada y medio reggae de su tema más conocido que viene haciendo últimamente no cuente a su favor.

Por eso un nuevo disco de The Waterboys, el undécimo si no me equivoco, tenía todos los boletos para que le prestásemos la misma atención que a los cuatro o cinco últimos, los grabados en los últimos cinco lustros. Además, venía precedido de una información que hablaba de que había sido grabado en Nashville, con lo que un posible disco country del escocés más cercano a Irlanda no parecía la mejor opción.

Y he aquí que por imprevisible, este «Modern blues» resulta toda una sorpresa. Para incrédulos, solo les pediremos que comiencen por el final, por una canción de más de diez minutos titulada ‘Long strange golden road’, una pieza con un apunte de teclado ocasional que parece remitir a ‘Won’t get fooled again’ de The Who y una épica y gloriosa coda final que lo emparenta con grandes momentos de Dylan, Young o Springsteen.

Estamos ante un Mike Scott rabioso, con nervio, que parece parir cada uno de esos minutos desde lo más profundo de sus entrañas, tanto que esa canción podría alargar su duración sin notarse y mantenernos elevados por encima del suelo escapando a las catástrofes diarias. Desde luego que no se le recuerda algo así en mucho tiempo. Desde ya, uno de sus grandes hitos.

Pero hay más, en un disco más eléctrico de lo habitual y, sobre todo, con una pasión rejuvenecida. Cada una de las ocho canciones restantes tiene algo que las hace destacar por encima de la media y por encima de lo habitual en su repertorio, con la excepción de, curiosamente, el single ‘November tale’.

Apunten entre esos detalles la trompeta en ‘Destinies entwined’, la segunda voz en ‘Nearest thing to hip’ (en un juego de voces que la convierte en una de sus composiciones más cercanas al espíritu de Van Morrison), el teclado de Paul Brown o el violín de Steve Wickham aquí y allá, la despedida de ‘Beautiful now’ (con Scott cantando “voy a envolverte en mi amor”), la tensión de ‘Still a freak’ y ‘Rosalind (You married the wrong guy)’ o el espectacular minuto final de “I can see Elvis”: en ese justo momento, cuando Scott reitera la frase que le da título hasta acabar gritando “Elvis, Elvis”, se ratifica ese furor renovado, justo antes de dar vía libre al resto de los instrumentistas en estado de gracia para que se desboquen y vuelvan a volarnos la cabeza.

Anterior crítica de discos: “Berkeley to Bakersfield”, de Cracker.

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