Discos: «Lo saben los narvales», de Havoc

Autor:

«Diez canciones que compuestas al detalle y magníficamente arregladas dan cuenta de un elepé soberbio»

Havoc-09-12-14

Havoc
«Lo saben los narvales»
SUBTERFUGE

 

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

 

Año y medio después de “Ogro y púgil”, su epé con la presencia de Nacho Vegas, el donostiarra Havoc ha tenido tiempo de preparar diez canciones que compuestas al detalle y magníficamente arregladas dan cuenta de un elepé soberbio, en el que los detalles y las vías melódicas van ganando enteros a cada escucha. Entre la grandilocuencia barroca de Bunbury y la sentimentalidad rasgada de La Habitación Roja como factores principales, se cuelan por medio Morrissey y My Bloody Valentine, Ride y fuzz sobre sintetizadores analógicos. Un paso firme y  bien cosido hacia esos abrigos de color crudo que tan acogedoramente arropan a las melodías. Mérito también de la producción de Yon Vidaur, que también está con Ama o Manoukian.

‘Hélices’, que abre, ya es toda una impresión, que se complementa con ‘Un día’, en el mismo tono. Son voces –poliédricas en todo el disco– que se deslizan por entre un bosque denso, florido pero con pinturas apagadas, húmedo, entre lentas espirales. Por el contrario, ‘El golpe’, la que las sigue, tiende a la lírica, certera en el desamor, triste hasta el ahogo.

Hay momentos, eso sí, más conscientemente guitarreros con ‘Frenesí’ o con el riff potente, sólido, que conforma “Lo nuestro” y hay otras casi litúrgicas, como ‘Archienemigos’ o ‘Te negaré tres veces’, con un final más reposado, acercándose a estructuras de bolero y con una voz entrecortada, a punto del temblor. Y si entre todas tuviera que escoger una, a mí se me ha clavado ‘El cazador de ballenas’, con su ritmo tribal que lleva hasta una melodía adictiva.

Escuchado vez tras vez, el disco se va revelando más embriagador, no solo son canciones con su punto de oscuridad, con su dolor marcado, sino que también se erigen sobre construcciones sofisticadas, edificios dorados y calientes frente a la presencia incesante del mar, un Cantábrico frío, que parece constantemente salpicarnos.

Anterior crítica de discos: “La belle affaire”, de Coralie Clément.

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