Discos: «Juan Perro & La Zarabanda», de Juan Perro

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«Debajo del intelectual late un corazón musical que no le cabe en la camisa pero que Juan Perro logra que explote por la boca»

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Juan Perro
«Juan Perro & La Zarabanda»
LA HUELLA SONORA

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

 

Explica Santiago Auserón en el reportaje que incluye el deuvedé de este concierto (grabado en 2012 en el festival Etnosur) que «La Zarabanda» quiere «ser una primera síntesis reposada de toda la búsqueda que Juan Perro ha realizado a lo largo de estos veinte años». Es decir, hay algo en este espectáculo de resumen de una etapa, en la que primero fue al encuentro de las músicas caribeñas para luego indagar en las de Nueva Orleans mientras, y durante todo el trayecto, se internaba en una búsqueda de las huellas de la negritud en la península ibérica. Algo así como un viaje de ida y vuelta que le ha llevado dos décadas y que incluso ha dejado un libro («El ritmo perdido») con el que tratar de argumentar sus razones y del que esta misma edición incluye fragmentos condensados con los que explicar esas trazas negras hispánicas que giran alrededor de la zarabanda y que buscan la rumba y otros bailes, que eran, al fin, canciones.

Todo bien, pero a veces, con tantas explicaciones, uno tiene la sensación de que el que podría ser su público natural, huye despavorido ante un Auserón que puede dar hasta miedo con un discurso bastante espeso, cuando las cosas son más simples: esto es música popular, y el oyente quiere disfrutar de ella, no perderse en sesudos tratados musicológicos, del mismo modo que (por recurrir a un clásico popular conocido de todos) el espectador medio de «El padrino» no necesita profundizar en la historia de la mafia. Y para gozar de las canciones de Perro/Auserón no hace falta más que dejarse llevar, que ellas solas se aguantan bastante bien. De hecho, son de esas que ya pueden verse azotadas por un huracán que difícilmente caerán. Y, precisamente, «Juan Perro & La Zarabanda» es el mejor ejemplo, pues agrupa parte del cancionero compuesto a lo largo de este tiempo (más algunas versiones) y que, por entendernos, va del son cubano a las raíces del rhythm and blues y el rock and roll primitivo, vislumbrando entremedias distintos afluentes de esos grandes ríos y sumando algo de tradición hispana puesta al día. Música, a fin de cuentas. Sin más, que es lo que queda.

Cancionero, aclaremos, monumental, que aquí crece en estas lecturas de directo desarrolladas junto a una poderosa banda, con despliegue de percusiones y vientos. Quizá este sea el último gran sueño de Auserón puesto en pie, dada la actual precariedad de las infraestructuras musicales en nuestro país (de hecho es un espectáculo que solo puede cobrar vida en festivales). Una banda con la que las rítmicas se encuentran y los estilos se hermanan con naturalidad pero también con majestuosidad y que le permite lo mismo perderse en clave jazzera, como deambular por Cuba o disparar cual rockero de guante sucio. Porque, hay que decirlo, a Auserón le infunden tanto respeto los géneros que ha acabado por no adscribirse a ninguno y asumir todos aquellos que le sirven para subrayar su argumentación. Sin complejos. Si en su día hizo bandera de la vanguardia, al meterse en las botas de Juan Perro y desgastarlas con el andar, ha comprendido (comprendió hace tiempo) que la impureza sonora es la forma musical más pura, por lo menos si de rock and roll hablamos, que es donde él sigue anidando pese a que en una mirada superficial pueda parecer que no. Pero sí.

De ahí el placer que ofrece este directo, particularmente el deuvedé (apreciar el desarrollo escénico del grupo de cerca es impagable), donde te noquea con su lectura del clásico ‘Blueberry hill’, con la pulsación rock de ‘Río negro’, con la cadencia blues de ‘Obstinado en mi error’ o te asombra cómo en ‘La nave estelar’ pasa de las claves que asociamos con Nueva Orleans al rock and roll. Pero también puede flirtear con el jazz y el progresivo en ‘Reina Zulú’, darse un garbeo por Cuba con ‘El cigarrito’, sacarle color andalusí a un son como ‘Perla oscura’, unir mambo y flamenco en ‘Qué rico el mambo’ (¡quién nos iba a decir hace treinta años que escucharíamos a Santiago Auserón versionar a Pérez Prado!) o vestirse de crooner en ‘Flamingo’. En otras manos, estaríamos ante una aberración, sin embargo Auserón modela los materiales con sentido y sentimiento, y los dota de una sólida unidad de la que resulta un gran espectáculo para solaz del espectador/oyente, que en algún momento puede hasta preguntarse qué intrincados vericuetos mentales han traído al creador de ‘Escuela de calor’ hasta aquí. Sin embargo, si se analiza con rigor, en su basamento Radio Futura fue una formación de rock en su sentido más clásico y formal. Las vueltas, en cualquier caso, indudablemente han sido muchas, pero nunca perdió la línea del horizonte y siempre tuvo un puerto en el que recalar y una bandera que ondear.

No quisiera acabar sin destacar la magnífica voz, el excelente estado vocal que atraviesa Santiago. Porque no puedo evitar creer que la dialéctica del investigador entregado y la rotundidad del compositor certero han podido ocultar en ocasiones su condición de vocalista, quizá más reconocida en los primeros años de Radio Futura, pero olvidada conforme transcurría el tiempo y él dotaba de entidad a su discurso programático. Tanto que por momentos pareciera haber sepultado su faceta más profesionalmente inmediata y llana, paradójicamente quizá también la más lúdica: la de intérprete vocal. Así que conviene atestiguar que está cantando como le viene en gana: profundo, templado y seguro entona con dominio, frasea con sapiencia, colorea con detallismo y hasta se le escapan diabluras si la inspiración se lo pide. Por lo demás, y como siempre que pisa un escenario, se aprecia el disfrute, el divertirse en escena, el dejarse llevar, rubrica el magnetismo legendario. A sus seguidores más fieles esto les parecerá obviedad, pero no está de más recordarlo, porque no todo en Auserón es gravedad: debajo del intelectual late un corazón musical que no le cabe en la camisa pero que Juan Perro logra que explote por la boca.

Anterior crítica de discos: “Los ríos de Alice”, de Vetusta Morla.

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