Discos: «A 11.000 kilómetros», de Willy Tornado

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«Es un álbum notable. No excelente, pero sí notable. Lo primero está reservado a los genios y Willy Tornado sabe que no lo es. Sabe que su secreto está en el trabajo y en el aprendizaje constante»

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Willy Tornado
«A 11.000 kilómetros»
GRAN SOL

 

 

Texto: EDUARDO IZQUIERDO.

 

 

Willy Tornado no es un recién llegado. Durante años formó parte de manera activa, como bajista y uno de los compositores, de The Freewheelin’ Tornados, banda que como algunos recordarán se convirtió en paladín del rock estadounidense hecho en nuestras tierras. Hombre de eterna sonrisa, sorprende que para este, su primer disco, haya optado por una temática melancólica. Porque «A 11.000 kilómetros» es un disco, básicamente de ausencia. Ya sea la de una musa, la de un tiempo (esos años adolescentes), la de una pareja, la de un amigo o incluso la de una madre que ya no está. Aunque lo mejor es que el catalán, ahora afincado en Madrid, ha conseguido equilibrar esa temática aparentemente apocalíptica con canciones animadas cuyas melodías suponen un contrapunto perfecto a las letras.

Por partes. Es un álbum notable. No excelente, pero sí notable. Lo primero está reservado a los genios y Willy Tornado sabe que no lo es. Sabe que su secreto está en el trabajo y en el aprendizaje constante, y a ello se ha dedicado. Por eso hay que situar en el debe la urgencia que se intuye en la finalización de algunas letras: la ausencia de rima no siempre funciona y eso lastra levemente el resultado final de algunas canciones. “Me ha costado mucho encontrar mi tono y mi sitio. La métrica no tiene nada que ver en inglés o en castellano. Yo nunca he tenido referencias en castellano. Escucho música cantada en esa lengua desde hace bien poco. Todas mis referencias eran guiris”. Queda claro que Willy Tornado no pretende hacer poesía con su lírica a pesar de lo que se nos hace imprescindible exigirle que dé un paso más en esa dirección. Todo el resto va al haber. Una producción exquisita, una buena interpretación y unas colaboraciones adecuadas (y eso que se corría el riesgo de la dispersión ante tanto nombre).

Se inicia el disco con la canción escogida como single y presentada en forma de videoclip.  ‘Dandys y doncellas’ adolece de una letra, de nuevo, solo justa, aunque el tratamiento instrumental es impecable. Con la presencia de dos Right Ons como son Ramiro Nieto, batería encargado de casi todo el disco, y Álvaro Guzmán, que aquí aporta la voz, la canción crece cuando entran en escena un sintetizador que cambia de tercio las intenciones iniciales. ‘Te vas’ es probablemente una de las mejores canciones: Tornado canta como nunca y la participación de Ricky Falkner (Egon Soda) al bajo, de Charlie Bautista (Jero Romero, Amigos Imaginarios) a los teclados y de Ricky Lavado (Standstill, The New Raemon) a la batería llevan al tema muy arriba. ‘Clabu’ está marcada por la dylaniana armónica inicial de Tornado, los teclados, de nuevo de Bautista, y una producción de Álex Vivero (Santos, ex Sol Lagarto) que hace de una canción aceptable un notable ejercicio de estilo. “La muerte de una madre influencia y mucho en la vida de un tío con 29 años. La canción ‘Clabu’ va dedicada a ella. Durante mi viaje se me repitió muchas veces un sueño que representé en forma de canción”.

‘A 11.000 kilómetros de ti’, con la presencia del Mucho Martí Perarnau a las teclas, resume a la perfección la temática del álbum. Una canción que nace del viaje a Sudamérica del músico para superar la pérdida de un ser querido y también la distancia producida por la grabación del disco a medio camino entre Barcelona y Madrid. ‘Musas’ tiene un aire a Tom Petty en esa acústica que lleva en volandas al tema y en su fraseo. Son los Sidonie, en este caso, los encargados de llevar la canción hacia su terreno pero sin devorar la personalidad del músico titular. ‘Cuando el lugar no nos importaba’ es cósmica, abrasiva, casi orquestal mientras ‘De repente’ es más banal, más directa, inmediata. ‘Costa Brava’ bebe otra vez de Tom Petty y devuelve al autor a su infancia en la costa catalana. ‘La casa en la que solíamos estar’ baja el ritmo. Se acerca el final y, curiosamente, lo hace con una de las letras más trabajadas de la colección. Es hora de empezar a descansar, aunque unas palmas en las que curiosamente encontramos la única presencia de un “tornado” en el disco en la figura de Joe Traveller, nos sacan de la monotonía. ‘Dulces andares’ es el punto final. Country folk acústico para acabar de manera pausada y dejar con ganas de más. Seguirle la pista se me antoja una buena idea.

Anterior crítica de discos: “Agent Cooper”, de Russian Red.

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