Diego García: Argentina, guitarras, canciones, amigos…

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«Le escribí a Bunbury contándole que me resultaba imposible hacer Atahualpa obviando la letra y que me sentía un poco perdido. Enrique me contestó con un simple: ‘mándamelo y yo lo canto»

En este texto, que acompaña al disco «El Twanguero. Argentina songbook», el propio Diego García cuenta la gestación del mismo, en el que cuenta con las colaboraciones de, entre otros, Bunbury, Calamaro o Fito Páez.

 

 

Texto: DIEGO GARCÍA, «EL TWANGUERO».
Foto: MARC VAN DER AA.

 

 

En el verano austral de 2011 llegué a Buenos Aires con la intención de «esconderme» en esa ciudad por una temporada. Huyendo de ciertos fantasmas personales que me acechaban y a la vez buscando algo que en la España azotada por la crisis no encontraba, me vi inmerso en la Ciudad de la Furia, a 10 mil kilómetros de casa y con mi vieja Gibson dorada como única compañera.

Desde siempre me sentí atraído por el repertorio argentino. A esto hay que sumarle la insistencia de mi querido Andrés Calamaro, que acabó contagiándome el gusto por el sonido criollo, el compás del arrabal y el genuino «rock nacional». De hecho, ahora que recuerdo, la primera canción que aprendí con la guitarra, cuando apenas sabía leer, fue ‘Los ejes de mi carreta’ del maestro Yupanqui. Un encuentro furtivo con el genio porteño Luis Alberto Spinetta me provocó la idea de trabajar en ese repertorio desde el punto de vista de mi guitarra: el sonido Twang de los años cincuenta. Con el maestro Spinetta hablamos de España, de cuando él la visitó por última vez. También hablamos de guitarras y de guitarristas, de Jeff Beck, de Rudy Pensa y de la importancia del compromiso artístico, más allá de lo que dicta la industria. Qué gran energía la de Luis.

En mis viajes por el mundo acostumbro a dejar constancia «sonora» de los lugares donde he vivido. Ya lo hice en New York con el disco «The Brooklyn session» y obviamente Buenos Aires no iba a ser menos. Una vez instalado en el barrio de Villa Urquiza empecé a buscar el repertorio y cayeron los inevitables: Gardel, Óscar Alemán, Salgán, Yupanqui, Cuchi Leguizamón, Spinetta, Charly García y por supuesto el genio universal: Piazzolla. De los «jóvenes»: Calamaro, Pappo, Cerati y Fito Páez. Reconozco que he podido caer en ciertos tópicos pero desde fuera se ven las cosas de otra manera. Grabar ‘El día que me quieras’ a «la Oscar Alemán» es algo que siempre formó parte de mi imaginario guitarrístico. Luego hubo descartes de cosas que no habían salido como yo esperaba, así que si alguien siente que falta algo, aquí tienen al culpable.

El planteamiento inicial del disco fue puramente instrumental. Sencillamente porque es ahí donde me muevo con naturalidad. Pero en un momento se me complicó hacer ciertas cosas solo con guitarra y le escribí a Bunbury contándole que me resultaba imposible hacer Atahualpa obviando la letra y que me sentía un poco perdido. Enrique me contestó con un simple: «mándamelo y yo lo canto». Ahí empezó el tema de las colaboraciones. Dos años antes, en una habitación de hotel en el DF mexicano, Diego El Cigala me había dicho a las tres de la mañana: «grábate una versión de ‘Naranjo en Flor’ y yo te la canto». Aunque con un poco de retraso, le mandé la versión, confiando en que se acordaría de la conversación que tuvimos aquella noche. Tardó tres días en mandarme la pista con la voz. Yo ya no daba crédito de lo que estaba ocurriendo y claro, teniendo a mi amigo Calamaro allí cerca le visité para pedirle consejo sobre el repertorio. Andrés me recomendó ciertos temas, entre ellos el que finalmente hicimos a dúo. Lo curioso es que yo le mandé la versión de ‘La Pulpera’ cantada por mí y él rechazó cantarla porque pensó que no podía mejorarla. Después insistí y aceptó, pero me costó un poco. Noble caballero.

La versión de Cerati en la voz de Ely Guerra tomó un cariz especial, tratándose de la única voz femenina del disco. Además cantó sin conocerme, así que doble mérito para esta bella mujer y enorme artista. Luego nos encontramos por casualidad en un restaurante de  Coyoacán y fue mágico vernos así de repente. Fito Páez cayó por el estudio el segundo día de grabación y me dijo: «Vine para aprender mi parte». Estuvo con nosotros una mañana, nos ayudó en temas de producción y elogió la labor que estábamos haciendo. Todo un caballero, tremendo músico.

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