Dani Martín: Emociones de un equilibrista

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ENTREVISTA

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“No puedo decir que me muero cada vez que escucho a Bob Dylan, porque no es verdad. Yo me muero cada vez que escucho a Quique González, o a Calamaro, o a Leiva. Y a los Rolling Stones, y a Keith Richards…”

 

Este viernes ve la luz “La montaña rusa”, el tercer trabajo discográfico en solitario de Dani Martín. Once nuevas canciones plagadas de emociones, algunas con traje rock y otras de corte melódico, que ha grabado en Abbey Road. Una entrevista de Arancha Moreno.

 

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: BERNARDO DORAL.

 

“Estoy nervioso”, saluda Dani Martín cuando entramos en la sala de tortura de Sony. Entiéndase sala de tortura como un despacho con grandes cristaleras en los últimos números del paseo de la Castellana, vía neurálgica en la que se asientan múltiples oficinas de la capital. La única tortura, si cabe, son las preguntas del entrevistador o las respuestas del entrevistado, pero no hemos venido a pelear. El combate ya lo libra Dani en su último disco, “La montaña rusa”, contra sí mismo. Lucha contra las emociones, contra las subidas y bajadas del amor y el desamor, contra los sentimientos de sentirse la persona más afortunada del mundo antes de dejar de serlo, contra las dudas del amor que caduca, los miedos de no ser correspondido o no corresponder, contra las incertidumbres de ese sentimiento capaz de elevarnos y hundirnos sin límites, según toque. Es lo que transmiten sus once nuevas canciones, de las que ha escrito letras y músicas (estas últimas, junto al teclista Iñaki García, y en ocasiones el guitarrista Paco Salazar) y con las que voló hasta Abbey Road para descubrir que aquello no es un museo de los Beatles, sino el estudio con la reverb más impresionante que ha pisado nunca. Así lo sintió también su productor, Bori Alarcón, para el que Dani solo tiene palabras de admiración y cariño, como para el resto de sus músicos. Nos lo cuenta mientras sostiene el vinilo de su tercer disco en solitario, un disco en el que habla a corazón abierto. Así lo hace también en esta entrevista.

 

Es curioso el contraste de “La montaña rusa”: lo encuentro el más rockero de tu discografía, y sin embargo es el único en el que solo has escrito sobre el amor y el desamor. ¿A qué se debe esa dualidad?
De ahí el nombre del disco. Para mí habla de la dificultad de encontrar el equilibrio como ser humano. Soy una persona muy exigente conmigo y con todo, una persona con muchos pensamientos irracionales. Yo me hago un guion de las cosas y nunca suceden así, es imposible, y eso me genera una inestabilidad emocional tremenda, y una insatisfacción tremenda también. Suceden cosas maravillosas, pero nunca son como había imaginado, entonces me frustro. De ahí todo lo que me pasa en mis relaciones emocionales. Soy un sufridor, una persona muy vulnerable, muy sensible, muy susceptible, todo lo siento a flor de piel. Si conozco a alguien y me enamoro todo lo demás es ajeno, vivo ese momento como si fuera el último de mi vida. Si esa persona o yo empiezo a sentir otras cosas, el vagón cae en picado, y luego vuelve a subir, y luego a bajar. Es un disco de amor, desamor y de realidad. Vivimos en una sociedad en la que nos conformamos con tener un acompañante al lado por el que ya no sentimos nada, pero al que le tenemos cariño. Somos capaces de tirarnos treinta años metiéndonos en la cama sabiendo que no estamos enamorados de la persona que tenemos a nuestro lado.

 

Qué tremendo.
De eso hay mucho a nuestro alrededor, a veces no somos capaces de ser más generosos, más pacientes… no creo que sea malo, ni cuestión de culpa. Creo que es muy difícil el amor para toda la vida, pero sueño con él. En el momento en el que agarro de la mano a una persona de la que me he enamorado, la miro y me digo: “Sí, quiero vivir toda mi vida contigo, y cuidarte y hacerte el desayuno todos los días”. Pero eso es mentira, se llama enajenación mental transitoria. Luego llega otra cosa: el cariño, tener un compañero… si no las vives, te las pierdes, pero esa historia idealizada del amor creo que es muy difícil encontrarlo. La montaña rusa.

 

La canción que mejor define esa montaña rusa de la que hablas ahora, y en el disco, es ‘Ahora’.
Para mí es la conclusión y la explicación del disco, de lo que me pasa cuando veo a alguien y me revienta el corazón, y luego teniendo las mismas virtudes, se apaga, y hasta las virtudes, como digo en ‘París’, son los defectos más importantes que le ves. Es como cuando empiezas a vivir con alguien, lo pienso a veces: un chico no levanta la tapa, la mea y a los tres meses a la chica le hace gracia. Al año siguiente, le dice: “Hijo de puta, ¡baja la tapa!”. Esa es la realidad de la vida. Al principio te hace ilusión hasta que se meen en la taza y luego, te jode.

 

En esa canción se ve muy bien la transición en la letra, pero también en la música: cuando acaba la primera parte, el paisaje musical se torna muy sombrío, se nota el momento en el que alguien rompe.
Sí, la transición en la maqueta era mucho más larga y más sórdida, y luego pensamos que era mucho más bonita más corta. Es un rollo ‘A day in the life’, un poco de copia hay.

 

 

¿Ese influjo beatle se os ocurrió en Abbey Road, durante la grabación?
No, hicimos maquetas en mi casa, tengo un estudio pequeñito ahí. Pero sí dejamos espacio a que sucedieran cosas allí, que la energía del lugar nos contagiara de cosas que han pasado en el disco. Esa transición está grabada con el piano con el que se hizo ‘A day in the life’. En Abbey Road hay dos pianos que utilizaban los Beatles. Uno es un Steinway, que tiene un sonido muy característico, que es con el que grabaron ‘Lady Madonna’, como muy tímbrico, muy agudo, y este otro piano de pared, de color beige, con el que grabaron ‘A day in the life’. Al llegar a Abbey Road teníamos un poco de miedo de que aquello fuera un museo, pero qué va. Tiene la mejor sala para grabar del mundo, es algo increíble. La reverb de la sala es inimitable, a Bori (Alarcón, el productor) se le saltaban las lágrimas. Cuando grabamos baterías y bajos puso diecisiete micrófonos para recoger la reverb de la sala. Escuchabas la batería sola y era una batería normal, pero cuando le sumabas los micros de la reverb de la sala era increíble. Le ha llamado gente para preguntarle qué reverb ha utilizado cuando entraba la batería de ‘Los charcos’ y les ha dicho: “No lleva ninguna reverb la batería. Es Abbey Road. Nada más”. Es como comprarte un deportivo y pasear por tu barrio. Cuando te pones a contarle a tus compañeros cómo es el sitio, los micros que puedes elegir… yo he grabado el disco con un micro de 1931. Ahora, si no tienes unas canciones bonitas da igual dónde las grabes.

 

Claro, aunque el sonido sea especial y característico, la canción es lo que prima. A pesar de ser un disco muy rockero, tú siempre escribes letras románticas. ¿Es la clave en la que te mueves mejor?
No sé si es la clave, o si son románticas. Es lo que me sale. A veces me río y digo que soy un moñas. Creo que en El Canto del Loco tenía muchísimos más escudos y parapetos, cosas que intentaban alejarme de la verdad, de lo que yo sentía. Por eso me hice tatuajes, me puse un piercing, por eso vestimos de determinada manera y tenemos determinadas poses: quieres alejarte de que eres un sensible, un vulnerable, que no eres tan rudo. Ahora veo cosas de El Canto del Loco y no me reconozco. Veo una zona de mí, concreta, pero no me representa en mi totalidad. Soy una persona sensible, escribo como escribo, no puedo pretender escribir como otros. Seguramente me encantaría, pero mi verdad es esta. ¿Soy un moñas? Seguramente lo sea. ¿Soy un romántico? Seguramente, pero ya estoy cansado de luchar contra lo que realmente soy. Soy esto, habrá gente que le guste y gente que no. No me voy a hacer el rockero, ni el auténtico… mi autenticidad es esta. No puedo decirte en una entrevista que me muero cada vez que escucho a Bob Dylan, porque no es verdad. Yo me muero cada vez que escucho a Quique González, o a Calamaro, o a Leiva. Y a los Rolling Stones, y a Keith Richards… es mi verdad, quiero ir con mi verdad. Esas letras románticas, o pueriles en algunos momentos son mi verdad, es lo que soy. Si son románticas, son románticas.

 

Hablas de escudos, ¿qué motivaban todos esos escudos que tenías antes, y que ahora no tienes?
Supongo que el querer agradar a todo el mundo, querer seducir de una manera creyéndote que esa era la manera, cuando creo que la manera real de seducir es tu verdad. Cuando eres de verdad, si le gustas le estás gustando de verdad. Si te digo que tengo una casa en Los Ángeles porque sé que eso te va a gustar te estoy engañando. No tengo una casa en Los Ángeles, me encantaría, pero no la tengo. Y no sé hacer snowboard. Tratamos de ser…

 

Lo que la gente espera de nosotros.
Sí, y yo no soy lo que la gente espera de mí. Si conecto y transmito y genero cosas con mi verdad es maravilloso. Me siento muy en paz. Esto (señala el vinilo de “La montaña rusa”) es lo que tengo, esto es lo que soy.

 

¿Y puede ser que eso lo haya provocado el éxito? Empiezas a gustar, la gente espera algo y dejas de ser lo que eras. Tú probablemente eras igual de auténtico antes de tener éxito.
Sí, bueno, también reconozco parte de mi autenticidad cuando me veo en El Canto del Loco, me reconozco en muchas cosas, pero la gente espera, inevitablemente te vas amoldando a lo que la gente está esperando. En 2009 empecé a grabar “Pequeño”, venía de hacer cinco noches en el Palacio de Deportes, e hice una cosa en un estudio chiquitito, tocando en directo, con pianos, con Hammond, que nunca los había utilizado… Todo el mundo me dijo: “Te vas a dar un hostión…”, dejé de tener mánager, me monté mi oficinita, y para mí fue empezar a sacar mi verdad. No es que no lo hubiera hecho antes, pero en ese momento necesitaba hacer eso y lo hice.

 

Fue liberador.
Para mí, absolutamente.

 

¿Ese disco ha marcado un antes y un después en tu forma de hacer las cosas?
Totalmente, sí, sí. Cuando la gente me cuenta rupturas traumáticas… también fue traumático el final de El Canto, fue muy jodido. Teníamos a un tío que, no es que lo diga yo, lo dice la ley, nos había robado… Lo que no me robó fue la ilusión, lo demás me lo robó todo. Sí, he llenado cinco Palacios de Deportes, pero no tengo ni un pavo. Me he comprado una casa, pero no tengo ni un pavo. Se me acababa de morir mi hermana, tenía a mis padres en una situación jodida… lo que les pasa a todos los seres humanos en la vida. Por eso, a personas que me cuentan momentos así, les digo que son muy enriquecedores. Tampoco he vivido un caos en mi vida, si me comparo con gente que tiene problemas verdaderos, pero de esos momentos salen cosas maravillosas, y si te das el permiso de tirarte a la piscina es de puta madre. Habrá gente que diga: “¡Qué se va a tirar este tío a la piscina, si sigue haciendo lo mismo de siempre!”. Pues si para él sigo haciendo lo mismo de siempre, genial. Para mí me he permitido escuchar, avanzar, crecer hacia el lugar que me hace feliz y sentirme liberado, este de ahora mismo.

 

¿Y cómo definirías este lugar?
Pues de ilusión, como si fuera la primera vez. Lo que vaya a pasar con este disco ya no está en mis manos. Yo le he puesto el cien por cien de todo lo que tenía dentro de mi, y todas las personas que han trabajado en él también. Me siento orgulloso, feliz, tranquilo dentro de lo nervioso y ansioso que soy, pero estoy muy orgulloso. Estoy muy orgulloso de sacar un single de siete pulgadas, de meterle en la cabeza a los de Sony que nos vayamos a Abbey Road a grabar, de hacer un documental de puta madre… A un músico hay que valorarle, a los músicos que vienen conmigo, y no ya en lo económico, merecen un valor. Todo merece un valor. Se pueden hacer cosas bonitas, un arte cuidado, somos unos afortunados y merece la pena romperse el alma por estas oportunidades que nos da la vida. Espero poder seguir luchando, aunque es agotador hacer las cosas como a mí me gustan, es muy agotador (sonríe), sobre todo para la gente que me rodea, porque soy muy exigente, muy puntilloso.

 

¿Porque no te conformas?
No me conformo con nada. Ahora, todo el mundo me pregunta: “¿Qué vamos a hacer, pabellones?”. No, vamos a hacer teatros de 1.200 personas, para oírnos de puta madre, para que la gente que venga realmente quiera oír esto (dice, cogiendo el disco). No digo que lo otro esté mal, me ha dado de comer y tengo mi casa gracias a eso, pero no me apetece hacer una verbena, no me apetece ir a una verbena a cantar ahora, me apetece ir a un teatro y que la gente quiera ir a escucharlo. ¿Qué intensidad, eh? (Se ríe).

 

¡Desde luego! Volviendo al disco, “La montaña rusa” es una manera muy gráfica de describir las canciones que lo componen.
Incluso en la elección de los tempos.

 

En los tempos y en las letras. Empiezas con ‘Las ganas’, una canción en que te preguntas qué ha ocurrido para que una relación se rompa, para que algo se pierda, y en la siguiente, ‘Los charcos’, tienes esperanza, tienes fe en una relación. Eres un equilibrista emocional.
Sí, soy un equilibrista. Es verdad, muy bueno (sonríe).

 

 

Tengo entendido que has tenido cierto pudor al grabar estas canciones. ¿Crees que te has desnudado demasiado, son demasiado autobiográficas…?
No sé qué es demasiado, pero sí me he desnudado. Yo lo vi, y Bori me preguntó si era consciente de que me estaba desnudando un montón, pero hice el ejercicio: pensé si me apetecía escribir de cosas que no me pasan, o de cosas que sí me pasan. Más que músico o un cantante me considero una persona que necesita escribir cosas para comunicar lo que siente, y mi vehículo de comunicar es la música, hago canciones porque me pasan cosas. Si mañana viviese en una rutina creo que sería incapaz de escribir. Un ejecutivo de una compañía de discos dice que el rock and roll lo mató el chalé adosado, y el arbolito, el perro y la mujer con dos niños, y creo que es un poco verdad. Creo que la estabilidad para un compositor a la larga no es buena. El mejor disco de Joaquín (Sabina) es en su caos más grande, por lo menos emocional y vital. Enrique Urquijo me atrevo a decir que era un atormentado y un sufridor, Quique González también, por eso creo que nos revientan las vísceras y nos llenan de emociones. Has estado el otro día con Leiva, qué te voy a contar. Cuando la gente tiene cosas que contar es porque existe una inestabilidad, una inseguridad, un tormento, un sufrimiento extremo, creo que somos así. Cuando todo te va bien, tienes cinco hijos y los llevas al colegio… ¿de dónde sale? Te puede salir un disco de felicidad extrema, si has sido papá o mamá, pero las rutinas hacen discos que no transmiten, no te sientes identificado. ¿Pudor? Supongo que al principio, pero luego ya no. Si una chica de Valladolid o un chico de Soria escuchan ‘Los charcos’ probablemente se sientan identificados. Si te digo que estoy muy feliz, a lo mejor no te genera tanta historia. Prefiero jugar con ingredientes reales, siempre.

 

¿Eso supone que la estabilidad no te genera creación?
Creo que no.

 

Entonces, ¿nunca vas a ser una persona estable?
Creo que voy a ser un inestable toda la vida, gracias a Dios. Sí, soy así. Mis padres llevan juntos desde los 14 años y tienen 70. Yo voy al fútbol con mi padre, cuando juega el Atleti aquí es como una ceremonia. Le digo: “¿Cómo cojones se hace esto? ¿cómo puedes estar 56 años con una persona?”. Y él me dice: “Porque nos queremos, porque aparte de esos enamoramientos que tú crees que hay, hay más cosas, convivimos, somos compañeros…”. Me parece muy difícil. Creo que voy a ser un inestable toda la vida, y tengo el pensamiento de que la gente que está tantos años con una persona tiene deseos por otras, y eso no me gusta. No me gusta estar con una persona y estar deseando a otra. Yo qué sé, a lo mejor es un poco infantil mi visión, pero soy así.

 

Precisamente, hay mucho Peter Pan en este disco. Es un personaje que se cuela mucho entre tus canciones.
Sí, tengo algo infantil e inmaduro que los hombres tienen.

 

“Idiota sin crecer”, dices en la canción ‘Dibujas’.
Sí, me cuesta verme en el personaje de esos señores de donde yo vivo, con sus hijos y con el Volvo. Un amigo de 59 años, uno de mis mejores amigos, tiene una casa donde veraneo y es así, se niega a crecer también, es como un Rolling Stone. Se parece a Roonie Wood, le encanta el rollo de desayunar, nos damos un paseo por la playa, enredamos a ver qué vamos a hacer luego… nos gusta gustar, conocer gente, ese tipo de emociones.

 

Hablando de emociones: todas tus nuevas canciones hablan de amor o desamor, y en otros álbumes has hablado de otros temas. ¿Es lo que te salió, o es por algún motivo?
Es lo que me salió. Sí, en otros discos he hablado de la búsqueda, de darte oportunidades, pero en este me apetecía hablar de esto.

 

A través del amor y el desamor hablas de muchas cosas: falta de confianza, de la valentía de apostar por algo, de la incertidumbre, los miedos…
Sí, estas canciones están compuestas en dos sucesos, dos relaciones en dos momentos contrarios: en una adoptas un rol y en otra, otro. Por eso me ha permitido poder ver la historia desde dos puntos de vista.

 

Desde los dos lados del ring, como aparece en el arte del disco.
Sí, en realidad siempre es igual de doloroso, aunque creo que que te dejen es mucho más doloroso, para el ego y para todo. Sentirte abandonado es jodido, es una sensación rara.

 

En la nota de prensa, Juan Puchades dice que el disco tiene cierto aliento épico. ¿Estás de acuerdo con esa definición?
Sí… yo es que soy un intenso (ríe), soy muy intenso.

 

¿Te planteaste que ‘Las ganas’ podía ser entendida como la historia de un desahucio?
Sí, la historia de un desahucio o de nuestro querido país. ¿Dónde está ese cuidar el huerto, regarlo, quitar las hojas secas y cuidar a la ciudadanía? ¿Dónde están esas ganas de querernos, y no de que todo sea para un negocio tuyo, en vez de ayudar? La política de hoy no está hecha para ayudar a la ciudadanía, me parece un negocio. Les interesa su negocio, no que este país tenga un gobierno, crezca, avance.

 

¿Esa lectura la tuviste mientras la escribías? A veces sucede así, y otras, después de escribirlas, aún dudáis qué queríais decir.
No, para mi la parte “c” de la canción lo explica: “y dejaremos que nos ganen tantos miedos, y querremos luz después de luz”. Tengo esta perla a mi lado, pero quiero más. Es como el miedo a rendirse.

 

 

El corte tres, ‘París’ tiene un aire muy melódico, me ha recordado a las baladas clásicas…
Sí, si la oyes al principio puedes pensar: “Ya está este con la historieta de que se va a casar”, y luego te cuenta esa realidad de la que estamos hablando.

 

Ese aroma clásico, hasta en la manera de cantar la primera parte, podría estar en la onda de Perales.
Me han dicho desde Nino Bravo, que podría ser una canción de Serrat… para mí es un halago, gracias, me encanta. Creo que es una letra para todos los públicos, pero habla de lo que me pasa. A veces soy más feliz metiéndome en la cama solo que con alguien de quien no estoy cien por cien enamorado. Hay gente que hace eso, se va a dormir con alguien de quien no está enamorado, y eso es una mierda de vida.

 

Tiene una de las mejores frases del disco: “un disfraz que se rompe al vivir”. ¿La vida rompe nuestras expectativas?
Hay gente que se casa con esas bodas maravillosas, se gastan una pasta enorme no sé para qué, se declaran amor eterno y a medida que pasa el tiempo ese disfraz de pareja perfecta se va destruyendo, y se ve la verdad de cada uno. Hay una doble moral en muchas cosas, y doble vida. Si tengo a alguien, me molaría que fuera para siempre, y para declarar mi amor no hacen falta esos alardes, esos disfraces no forman parte de la verdad de las personas, forman parte de lugares sociales, cosas que demostrar a las familias, cuando en realidad si tú y yo nos queremos, nos queremos. Si quieres invitar a tus amigos más queridos y a tus padres, me parece precioso, pero las fiestas para 600 personas en una iglesia, y a la semana siguiente el tipo se va de putas… me dan mucha pereza.

 

Hablas mucho de la realidad y de cómo se enmascara: en las relaciones, en la forma de ser… ¿De eso habla este disco?
Joder, ¡qué difícil tiene que ser conseguir un amor de verdad! Prefiero vivir de la manera que vivo, cuando siento algo lo digo. Es muy difícil llegar a un equilibrio.

 

Las canciones las has escrito entre Madrid y Cádiz, salvo ‘Paloma’, que es la única que has escrito en Londres.
Sí, la escribí con Jimbo Barry, es el productor de The Script, que me encanta. Me fui a su casa e hicimos esa canción antes de la grabación. Hice más canciones en Londres con más gente, esta fue la única que entró. Habla de la libertad de la mujer, hay que dejar a las personas volar, no hay malos ni buenos. Hay “no siento nada por ti” y ya está. Las palomas vuelan y hay que dejarlas volar.

 

Pero en esa letra se transmite cierto miedo a ese vuelo.
Claro, porque tu ego te pide que se quede a tu lado, pero la vida y la libertad es otra cosa, hay que dejarlo. ‘Let it be’, como dice la canción de McCartney.

 

‘Nada más que tú’ es muy eléctrica, muy visual. Y hay dos guiños a dos rockeros españoles: “las canciones de Lei” y “sin parar de escuchar ‘Aunque tú no lo sepas’”. ¿Por qué esos dos guiños a Leiva y Quique González?
Para mí hay una imagen muy bonita: un viaje en coche, cuando estás empezando con alguien y haces un disco para escucharlo con esa persona, y hay un montón de canciones que se convierten en canciones de los dos, y cuando lo dejas y escuchas esa canción te acuerdas de ella. Tengo buena relación con las personas con las que he estado. En el fondo no ha funcionado, pero la quieres, ¿por qué no la vas a seguir queriendo? Es una canción que habla de un viaje, metafóricamente, y un viaje de verdad, a Cádiz, escuchando ‘Francesita’, “Diciembre” y ‘Aunque tú no lo sepas’. Te trae muchos recuerdos y hace ver que los miedos no dejaron que aquello avanzara, que los pensamientos que tenía la otra persona se hicieron realidad por culpa de los miedos, la cruz que a mí me persigue, no permitirte determinadas cosas por miedo. Yo escucho ‘La luna debajo del brazo’ de Quique González y me pongo a llorar. Dicen que es un genio, no es que sea un genio, es que tiene la capacidad de generar cosas que otros no tienen. Con Leiva me pasa igual, y con Coque (Malla), Iván Ferreiro… y con María Dolores Pradera, y con José Alfredo Jiménez, Enrique Urquijo, Bunbury, los Rolling Stones, Calamaro, Ariel Rot… se me pone la piel de gallina, por eso me sale hablar de esas canciones.

 

De hecho, Leiva te hizo un regalo para este disco: ‘Madrid, Madrid, Madrid’.
Sí, hablamos una tarde, yo estaba bastante jodido, y al día siguiente me llamó y me dijo: “Ayer al colgar escribí una canción que tiene que ver con lo que me contaste, si te apetece y quieres…”. Fui a su casa, la grabamos en un Iphone tocada a guitarra y voz, quedamos en mi casa y la grabamos. La íbamos a regrabar en Abbey Road, pero tenía que sonar así: tocada la batería por Leiva, la guitarra, el bajo… le añadimos un Hammond que grabó Iñaki, y eso es.

 

En ese tiempo estabais trabajando cada uno en vuestros discos, Leiva en “Monstruos” y tú en “La montaña rusa”.
Con Leiva tengo una relación muy bonita, le admiro como persona. Es más pequeño que yo pero en muchos aspectos le siento como mi hermano mayor, me genera mucha seguridad, tiene un discurso muy bonito, le quiero mucho. Es una admiración muy especial.

 

Habéis tenido vidas muy paralelas: sois más o menos de la misma edad, venís de grupos de mucho éxito y ahora estáis en solitario…
Sí, pero cuando realmente nos hemos encontrado ha sido estos últimos años, nos entendemos más, somos muy sufridores los dos sin tener por qué. Somos dos luchadores y estamos todo el día sufriendo sin motivo.

 

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“No digo que lo otro esté mal, me ha dado de comer y tengo mi casa gracias a eso, pero no me apetece hacer una verbena, no me apetece ir a una verbena a cantar ahora, me apetece ir a un teatro y que la gente quiera ir a escucharlo”

 

O con demasiados.
O con demasiados, tienes razón. Tampoco es fácil bregar con muchas cosas, hay muchas exigencias. Lo quieras o no, todo mi entorno: Sony, mi oficina… hablan de firmar hasta las doce de la noche en el Fnac. ¿Y si no viene nadie? ¿Sois conscientes de la puta presión que me estáis metiendo? Vamos a recorrer Madrid con un autobús para presentar el disco. “¡Eso va a ser…!”, dicen, y a lo mejor no viene nadie. Seamos sinceros y conscientes: un día la vida hace así y se da la vuelta. Prefiero ser más cauto e ir disfrutando de las cosas que lleguen, aunque es cierto que bregar con la presión no es fácil. Pero bendita presión, de verdad. Hay gente que no puede vivir de la música y a veces hasta me acerco a ellos pidiendo perdón. Que musicazos, seguramente mejores que yo, estén jodidos para llegar a fin de mes en la música… deberíamos alabar un poco más a gente que ha hecho mucho por la música de este país. Hay gente que ha hecho que yo esté sacando un disco hoy, porque han generado mucho. Me encantaría que la gente conociese el legado de Santiago Auserón, que las radios apoyasen a Coque Malla, y que siguieran apoyando a la gente nueva que sale. Me parece cojonudo, pero coño, tenemos un montón de discos, me da pena que lo inmediato sea lo que tiene peso, hay cosas tan increíbles que se han hecho aquí y las vamos dejando pasar… me da pena. Más que una queja, es un “démonos cuenta”. Y no es por haceros la pelota: yo hago este disco con cuidado y cariño, pero aquel que vea vuestros “Cuadernos” (se refiere a «Cuadernos Efe Eme»), vuestros libros, cómo está hecho eso. ¿Por qué no se alaba más ese amor a la música? A veces hago ejercicios con hijos de amigos, de 16 años, 17… No saben qué es «Camino Soria», no saben quién es Jaime Urrutia, no saben quiénes son Los Rodríguez, algunos no saben quién es El Canto del Loco, aunque a día de hoy no me siento en ese grupo del legado que te he dicho. No saben quién es Auserón, ni siquiera saben quién es Bunbury, eso tiene que ver con el tipo de educación y de cultura que transmitimos. Y cuando la enseñamos se enseña desde una nostalgia que me toca un poco…

 

Desde tus inicios has reconocido siempre tener tus referentes en el rock español.
Me sé hasta los agradecimientos de todos los discos del pop español: dónde se grabó, quién lo produjo… seguramente sea información absurda para mucha gente, pero es parte de mi vida. Tengo todos los singles de Los Ronaldos en vinilo, tengo el primer disco de Extremoduro en vinilo, lo sacó Avispa y no le gusta ni al Robe. Soy un friki de la música hecha en este país, me genera cosas. Los Hombres G, Los Nikis, Los Ronaldos, Los Pistones, Gabinete, La Frontera, me encanta… Los Rodríguez, Tequila, todo.

 

Con ese gusto por el rock español, ¿por qué crees que se te ha alejado siempre de esa escena?
Creo que la juventud y el éxito en España siempre han ido de la mano de la falta de credibilidad. Cuando vendes muchos discos, y eres joven y las niñas te gritan, hay un vúmetro de la credibilidad que se pone a cero. La verdad es que siempre me dolió, hacíamos las cosas con tanto amor que te dolía que la crítica no estuviera de tu lado. El otro día me decía Iván Ferreiro: “El día que me hicieron una mala crítica me empezó a ir bien”. Y es verdad, la crítica mala nace cuando te empieza a ir bien. El Canto del Loco empezó a sonar en Radio 3, decían que éramos los herederos de Los Rodríguez y Tequila, vendimos 50.000 discos y ya éramos una mierda. Tienes que hacer tu caminito, ser respetuoso, hacer las cosas con el corazón. La vida te va soltando crítica, y tú eres inteligente o no para modificar, escuchar, aprender. Poco a poco la gente se da cuenta de qué palo vas, y al final… entiendo que Ariel Rot hace diez años a lo mejor me mirase así… pero es normal, lo hago yo ahora, veo un grupo que sale nuevo y digo: “¡¿Pero estos?!”. Ya no soy tan joven, ya no me gritan tanto las chicas y ya no vendo 300.000 discos, los seres humanos funcionamos de esa manera. Ser feo, que no te vaya a ver nadie y no vender ni un disco tiene que ser jodido cuando uno vende 300.000 y las chicas le van a ver. Si no te ha ido bien, y lo que te ha quedado es ser crítico, te vas a cagar en la madre de los chicos esos. He llegado a comprenderlo. Seguramente no éramos los mejores músicos en directo con El Canto, ¿que ahora sigo siendo lo mismo, pero me rodeo de buenos músicos? Seguramente también. Pero soy de verdad, no voy a luchar más para gustarle a todo el mundo, es una batalla perdida, es imposible gustarle al programa de María Teresa Campos, al Hormiguero y a «Mondosonoro». ¡Es imposible! Ahora haces un concierto en Las Ventas, le pones el alma, montas un show increíble… y el tipo de «El País» ya no puede decir que es una mierda, tiene que decir que aunque le joda el hijoputa este parece que se está encaminando. Yo sonrío leyéndolo, me hace ilusión que un tipo al que antes no le gustaba ahora diga que estoy en el camino de hacer una buena canción. Hasta me parece una buena crítica. Hay críticas nada constructivas, que vienen de engendro78 que dice que eres una mierda y siempre vas a hacer una mierda. Si Ariel o Serrat me dijeran que soy una mierda me tiraría un buen rato en mi casa jodido, pero si me lo dice engendro78 le voy a dar el tiempo que se merece una persona que tiene puesta la foto de un demogorgon en su perfil. ¿Que existen prejuicios? Todos los tenemos, y envidias, yo también las siento muchas veces, son insatisfacciones, cuando en realidad soy un afortunado, hago lo que me da la gana. Vamos a salir con 61.000 discos, soy un puto afortunado y la vida me ha dado dos oportunidades, con El Canto y en solitario, me está yendo bien y conecto con la gente. Si un tipo habla mal de mí, o diez revistas, están en su derecho. No quiero gustarle a todo el mundo, me niego, es agotador intentar gustarle a todo el mundo.

 

Lo aceptas muy bien.
Ahora sí, antes no. Antes quería seducir a todo el mundo, y es agotador.

 

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“Cuando vendes muchos discos, y eres joven y las niñas te gritan, hay un vúmetro de la credibilidad que se pone a cero”

 

‘Romperás’ me ha recordado a ese rock sin freno de El Canto del Loco, también ‘Nada más que tú’. Es tu estampa de hoy, pero tienes cosas que recuerdan a aquella etapa.
Sí, y lo bonito es que me lo permito. Me sale eso, yo me inventé El Canto del Loco hace veinte años, ¡cómo no me van a salir cosas de El Canto del Loco! Claro, forman parte de mi verdad. Me encanta ‘Romperás’, tiene que ver conmigo. Para mí este disco hace un repaso por todos los estilos que he tocado en toda mi carrera.

 

‘Que se mueran de envidia’ es otra balada clásica, pero tiene un rollo muy beatle antes del último estribillo.
Sí, hay mucho Harrison en el instrumental, hemos copiado formas de grabar la guitarra pasándolo por un Leslie de un Hammond. El Leslie es el ampli, le da un sonido muy característico beatle. Y hemos tenido la suerte de grabar en el estudio con una orquesta de 31 músicos.

 

En ‘Guerra de pasos’ y en ‘Que se mueran de envidia’.
Las cuerdas son increíbles, la chelista ha grabado con Björk, con Radiohead, increíble, y el violín líder también. Me gustan las cuerdas sencillitas, que no tengan un protagonismo muy grande.

 

¿Y de tu banda de ahora? Ya sonríes, cuando lo menciono…
Es que me encanta.

 

Con el teclista Iñaki García llevas mucho tiempo, has compuesto muchas músicas con él, y con el guitarrista Paco Salazar.
Sí. En realidad las letras y las melodías son mías, pero para llegar a ser las canciones que son necesito a Iñaki, las enriquece mucho más. En este disco me apetecía meter más guitarras, pero tiene unos pianos… es un musicazo increíble y fuera de serie. Una persona muy importante para que me mantenga en la Tierra. No regala encantos, los administra muy bien y se los da a quien realmente los merece. Cuando eres su amigo te quiere de una manera muy especial, y ves que al resto del mundo no le quiere de esa manera. Tengo una pandilla muy importante en Zahara de los Atunes, me encanta pasar temporadas allí, es un sitio increíble. Hay mucha gente que te dice: “No le caigo bien a Iñaki”. No, no le caes, hasta que no conoce a alguien es un tipo bastante impenetrable. Pero si le llamo a las cinco de la mañana y le pregunto si puede estar en quince minutos, que voy a hacer una mudanza, es el primero que va a estar. Es un tipo absolutamente incondicional. Cada vez que se acaba una gira, y estamos empezando a emborracharnos, me dice: “Danito, si para lo próximo no me quieres llamar, llámame y cuéntamelo, me va a encantar igual que si me dices que sí. Pero siempre hazlo de verdad. Te lo digo porque tú sufres dejando de contar con gente. Si no voy a estar en lo siguiente, no te preocupes, voy a seguir siendo tu amigo”.

 

¿Y Candy Caramelo, y Coki Giménez, que vienen del rock?
Han llegado hace dos años y están felices, están encantados, han decidido formar parte de esto al cien por cien, tengo una suerte increíble porque tocan como dos demonios.

 

Apuesto a que Candy ha tocado en muchos de tus discos de cabecera…
Estoy todo el día haciéndole preguntas, claro. Es como ese hermano mayor, le quiero mucho, es un tipo muy especial, muy sensible. Somos una banda muy sensible. Luego está Rober, que no ha grabado el disco y también toca la guitarra conmigo, es más bonito que nada. Esos formamos la banda que va a tocar en directo, y Bori de técnico.

 

¿Qué puedes avanzarnos de la gira?
Ya la tenemos cerrada, vamos a hacer viernes y sábados para disfrutarlo, no me apetece hacer cuatro bolos seguidos. Vamos a hacer de febrero hasta mayo en teatros y auditorios, máximo para 1.800 personas, y en verano haremos cosas bonitas: el festival de Cap Roig, un festival en Santander muy chulo, otra cosa en Murcia, una cosa que me han ofrecido con un artista, juntándonos… cosas diferentes. Y el verano a disfrutarlo en la playa. En octubre retomaremos teatros y luego a lo mejor terminaremos en un sitio grande.

 

¡Hay mucho rock en este disco para llevarlo a teatros!
Sí, pero vamos a llevar formato rockero y con la gente de pie, aunque haya asientos. Pero me apetece que la gente escuche, que venga a oír este disco.

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