“Cuentos del mar de Irlanda”, de Xurxo Souto

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LIBROS

“No piensen en nada erudito: es prosa viva, frases cortas, estilo a bombeo. Puro latido”

 

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Xurxo Souto
“Cuentos del mar de Irlanda”
PULP BOOKS

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

“Las cosas del mar no se cuentan en tierra. Mi palabra queda en el pecho. Explicarme no sé…”, palabras de viejos marineros que son el lema sobre el que gira la nueva entrega literaria del que fuera la alma mater de Os diplomáticos de Monte Alto, Xurxo Souto. Un libro que nos llega gracias a la soberbia labor de Pulp Books, que se ha propuesto traducir cualquier obra de valía del gallego al castellano, labor imprescindible vistos los hábitos lectores de la Península, en que a veces parece más importante la recuperación de un novelista que escriba en las antípodas que la producción de las lenguas hermanas. Atlántica, echando nudos la palabra allende los mares, discurre esta mezcla de reportaje, manual de historia y geografía, crónica costumbrista, miscelánea de anécdotas, explicaciones técnicas y cientos de cosas más que enfocan siempre el Gran Sol, los mares de Irlanda, donde llegaron los primeros marineros gallegos en barcazas de madera a enfrentarse a las tormentas. Arrojados varones.

Otro polo de atracción para el pincel de Souto es una obra de historiografía local, “La segunda armada invencible”, que recoge cómo en el año 46 entraron los dos primeros barcos españoles en el puerto de Bantry –tres mil habitantes hoy en día– y de cómo lo convirtieron en un pueblo gallego: el lugar, las recetas, su música, las monedas, las tiendas y bares; todo parecía una sucursal de Cangas o de Muxía. Y cómo, a pesar de los avances técnicos y de las 200 millas, las raíces de los pescadores gallegos siguen siendo elásticas y arraigando allí. En Ribadeo, las escrituras de prados al lado de la playa dicen que lindan con la Inglaterra. Los gallegos de la mar, la decimoctava autonomía ocupando una tierra prestada.

Muchas historias, la de un niño que se ve en una foto de época –1920– con un tranvía cerca de la costa que se dirigía a Bouzas y que Souto pinta con una magnífica descripción. El niño, en un margen, casi fuera, sería Pepe Casal, jefe de máquinas que pintaba exquisitos óleos en cubierta a la manera de Colmeiro. O las gaitas que no podían faltar en cualquier travesía, arte del bueno para quitar la morriña, o las comidas que se servían a bordo. No piensen en nada erudito: es prosa viva, frases cortas, estilo a bombeo. Puro latido.

Más, palabras de muchos marineros sobre el Gran Sol, ese caladero al suroeste de Irlanda con tantas merluzas como tempestades y de los camioneros que debían descargar en Madrid antes de las nueve, diez maniobras por curva en carreteras pensadas para carros. Encuentros con vajilla del Titanic o cámaras que perdieron parejas sudafricanas. Saltos de estilos constantes que abordan también política, la crisis del 77 en que España no quiere enfadar al Mercado Común donde intenta entrar o la lucha contra el franquismo de los marineros.

La literatura de mar no ha tenido la relevancia que merece en España, siempre se ha considerado menor. Y hay ejemplos estupendos desde los relatos de viajes en el XVI. Ya en el XX, Castroviejo, Baroja, Aldecoa con “Gran Sol”… Todos los libros tienen algo de otros en este tema. También Manuel Rivas, al que a veces se asemeja Souto. Pero, en el fondo, la lección la dio Castelao: “¡Y aún dicen que el pescado es caro!”.

 

 

Anterior crítica de libros: “Así funciona el negocio de la música”, de Vicente Mañó y Javier Bori.

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