Cuarenta años sin Cecilia: Lo que impidió el asfalto

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 “Gran lectora de nuestros clásicos –compulsiva y aprovechada– supo inyectar en esa tradición foránea las más hondas raíces de nuestra literatura, machadiana a las claras, quevedesca a veces”

 

Justo cuando se cumplen 40 años de su muerte, César Prieto ahonda en la figura de Cecilia. Una carrera truncada en el asfalto, que acabó con una compositora madrileña cercana a la tradición inglesa, que apostaba ya entonces por los clásicos y la literatura española.

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Hay imágenes en el mundo de la música que resultan gozosas, hay otras que resultan amargas. Entre estas últimas una de las que más escuecen es la de una caja con casetes en un desván, una caja que contenía lo que iban a ser las nuevas grabaciones de Cecilia, maquetas registradas en un magnetofón casero, retales de lo que pasaría a convertirse en nuestra educación sentimental a finales de los setenta y que no quedó más que en cromo esquivando el polvo hasta que la paciente labor del milagroso sello discográfico Ramalama las ha sacado a la luz. Con ello se da la curiosa situación de que por fin Cecilia posee más canciones recuperadas que editadas en vida. En un país normal, esto que aquí ha costado Dios y ayuda se hubiera gestionado desde su triste y temprana muerte, y hoy tendríamos su obra completa en un estuche sin lujos pero con el cuidado que provoca la admiración.

Lo cierto es que tampoco su legado ha encajado en la posterior evolución de nuestra música, los nuevos cantautores da la impresión de que no la conocen, los dúos de una fallida recopilación parecen alimenticios, quizá Merche Corisco tenga en algunos de sus discos una similar sensibilidad y en el mundo indie Le Mans hicieron una versión de ‘Me quedaré soltera’ y Amaral de ‘Nada de nada’, ambos han expresado su admiración, apenas nada más. Parece haber mantenido una cuota de seguidores bastante fiel pero no haber calado en la sensibilidad de los músicos.

Sin embargo, en la época era absolutamente querida por un público masivo, aparecía con frecuencia en los Cuarenta Principales, participó en el festival de la OTI y le destinaban espacios de televisión como ‘A su aire’ –se puede descargar fácilmente el espacio, quizá verlo junto al “20 años sin Cecilia”, emitido también por televisión, sea el mejor homenaje en un día como hoy–, una presentación de la personalidad y las canciones de los mejores, por ahí entraron Serrat o Rocío Jurado y también Evangelina Sobredo, o sea, Cecilia. Ella jugaba entonces en la liga de los grandes.

Supongo que sus canciones pertenecen a mi memoria infantil, que la habría oído por la radio miles de veces, pero la primera que la poseí en disco fue en un recopilatorio de aquellos que la CBS presentaba cada año desde su aterrizaje en España para amenizar el verano. Ahí estaban barbaridades como El Luis, el protodisco de Tina Charles, Dylan… y también el ‘Tú y yo’, su último single, la que más escuchaba. Después me enteré que ya antes tenía su sensibilidad en uno de los elepés que corrían por casa, el excelente –sí, cierto, es muy buen disco, alejado de todo lo que pudiera hacer después– “El amor”, de Julio Iglesias, que incluía entre versiones de George Harrison y Barry White una canción de Cecilia, ‘A veces tú, a veces yo’. No es extraño, compartían entonces agencia de management; incluso la CBS estaba planteando lanzarla al mercado estadounidense y para ello ya había hecho circular una versión en inglés de ‘Un millón de sueños’.

 

“Nunca nadie ha tenido una voz que pudiera ser acariciante o dura dependiendo de la palabra que escapara de su boca. Nunca nadie ha hecho unas letras tan claras y evocadoras, pero la vez tan trabajadas”

 

Una carrera modélica

A la sazón, Cecilia era señora y dueña de una carrera breve pero modélica. Hija de diplomático, tuvo una educación bilingüe en diversos países y a su llegada a España combinó estudios de Derecho con pequeñas actuaciones en colegios mayores. Dos espoletas hicieron que alcanzara de un salto cumbres más asentadas: la amistad con Julio Seijas y el triunfo en un concurso para nuevos talentos, ello le llevó a formar un leve grupo –Expresión– y grabar un single en inglés. Fue su única tentativa porque de inmediato ya apareció otro bajo el nombre de Cecilia. Estamos en 1971. Al año siguiente econtramos su primer elepé, el disco de las canciones de pegada, término real a la metáfora que supone ese guante de boxeo enfrentado a la cámara en su mano derecha, directa portada. ‘Dama, dama’, ‘Fui’ o la puntillista ‘Nada de nada’ están entre lo mejor de su escaso repertorio.

 

 

Y si el primero es el de las canciones, el segundo es el de la sensibilidad irónica y doliente. En la portada aparecía ella embarazada y su título iba a ser “Me quedaré soltera”. Demasiado para la censura que sin embargo autorizó a que se titulara ‘Cecilia II’. ‘Cuando yo era pequeña’ o ‘Un millón de sueños’ representan el sentimiento nostálgico y social, y sobre ellas una obra cumbre, ‘Andar’, machadiana y vital, con una interpretación radiante, unos arreglos orquestales sólidos y un amor por su país, a pesar de los pesares, indestructible. Tierra y gente elevados a sublime palabra.

El tercero es el del éxito masivo. ‘Un ramito de violetas’ ya pertenece a la memoria sentimental de este país, pero canciones como ‘Mi querida España’ o ‘Sevilla’ están mucho más basadas en coordenadas populares hispanas y resultan fáciles de digerir sin acudir a concesiones comerciales. A partir de aquí todo son refritos y singles sueltos, el elepé que aprovechó el tirón de ‘Amor a medianoche’ y que no viene a ser más que un grandes éxitos.

 

 

Tras su muerte y a cuentagotas, las recuperaciones: un “Canciones inéditas” que contiene una de las mejores nanas escritas en castellano y un recuerdo de lo que fue su proyecto sobre poemas de Valle-Inclán, la recuperación del ‘Desde que tú te has ido’ que había cantado Mocedades y ese impresionante regalo que suponen los tres cedés editados por Ramalama. El primero con grabaciones para radios, versiones directas y desnudas de sus canciones; el segundo con la canción que se iba a promocionar tras el verano de 1976 y maquetas registradas en estudio para estudiar los arreglos, con el feliz añadido de cuatro inéditas entre las que destaca ese ‘¿Dónde irán a parar?’ que le había regalado a su novio, Luis Gómez-Escolar, y que éste cantó bajo el nombre de Simone.

El tercer disco –“Diálogos…”– es el más portentoso, esas pruebas que se han ido reconstruyendo poco a poco de grabaciones caseras, desgajadas en fragmentos, incluso adivinando cuáles pertenecen a la misma canción. Ello nos ha permitido percibir cómo era su trabajo sobre Valle-Inclán, fragante, efectivo, haciendo naturales unos poemas de ritmo extraño, que no se dejan moldear. Y también descubrir canciones excepcionales como ‘De madrugada’. Estremece pensar que sin Ramalama todo esto estaría perdido para siempre.

 

 

El futuro que nunca llegó

¿Cuál hubiera sido su evolución si el accidente no hubiera pisoteado su vida? Es imposible saberlo, cierto, pero en este caso se hace difícil hasta adivinar. Hubiera entrado en los ochenta con la edad de los mayores de la Movida –es contemporánea de Almodóvar, para que se hagan una idea–, pero a pesar de que su novio fue un activo importante en ella, no se hubiera integrado bien. Hubiera grabado por entonces un disco fantástico y solo valorado años después, y se hubiera dejado querer por Ibon Errazki o Javier Aramburu, quizá hubieran hecho algo juntos. Su poco interés en concesiones comerciales la hubiera llevado a una independiente, pongamos que Elefant, como Vainica Doble, donde de tanto en tanto aparecerían canciones maravillosas y hubiera sido reclamada por Bunbury o Coque Malla, como ha ocurrido con Jeanette. O esto, o que la carrera americana que se le estaba preparando hubiera fructificado y entonces ya no quiero ni pensar que hubiera sucedido. Soy categórico y exagerado, pero sus composiciones estaban al mismo nivel que las de Janis Ian, Carole King o Emmylou Harris, esas chicas estadounidenses que hicieron sus mejores discos en la primera mitad de los setenta.

Lo cierto es que estaba muy cercana a la tradición inglesa en la que había pasado su infancia; nadie entonces –Pic-Nic sí, pero un poco antes– supo adaptar a la carga cultural hispana tonos anglosajones, los cantautores al uso estaban más influidos por lo francés; pero es que además, gran lectora de nuestros clásicos –compulsiva y aprovechada– supo inyectar en esa tradición foránea las más hondas raíces de nuestra literatura, machadiana a las claras, quevedesca a veces; su encuentro con la obra de Valle estaba casi cantado, la milonga que es ‘Rosa deshojada’ o el excepcional cuidado en ‘Resol de verbena’ confirman que el disco al que la CBS se negó iba a ser excepcional. Y a todo ello añadió su personalidad, sentimental y crítica, doliente por el paso del tiempo y sagazmente costumbrista, con un gusto especial para crear armonías y una pasmosa facilidad para llevarlas al terreno del pop. Nunca, en la historia de nuestra música se han fundido tan bien, al mismo tiempo, en cada palabra, nostalgia y esperanza, ironía y paso del tiempo. Nunca nadie ha tenido una voz que pudiera ser acariciante o dura dependiendo de la palabra que escapara de su boca. Nunca nadie ha hecho unas letras tan claras y evocadoras, pero la vez tan trabajadas.

 

 

Todo se malogró esa madrugada del 2 de agosto de 1976. Cecilia, su novio y los tres componentes de su grupo habían actuado en la sala Nova Olimpia de Vigo. Según el diario “El País” en la noticia publicada al día siguiente, había quedado especialmente contenta, incluso le había pedido al dueño de la sala que le buscase un terreno para que sus padres pudieran hacerse una casa. Al día siguiente había concertado unas horas de estudio y debía estar en Madrid a las 10 de la mañana; eran más de las 2 de la madrugada cuando acabó el concierto y a las 3 ya estaban preparados para salir, de Vigo a Madrid el tiempo justo. Los cinco subieron en el Seat 124. El camino más corto para el viaje era llegar a Ourense, recorrer el sur de la provincia y entrar en Zamora por Sanabria para enlazar con la nacional VI en Benavente. Más de trescientos kilómetros que hoy se hace en tres horas corriendo a la desesperada; entonces algunos tramos eran defectuosos. Llegaron al pueblo de Colinas de Trasmonte, ya fregando el empalme con la nacional, a las cinco y cuarenta. No había alumbrado público y se toparon de bruces con un carro de bueyes que circulaba sin luces traseras. La España que Cecilia había esquivado con sus canciones y que aquí no pudo esquivar. Hoy hace exactamente cuarenta años.

 

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